Hace casi año y medio -en diciembre de 2010- escribí en este mismo periódico un artículo -que titulé “El día después de la crisis”- en el que adelantaba el más que evidente devenir de los acontecimientos. A la crisis aún le queda, desgraciadamente, recorrido pero los que la desencadenaron y alentaron están consiguiendo sus objetivos y, cuando aquella abandone nuestras vidas, el panorama será bastante parecido al que describía en aquél artículo que, por su interés premonitorio, reproduzco extractado a continuación:
La mayoría de los países están siendo hoy gobernados [el día después de la crisis] por partidos políticos de la derecha neoliberal. A los electores, fuesen éstos poderosos rentistas, sacrificados trabajadores e, incluso, indigentes, no les ofrecían seguridad -decían- las devaluadas recetas social-demócratas y votaron en masa a los políticos neocon que les prometían soluciones drásticas y eficaces para salir de la crisis económica.

Los inversores internacionales, los mercados o -en definitiva- el Dinero ya no tiene miedo a las cuentas públicas de los países en los que invierte. Éstas han sido ya saneadas y no muestran preocupantes desequilibrios. El pánico a unos desorbitados gastos sociales que eran financiados con deuda pública, y que atenazaba las decisiones de inversión especulativa, ha desaparecido porque, sencillamente, las prestaciones y beneficios sociales han quedado reducidos a su mínima expresión.

El panorama económico, por tanto, ha quedado despejado. Los paraísos fiscales han consolidado sus posiciones, las grandes fortunas siguen disfrutando de un privilegiado trato fiscal, los mercados campan por sus respetos sin regulación ni control efectivo y, lo que es más importante, el Estado de bienestar, que era el origen de todos los desequilibrios financieros y el provocador de las graves incertidumbres en los mercados ha, prácticamente, desaparecido.

El neoliberalismo económico ha ganado la batalla. Los poderosos, que son los grandes beneficiados de este sistema, sabían desde un principio que convencer en una democracia a la gran masa perjudicada es tarea relativamente fácil si se dispone de potentes medios de comunicación y, sobre todo, de una total falta de escrúpulos para la mentira, el engaño, la confusión o el señuelo.

Así que éste es el panorama con el que nos encontramos tras años de sacrificios, de incertidumbres y de haber soportado los nefastos efectos de una crisis que en modo alguno provocamos. Despido libre sin prestación de desempleo, Sanidad privada -el intento de Obama de hacerla pública en su país se estudia en los libros de texto- planes de pensiones también privados y total libertad para elegir la edad de jubilación ... si se dispone de medios para mantenerse a sí mismo hasta el final de su vida. ¡Viva el neoliberalismo salvador!

Hasta aquí el extracto del artículo de 27 de diciembre de 2010 que está resultando premonitorio de lo que habría de ocurrir. Veamos, si no, la experiencia en nuestro país.

Después de una legislatura -la pasada- en la que la mentira, la manipulación y la falsedad en forma de promesas de solución con respeto a los derechos ciudadanos fueran utilizadas hasta la nausea, el Partido Popular -la derecha neoliberal- fue aupada por los electores a unas cotas de poder nunca alcanzadas en nuestra reciente democracia y, en poco más de cien días, las cuentas públicas están en vías de sanearse a costa del Estado de bienestar, los paraísos fiscales siguen campando por sus respetos, los mercados actuando impunemente e imponiendo sus leoninas condiciones, las grandes fortunas disfrutando de un privilegiado trato de favor cuyo paradigma ha sido la posibilidad de aflorar el dinero estafado a todos sin sanción, recargo o intereses de demora al módico precio de un 10% de lo defraudado, la Sanidad y la Educación en un tris de dejar de ser públicas, universales y gratuitas y, para finalizar aunque no será lo último, las condiciones laborales de los trabajadores -que a golpe de Decreto se acercan cada día más a la semiesclavitud- se dejan al socaire de la clase empresarial a la que se le ha otorgado casi todo el poder decisorio en las relaciones de trabajo.

No se si tendré el mismo nivel de acierto -aunque lo deseo- en un nuevo vaticinio, pero presiento que, si el neoliberalismo termina triunfando en el mundo occidental, los ciudadanos -para los que ya no valdrán ni las censuras, ni las limitaciones de derechos para mantenerlos ignorantes y domesticados- tomarán conciencia de ser unos meros instrumentos en manos de un poder al servicio de una minoría explotadora que acapara la riqueza que ellos generan y acabarán por rebelarse. De cómo se reconduzca esta revolución dependerá la estabilidad mundial. ¡Esperemos que sepamos hacerlo!

Gerardo Rivas Rico es Licenciado en Ciencias Económicas