Se puede decir más alto pero no más confuso. En palabras del inefable obispo de Alcalá de Henares, Reig Pla, cuando un gay o una lesbiana hacen el amor en la intimidad de su dormitorio están destruyendo -¡ojo al parche!- el “auténtico patrimonio de la humanidad que está basado en la unión sacramental de un solo hombre con una sola mujer”. Ello quiere decir -si no lo he entendido mal- que, a juicio de este dignísimo prelado, el mero intercambio de fluidos que se produce entre dos personas adultas del mismo sexo que, por mutuo acuerdo y haciendo uso de su libérrima voluntad deciden mantener relaciones sexuales, puede hacer resquebrajarse los cimientos de la civilización.

El Palacio de Congresos de Madrid, donde se ha celebrado este fin de semana el VI Congreso Mundial de Familias, ha sido el lugar en el que han podido escucharse afirmaciones como la anterior y algunas otras de un más elevado -si ello fuera posible- contenido surrealista. El presidente de la organización estadounidense convocante del Congreso, Alan Sears, ha aseverado sin pestañear, por ejemplo, que el “programa homosexual” pretende “destruir la vida, redefinir el matrimonio y el significado de la familia y limitar las libertades de expresión y de fe”. ¡Ahí queda eso!, debió exclamar después de este desahogo el dirigente de Alliance Defence Fund (ADF) -que así se llama la homófoba organización norteamericana-.

Aún reconociendo la existencia de muy excéntricas asociaciones a lo largo del mundo, no tengo conocimiento de que exista alguna que, integrada por ateos, agnósticos o librepensadores en general, tenga por objetivo el de conseguir que los sacerdotes y monjas de la Iglesia Católica tengan, ineludiblemente, que mantener relaciones sexuales entre ellos, con terceras personas, de tipo homosexual o dentro de la más estricta “ortodoxia” heterosexual. La explicación es bien sencilla: a estos colectivos les da exactamente igual cómo deseen vivir -o no vivir- su sexualidad los profesionales de la religión ya que, en todo caso, lo único que les importa es que nunca se abuse de la inocencia de los menores y de que sean relaciones mutuamente consentidas entre adultos que tengan un mínimo de criterio.

¿Por qué esa obsesión de la Iglesia Católica -y organizaciones afines- en implantar su particular enfoque de la sexualidad a todos los miembros de una colectividad en la que conviven católicos con personas de otras muy diversas creencias y formas de pensar? Porque si se tratase exclusivamente de ofrecer pautas de conducta a sus fieles, allá cada cual con su manera de entender, interpretar y disfrutar, o no, las potencialidades de su propia existencia, pero, desgraciadamente, no es éste el caso. En este Congreso se ha llegado a afirmar que emplearán la política e, incluso los tribunales, para imponer a todos los ciudadanos su especial visión de la sexualidad y de la familia.

Bueno, tampoco sería necesario que hiciesen demasiado hincapié en esta pretensión porque los que ya tenemos algunos años sabemos de lo que son capaces cuando tienen la suficiente influencia en el ejercicio del poder político. Hace no demasiados años, excesivas personas terminaron con sus huesos en la cárcel, cuando no rechazados y marginados durante toda su vida, por tener una inclinación sexual que ellos entendían como “desviada”.

¡Ah! Uno de los más destacados ponentes del Congreso ha sido el actual eurodiputado del Partido Popular y ex ministro de Interior, Jaime Mayor Oreja, que centró su intervención en atacar el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo. Resulta altamente aclaratorio que, según las estimaciones realizadas por las organizaciones convocantes de este Congreso, se cifran en 500.000 los abortos realizados con el beneplácito de los gobiernos de los que Mayor Oreja formó parte. ¡Tres hurras por tan descarada hipocresía de unos y de otros que si no se enquista en sus almas es porque se confiesan y obtienen el exculpatorio perdón día si y día también! Son las ventajas de este fabuloso tinglado al servicio de la vileza, la ruindad, la indecencia y la indignidad.

Gerardo Rivas Rico  es licenciado en Ciencias Económicas