Se declaran democráticos, pero se valen de una democracia en la que no creen y acogen un voto de protesta contra las imperfecciones del sistema y del Estado de Derecho. El sentido totalitario y la intolerancia, pues, definen a una extrema derecha en auge.

En los Países Bajos, Austria, Italia, Hungría, Francia, Reino Unido, Suecia, Bélgica o Alemania influyen y tienen notable presencia. En nuestro país son grupos minoritarios y las personas afines, en buena medida, están instaladas en la derecha extrema del PP.

La ultraderecha no es un tsunami que arrase aunque la ola avanza. Finlandia ha sido el último lugar donde ésta se consolida. En este caso va a ser la tercera fuerza política del país nórdico. Estos partidos persuaden al desencanto e instrumentalizan los problemas derivados de la crisis financiera de 2008.

La desconfianza consigue que el personal se apunte al primer oportunista que lance soluciones simples a cuestiones complejas. El miedo hace de las suyas y algunos, de un modo u otro, lo aprovechan en su beneficio, como vemos en variados frentes.

La preocupación de este asunto radica también en que las tendencias nacionalistas conservadoras y la extrema derecha pueden sobresalir más aún en los años venideros. La inestable estabilidad europea sufre amenaza por estos avances ultraderechistas.

La retórica del populismo cala en el descontento popular, en la insatisfacción de los electores con los grandes partidos. O sea, que las posiciones radicales están servidas. Si la mayor parte de los ciudadanos no está en la mejor situación dadas las circunstancias, estas peligrosas inclinaciones acentúan la inquietud colectiva.

A todo ello debe añadirse la evidencia rotunda de un capitalismo feroz en las sociedades democráticas. Ahí se apoya la política antisocial de los gobiernos con la intención de abandonar una crisis que la gente de a pie nunca fabricó.

Vienen muy a propósito ahora unas declaraciones que el actor Carlos Hipólito hizo cuando interpretaba la obra de David Mamet, “Glengarry Glen Ross”, una pieza sobre el éxito a cualquier precio, la competitividad extrema o el precio de la ambición.

Dijo Hipólito que “el capitalismo feroz nos obliga a ir como galgos detrás de una liebre que resulta ser de trapo”. Así son las leyes del libre mercado. La ley de la selva o del más fuerte, donde siempre ganan unos y pierden otros. Las sagradas normas bendicen que las desigualdades sociales no desfallezcan en ningún momento.

Por si la juerga nos sabe a poco, los postulados de la ultraderecha europea hacen camino al andar. El partido de los Verdaderos Finlandeses se opone al rescate portugués. Debemos tener en cuenta, al margen de ese criterio, que los rescates económicos, patrocinados por la UE para países con hondas dificultades, son una forma de controlar más la soberanía de los pueblos. Aumentan las imposiciones y disminuyen las libertades de los individuos.

Marc Llorente es periodista y crítico de espectáculos