Es frecuente, y yo diría que fácil, criticar a los poderosos, básicamente por dos motivos: Por el abuso que a menudo hacen de su estatus y porque la distancia que nos separa nos hace ser más críticos con ellos.

¿Pero qué pasa cuando es el pueblo llano el que nos ruboriza? ¿Qué sucede cuando son nuestros semejantes los que nos avergüenzan?

La historia nos demuestra cómo la cara amable de la sociedad tiene un envés tan irracional como peligroso y de la misma manera que, movida por un sentimiento irracional, toda una multitud se puede volver solidaria y aportar su tiempo, dinero y esfuerzo a una causa de la que no obtiene ningún beneficio, puede tornarse cruel y despiadada sin sacar más rédito que daños y sufrimiento.

Antisemitismo en España

El antisemitismo en España es un claro ejemplo de la absurdez del fanatismo. En la imagen la revuelta antijudía de 1391 pintado por Josep Segrelles

Donde más ha destacado el populacho ha sido en los linchamientos públicos, ahora ya prohibidos, pero cuya historia es tan larga que no es de extrañar que de algún modo siguiese latente y haya ido a aflorar en las redes sociales, donde las soflamas de matar o torturar a quien sea están a la orden del día.

El escarnio o la vergüenza pública tenía dos vertientes fundamentales, en primer lugar servir de lección al sentenciado y a la vez de aviso al resto de la población, pero no podemos olvidar una perversidad añadida, la de hacer al pueblo llano verdugo de sus congéneres.

Detalle de la vista de Sevilla de Joris Hoefnagle

El escarnio público caló tan hondo en nuestra sociedad que seguimos utilizando expresiones “poner a alguien en la picota” o “ser un pringao” que derivan de condenas de vergüenza pública. En la imagen un detalle de la vista de Sevilla de Joris Hoefnagle

En la antigüedad ya se aplicaba este tipo de escarmientos, como por ejemplo en la crucifixión, que en contra de lo que nos ha transmitido la iconografía cristiana, no se hacía en lugares apartados, si no en cruces de caminos, a las entradas a las ciudades y en definitiva en escenarios donde más concurrencia hubiese.

En la Edad Media volvemos a ver ese tipo de castigos en ordenanzas municipales como la de Gernika de 1455-1514 donde se humillaba en la plaza pública a los delincuentes por hurto o en el concejo de Madrid de 1489  donde se sentenciaba a los carniceros que vendían “carne hedionda” a “ser traído a la vergüenza por esta Villa y sus Arrabales".

Este tipo de paseos infamantes se hacían también con los condenados por alcahuetería, por adulterio, por homosexualidad… e infinidad de penas que por supuesto aumentaron con la llegada de la Inquisición, que sabedora del daño que provocaba la difamación pública no dudó en aplicarla a la menor ocasión.

Estampa de Goya

¿En la vergüenza pública quién era más cruel, la Inquisición con su condena o el pueblo llano que la ejecutaba? “No hubo remedio” estampa de Goya.


El problema de dejar en manos del pueblo este tipo de vejaciones es que incita a un comportamiento fanático e irracional que a los dirigentes miserables siempre les ha venido de perlas. Aunque también se les ha ido de las manos en más de una ocasión.
De las arengas inquisitoriales pasamos a uno de sus grandes valedores, Fernando VII, quien además de haber vendido la corona de España (y por ende a todos los españoles) por una pensión vitalicia ofrecida por Napoleón, tuvo la indecencia de fomentar hordas violentas que capitaneadas por el conde de Montijo no dudaron en matar al guerrillero Pedro Fernández el Zurdo en plena plaza Mayor de Madrid, para luego arrastrar sus vísceras a la cárcel de Corte insultando y amenazando a los constitucionalistas que poco antes habían sido apresados.

Así podríamos seguir con el asesinato del cura Matías Vinuesa, asesinado a martillazos por una caterva de fanáticos en 1821, o el gobernador Isidoro Gutiérrez de Castro descuartizado por la muchedumbre en la catedral de Burgos en 1869, por no hablar de todas las barbaridades cometidas por ambos bandos en la Guerra Civil y la revancha franquista durante la posguerra llegando a rapar y emplumar mujeres como no se veía en España desde tiempos de la Inquisición.

Mujeres rapadas

No solo en España, también fuera de ella se rapó a infinidad de mujeres por el mero hecho de dar gusto al populacho irracional. Fotografía: Carl Mydans

Pero no nos engañemos, la gentuza, los fanáticos, los estúpidos en general, no obedecen solo a sus instintos primarios, suele haber un poderoso miserable sacando tajada de este bestialismo ¿quién? Según la historia exactamente los mismos a los que no les gusta que el pueblo tenga educación y criterio propio.