Si la primera tanda de películas dejó el listón alto, los siguientes días han traído joyas inesperadas, decepciones puntuales y más de una propuesta difícil de clasificar.

Exploramos el terror asiático en Dollhouse, un delicioso J-Horror sobre una madre repleta de dolor por la accidentada muerte de su hija. Lo que en un inicio puede recordar a Servant, ya que deciden comprar una muñeca para que la madre pueda afrontar el duelo, pronto muta en una historia de espíritus malditos cuando descubren que tiene vida. Mucho más cerca de Ringu —manteniendo referencias directas—, que de Anabelle. Una propuesta modesta pero llena de encanto.

Menos afortunada fue Delivery Run, que prometía ser un El Diablo sobre ruedas versión quitanieves, pero sus escenas de acción resultan demasiado planas como para mantener la adrenalina y su propuesta sobre la supervivencia de la clase trabajadora en un mundo hostil no luce tanto. 

En cambio, Man Finds Tape juega con el formato del mockumentary y el found footage para narrar la extraña transformación de los habitantes de un pueblo. Su mezcla de terror y ciencia ficción es interesante, aunque la tensión se diluye en momentos clave al anticiparnos con el formato entrevista quién sobrevive. 

Entre las grandes sorpresas, New Group se erige como una de las joyas bizarras del festival. Una sátira delirante que recuerda al universo de Junji Ito en su apuesta por lo absurdo y surrealista para generar terror y comedia y lanza una crítica mordaz al pensamiento gregario. Divertida, grotesca e inquietante a partes iguales.

El terror con sello árabe llegó de la mano de Roqia, una historia de exorcismos y fanatismo islámico narrada desde una perspectiva profundamente creyente. Su ritmo pausado y tono realista la diferencian y convierten en una propuesta valiente. A continuación vimos Osiris, justamente lo opuesto y que pese a su despliegue de testosterona y tiroteos, termina siendo un ejercicio de acción tan plomizo como ruidoso. Ni siquiera el duelo a cuchillos logra salvarla del tedio.

Por su parte, Bugonia —una suerte de sátira sobre el negacionismo y las teorías conspirativas— ha mostrado un Yorgos Lanthimos más contenido, pero igualmente afilado. Menos manierista y más narrativo, el resultado es un drama divertido y mordaz que se disfruta incluso sin ser fan del director.

Entre los títulos más esperados, The Black Phone 2 cumplió las expectativas de los fans de la primera entrega. Derrickson vuelve a combinar terror y emoción en una secuela que mantiene el espíritu, con ecos de Pesadilla en Elm Street y homenajes a Viernes 13. Su necesidad de verbalizar de más es lo que más le pesa, a veces un gesto vale más que mil palabras. 

El festival también reservó espacio para la experimentación con Obex, una propuesta de estética retro-tecnológica que mezcla terror, comedia y aventura donde un hombre se adentra en un vídeojuego para rescatar a su perrita. Una película que nos recuerda que no podemos perder la vida encerrados delante de una pantalla.

Hellcat prometía más de lo que ofrecía: su narrativa se estanca y el clímax nunca llega. Por mucho que nos haya gustado la criatura final, fue una gran decepción. Mejor fortuna tuvo The Curse, otro exponente del J-Horror, que deslumbra en su primera mitad con una atmósfera malsana muy trabajada pero que deriva en un delirio visual y narrativo sumado a  un abuso del CGI que no convence a todos.

Dentro del programa Woman in Fan pudimos ver Find Your Friends, donde vemos como las vacaciones de un grupo de amigas se acaban convirtiendo en una lucha por la supervivencia cuando unos hombres deciden castigarlas por divertirse. Un rape&revenge que sabe manejar la tensión y que ha sido celebrado por su parte final. No obstante, resulta polémica por su representación de las mujeres —en todos los aspectos—. 

El cierre emocional lo puso La Larga Marcha, la película que clausura el Festival. Basada en una novela de Stephen King, narra la historia de un grupo de jóvenes que emprenden una caminata inhumana arriesgando a ser asesinados si se detienen. Una distopía sobre  un régimen autoritario que arrebata la esperanza de sus ciudadanos. Dura y profundamente conmovedora, mantiene el pulso toda la película a través de los vínculos de sus personajes. Una de las más potentes del certamen.

Ya en tono más desenfadado, Night Patrol presentó una guerra entre policías vampiros (y racistas)  y un barrio de raíces zulú, divertida y excesiva aunque irregular. Y Mārama, desde Nueva Zelanda, aportó elegancia con su terror victoriano de identidad maorí, visualmente impecable.

La sesión sorpresa, The Restoration in Grayson Manor, puso el broche final: comienza en lo más alto, con una escena de gore serie B, pero se desinfla con rapidez. Aun así, un cierre simpático para un festival que este año ha sabido equilibrar el susto, la risa y la reflexión.