Solo hace falta darse un paseo por las redes sociales o por algunos medios de comunicación para advertir noticias falsas, publicaciones que no es que estén mal informadas, si no que deliberadamente buscan trastocar la opinión pública, contaminando las mentes con datos irreales con los que causar daño.

Esta práctica no es nada nueva, de hecho, como la mentira siempre deja su huella, hay falacias que han pasado a la historia como historias verdaderas. Lo vemos desde tiempos bíblicos con episodios como la entrega de la túnica de José, en el que los hijos de Jacob fingen haber perdido a su hermano José cuando en realidad lo habían vendido como esclavo.

Las noticias falsas aparecen incluso en los textos bíblicos como en la historia de José aquí representada por Velázquez.

Uno de los ejemplos más evidentes lo encontramos al final de la Edad Media cuando en Castilla comenzó a circular un libro difamatorio contra los judíos, llamado Alborayque.

Este libelo cargaba tintas contra los judeoconversos a los que se acusaba de todo tipo de maldades, muchas de ellas son sencillamente fantasías pero también aprovechó el autor anónimo de esta publicación para imputar a esta comunidad sucesos del momento como el incendio de Valencia en el año 1447.

El alborayque se supone que era el ser mitológico con el que Mahoma subió a los cielos, pero en el fondo esta publicación lo utiliza para buscarle un sentido peyorativo con el que compararlo a los judíos conversos.

En esta misma línea el invento de la imprenta supuso una auténtica revolución. La rapidez con la que se difundían tales publicaciones era mucho mayor y no tardó en crearse lo que se ha llamado “la guerra de papel” de la que salieron: las octavillas (por ser impresas en una octava parte de un pliego de papel), los folletos (que es un diminutivo de folio), los panfletos (que deriva de unos versos amorosos pero en realidad se usa para todo lo contrario) y los papeles volantes, que están destinados a ir pasando de mano en mano. De hecho tiene su equivalente en inglés pero nosotros seguimos diciendo volantes porque queda muy raro decir que el médico te ha dado un flyer para ir al especialista.

Los libros propagandísticos también se usaron contra España, por ejemplo, esta ilustración de Théodore De Bry trata de desprestigiar el papel de los españoles en América, pero tiene tal imprecisión que Colón sale vestido con ropas de dos siglos después a las suyas

En estos dimes y diretes nos encontramos a cronistas como José Pellicer, a escritores como Juan de Jáuregui y poetas como el propio Quevedo, el cual además de participar en la guerra propagandística fue víctima de ella, pues erróneamente se le dio por asesinado en 1639 cuando en realidad tan solo había sido detenido.

Más graves sin embargo fueron las difamaciones contra el capitán Alonso de Contreras, un aguerrido espadachín que justo cuando se hartó de las armas y decidió hacerse ermitaño en el Moncayo fue acusado de ser el rey de los moriscos.

Estas calumnias supusieron un juicio en el que Contreras tuvo que remover Roma con Santiago para demostrar su inocencia, esto hizo que fuese un tipo tan popular que el mismo Lope de Vega  le dedicó la comedia El rey sin reino.

En otras ocasiones las noticias falsas lo son por una cuestión de estado y para entenderlo baste recordar la muerte de Juan I de Castilla, un monarca que se descalabró haciendo cabriolas con su caballo en unos festejos de Alcalá de Henares y que sin embargo no se dijo que muriese así.

El trompazo que se metió el rey le dejó seco en el acto, pero el arzobispo de Toledo, Pedro Tenorio, anduvo listo y trazó una estratagema. Dijo que el rey estaba herido, pero no muerto, o al menos no lo estaría hasta que se arreglase el problema sucesorio.

Juan I el rey que falleció varios días después de haber muerto

Tenorio como buen arzobispo estaba bregado en política y sabía que la repentina muerte del rey con un heredero menor de edad podía liar la marimorena en Castilla, por ello hizo custodiar el cadáver del monarca con una especie de hospital de campaña y allí protegido de curiosos parlamentó con la viuda sobre cómo pasar la corona al príncipe Enrique. De tal manera que cuando se tuvo claro el cambio de gobierno se anunció la muerte de Juan I, eso sí, habían transcurrido ya varios días desde que el rey pasó a mejor vida.