El destierro que los gordos sufren en nuestra sociedad de consumo se hace más palpable en verano donde el sobrepeso parece un crimen imperdonable. Por ello hoy nos ocupamos de Sancho I de León, un rey que plantó cara a su peor enemigo, la obesidad.

Es fácil pensar que los kilos de más es un problema solo de nuestros días pero la historia nos demuestra que no es así. En el siglo XVI caballeros como el extremeño Luis Zapata dejaron por escrito su calvario para perder peso:

 “No cené en más de diez años, sino comía al día una sola vez; nunca bebí antes ni después vino, con lo que se engorda mucho; no comí en grandísimo tiempo cocido; anduve algún tiempo vendado el cuerpo, dormí algunas noches con grebas para enflaquecer las piernas; vestía y calzaba tan justo que era menester descoser a la noche las calzas para quitármelas”

En estas amargas quejas Luis de Zapata se lamenta del impedimento que supone estar gordo en los saraos y los bailes de las damas de la corte. No obstante, si para alguien la obesidad fue un verdadero problema ese fue Sancho I de León, más conocido como “el Crasso” (es decir, el gordo).
Para conocer su historia nos remontamos al siglo X, y más concretamente a 951, cuando su padre Ramiro II, dejó la corona en manos de Ordoño III, hermano Sancho (aunque de distinta madre).

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Ramiro II, llamado “el diablo” por los andalusíes dejó un reinado lleno de intrigas a sus dos hijos Ordoño y Sancho.

Ambos hermanos acabaron a tortas por la corona y la verdad es que al pobre Ordoño no pararon de crecerle los problemas. Rebeliones en Galicia, guerra con Navarra, incursiones desde el Al-Ándalus y para colmo el enfrentamiento con su suegro Fernán González que se declaró conde independiente de Castilla… en fin, que León se convirtió en tal berenjenal que no es de extrañar que Ordoño durase tan solo 5 años en el trono, dejando este mundo con 30 primaveras.
 
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Ordoño III hermano de nuestro protagonista

Mientras tanto Sancho, logró su ansiada corona y fue nombrado rey en el año 956, sin embargo no duraría mucho más en el trono pues victima de las intrigas que le alzaron al poder cayó en desgracia. ¿Cuál fue la principal excusa para arrebatarle el trono? Estar hecho un ceporro, es decir, que su obesidad era el problema fundamental para reinar.
 
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Sancho I pintado por Alonso Cano


Los nobles se amparaban en que un monarca con el que no podían los caballos difícilmente sería buen guerrero, a resultas de lo cual, Sancho fue depuesto en favor de su sobrino Ordoño IV, un rey títere que además de más delgado era sobretodo más manejable por la nobleza.
Nuestro joven protagonista, recordemos que Sancho tenía 21 años, no se dio por vencido y pidiendo ayuda a su abuela Toda de Pamplona encontró una solución. Viajar al Al-Andalus para ponerse en forma.
Toda, que era una de las mejores negociantas de la Edad Media, propuso un trato al califa de Córdoba: el servicio del mejor de sus dietistas a cambio de tres plazas del reino de León. Abderramán III no tardó en poner a Sancho en manos del médico jienense Hasday ibn Shaprut con el que decir adiós a esos kilos demás.
 
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Más allá de las dietas Hasday ibn Shaprut fue una de las figuras insignes en el pasado sefardí de nuestro país ganándose por ello el reconocimiento calles y monumentos con su nombre


El método de este médico judío no está del todo claro, y se dice incluso que tuvo al muchacho a base de infusiones durante 40 días, pero sea como fuere lo cierto es que la dieta funcionó.
Tras su estancia en la capital andalusí Sancho lució tipazo ante sus tropas y estas lograron tomar la ciudad de Zamora en 959 y León un año después León, devolviendo a Sancho la corona que sus michelines (y sobre todo la mala leche de los nobles) le habían hecho perder.