La reciente restauración del cristo del Miserere en el pueblo burgalés de Sotillo de la Ribera, ha sacado a la luz unos reveladores documentos fechados en 1777, en ellos que se detalla la vida cotidiana de los vecinos de esta localidad así como otras curiosidades del autor de la talla.

Al encontrarse los documentos en el interior de la talla (concretamente en sus posaderas) ha hecho que se considere al cristo una cápsula del tiempo en sí mismo. Lo cual nos da pie para conocer la fascinante tradición en nuestro país de dejar mensajes para el futuro.

Quizá algunos lectores recuerden como en el año 2009, con la remodelación de la plaza de las Cortes (a las puertas del Congreso de los Diputados), saltaba a los medios el hallazgo de una cápsula del tiempo de la que ya nadie se acordaba, para mayor intriga apareció bajo el monumento que allí mismo se yergue a  Cervantes.

El contenido de la misma eran periódicos, retratos de María Cristina de Borbón y otros políticos, así como varios volúmenes de la obra de Cervantes e incluso una guía para forasteros de Madrid del año 1834.

Fue esa fecha es la que algunos investigadores emplearon para datar el enterramiento de la cápsula, sin embargo consumados expertos en la historia de Madrid como Ricardo Márquez sostienen que en realidad la cápsula no se ocultó hasta agosto de 1835. Una fecha políticamente convulsa que provocó cierto secretismo al enterrar la arqueta, ya que el miedo a un posible cambio de documentos era una posibilidad real, y solo faltaría que después del esfuerzo los que mandasen el mensaje al futuro fuesen otros.

Ante esta situación surge una pregunta lógica, pero ¿es que había precedentes más allá del siglo XIX? Y evidentemente que los había. Sin movernos de Madrid, nos encontramos otra cápsula en lo que hoy es la plaza de Eduardo Dato. Allí el 11 de octubre de 1833 se ocultó una caja de cristal guarecida por otra de plomo, conteniendo en su interior, desde monedas y periódicos hasta un listado de los funcionarios del ayuntamiento de Madrid.

Más antiguo aún es la efigie que se venera en el santuario navarro de San Miguel de Aralar, y cuyo interior fue cobijo de una astilla de la cruz de Cristo y “varios escritos que notificaban y reflejaban todas las intervenciones que ha tenido a lo largo de su historia” amen de textos devocionales, oraciones y rogativas. 

Podríamos citar otros casos como capsula situada bajo la estatua del Teniente Ruiz (en Madrid) por cuyo carácter militar acogió el libro “La guerra y el arte” de Pedro A. Berenguer, en o casos como la habilitada en 1992 junto al monasterio de la Cartuja (Sevilla) dio cobijo a piezas tan enigmáticas como “un cuento sobre el origen mítico de Curro”, la famosa mascota de la Expo 92.

Sin embargo para escritores como William E. Jarvis la mayoría de las cápsulas son morralla histórica ya que guardan documentos accesibles por otras fuentes tales como hemerotecas o colecciones numismáticas, pero hallazgos como el sucedido en Sotillo de la Ribera son de gran valor pues incide en detalles mucho más curiosos e íntimos que verdaderamente ayudan a los historiadores del futuro.

Otras cápsulas del tiempo son pura arqueología como la Sima de las Yeseras en la localidad madrileña de Estremera, cuyo estado de preservación permitió a su descubridor, Pedro Fernández, visitar los restos humanos que habían permanecido intactos desde la Edad del Bronce en aquella enorme red de túneles.

Por el contrario, otras cápsulas están tan orientadas al futuro que como sucede con la “Crypt of civilization”de la universidad de Oglethorpe (Estados Unidos) no se abrirá hasta el año 8113. Quien sabe por tanto si estas líneas que ahora leemos no las lea alguien también cuando ustedes y yo ya solo seamos historia.