Fue en el mes de febrero del pasado año en un programa televisivo presentado por Pedro J. Ramírez y en contestación a una pregunta de una estudiante de Administración y Dirección de Empresas que quería saber las iniciativas que tomaría, como presidente del próximo Ejecutivo, para que los estudiantes que terminan sus carreras tuviesen asegurado un puesto de trabajo y los “emprendedores” garantizado el acceso al crédito. Rajoy, que escuchó con atención a su joven interlocutora, emocionado tal vez porque ésta se confesó votante de su partido, sólo acertó a decir: “Vamos a ver, eeeh, uuum... ¿Medidas para crear empleo? Bueno, la verdad es que me ha pasado una cosa verdaderamente notable, que lo he escrito aquí y no entiendo mi letra”.

No obstante, el hoy presidente de Gobierno, después de algún que otro titubeo y animado por el director del programa que incluso le sopló la idea de la bajada de las cotizaciones sociales de las empresas, se encontró a sí mismo dueño de nuevo de la situación y desveló la extraordinaria panacea de la que disponía su partido para solucionar el gravísimo problema del paro: animar la inversión. Y, una vez ya crecido tras su pequeño lapsus de lectura, se atrevió a dar las claves para que este bálsamo de Fierabras sanase nuestra maltrecha economía: generar confianza tanto en España como fuera de ella y facilitar el crédito a los eventuales emprendedores y, para conseguir ambas metas, una exigencia imprescindible, una condición sine qua non, el cambio radical en el gobierno del país, es decir, un triunfo del Partido Popular en las siguientes elecciones generales.

Y en estas estamos después de tres largos meses de gobernanza popular, de reformas, de recortes, de presupuestos partidariamente aplazados y de visitas para recibir las últimas “recomendaciones” de los gerifaltes de Europa, el crédito sigue sin fluir por las arterias de la economía doméstica y empresarial, la confianza de los españoles y de los europeos en España está al nivel más bajo de nuestra reciente historia democrática y la inversión, según los últimos indicadores ofrecidos por el Banco de España, están en caída libre -esta Institución habla de dinámica contractiva, de retroceso intermensual o de atonía; pero para entendernos, en caída libre-.

Sería de desear que Mariano Rajoy desentrañara los jeroglíficos que garabateó hace poco más de un año en aquellos papeles que llevaba consigo en el programa de Pedro J. Ramírez. Fueran las que fuesen las medidas que allí escribió y que no pudo posteriormente descifrar, seguro que serían mejores que las que ha tenido que improvisar desde que está ejerciendo el poder en nuestro país. Y estoy convencido de ello porque peores no podrían serlo jamás. Indicadores del Banco de España y de otras instituciones económicas nacionales y extranjeras, opiniones de organizaciones sindicales y sociales y, sobre todo, el sentir de la ciudadanía de a pie manifestada en todas las calles y rincones del país así lo atestiguan. Por el bien de todos que descifre aquellos papeles, es una emergencia nacional.

Gerardo Rivas Rico es licenciado en Ciencias Económicas