“El Gobierno le ha dado a ETA legitimación y legalidad después de sus asesinatos. Ya nos gustaría que Zapatero usara la misma vara de medir que usa con el asesino terrible de Noruega, que hay que condenar sin duda; con otra vara está legitimando a 900 asesinatos que se han producido a lo largo de estos años” por parte de la banda terrorista, ha afirmado Mayor Oreja en una entrevista en la COPE. El eurodiputado se pasa la vida retorciendo la palabra, los argumentos, el quehacer antiterrorista del gobierno. Es evidente que no lo hace ni por ignorancia ni por convicción. Lo hace por obscenidad, por perversión mental, por desprecio a las víctimas a las que tanto presume de honrar y por una maldita indiferencia hacia la sangre derramada. Ante una corrupción de la democracia como la que proclama Mayor Oreja, no merece más que el desprecio más absoluto. Este visionario catastrófico de la existencia española debería ser expulsado para siempre de su formación política por destructor de la paz y por corrupto irredento.
“El gobierno mantiene una comunidad de intereses con ETA para perpetuarse en el poder” Esta aseveración es una blasfemia contra la democracia. Y a Mariano Rajoy debería faltarle tiempo para expulsar a Mayor Oreja de las filas del Partido popular para librarse de la vergüenza y la humillación de tener entre sus filas a alguien que destroza la palabra hasta fusilar su grandeza, como elemento de convivencia. Rajoy no ha sabido definirse en el caso Camps o en la gürtel. Pero es aún más bochornoso que no se atreva a tomar una decisión purificadora con respecto a Mayor Oreja.
España está manchada de sangre. Todos llevamos reliquias de amargura en nuestras almas. Pero que un miserable como Mayor Oreja asegure que nuestro propio gobierno democráticamente elegido es cómplice de tanto dolor lo convierte en un ser digno de ser expulsado a las afueras de la plaza grande de la palabra donde tratamos de convivir como artífices de la libertad y la historia.
¿Esto es política? Más bien es la escoria última de una dictadura en la que se vivía en una gozosa placidez
Rafael Fernando Navarro es filósofo
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