Cuando esta situación apenas empezaba, cuando todavía teníamos la esperanza de que el encierro no duraría más de quince días, leí algo en una red social que me hizo reflexionar.

Hablaba de las personas que están solas, que viven solas. Personas que socializan cuando salen al exterior, que se relacionan con la gente en el trabajo, en la calle, en lugares de ocio, personas que tienen relaciones de pareja fuera de los confines de su hogar o con personas con las que no conviven.

Puede parecer frívolo pensar en esto en momentos tan dramáticos, pero no lo es en absoluto. No se trata de no tener ocio social, sino vida social, que es muy diferente, aunque suela confundirse. ¿Qué pasa con estas personas si enferman o necesitan algo?

Es cierto que los medios tecnológicos ayudan mucho en este trance, pero también es cierto que la brecha tecnológica se acrecienta. ¿Qué será de quienes no pueden pagar conexión a Internet o ni siquiera saben usarlo? No olvidemos que hoy todavía somos muchas personas las que no somos nativos digitales, sino migrantes. Y algunas, ni siquiera eso. La desconexión más absoluta debe ser tremenda.

Pensaba, al hacer estas reflexiones, en las personas mayores. Comentaba una buena amiga que ahora se percataba de que había hecho la mejor inversión de tiempo de su vida cuando dedicó horas a enseñar a su madre a usar Internet; ahora recogía sus frutos. Otra, sin embargo, me transmitía su tristeza porque su madre no tenía ni idea de cómo usar las tecnologías y esta situación la había aislado por completo.

Hay muchas personas mayores que viven solas, porque su estado de salud se lo permitía, aunque fuera con algún tipo de ayuda. Ahora hay que elegir en muchos casos entre ir a verlas y arriesgarse a contagiarlas aun sin saberlo, o a dejarlas en la soledad más absoluta.

Y eso por no hablar, una vez más, de la necesidad de contacto físico, de besos y abrazos, un bien que nunca valoramos como debíamos pero que hoy debería cotizar en Bolsa. A buen seguro que obtendría suculentos dividendos.

Esperemos que esto no dure mucho -ya es difícil hablar de que dure poco- y nos sirva de lección. Necesitamos la compañía de los seres humanos, de nuestros semejantes.

Hoy es un buen día para empezar. Seguro que hay algún familiar, amiga o amigo con quien hace mucho que no hablamos. Tal vez nuestra llamada es lo que necesita para amortiguar su soledad ¿Por qué esperar a que esto acabe para poner en práctica lo que hemos aprendido?