Sobre la tesis doctoral de Pedro Sánchez se han dicho muchas cosas estos días. Como respuesta estratégica, el presidente del gobierno ha publicado el trabajo por el que se convirtió en Doctor en Economía. Bien.

No obstante, quienes exigen la máxima transparencia en este sentido deberían emplazar al jefe del ejecutivo a comparecer en la televisión pública y hablarnos, durante horas, de su principal trabajo de investigación.

Pese a que se presenta como una exageración, esta propuesta no es del todo peregrina: quienes hemos presentado una tesis después de un largo trabajo en solitario sabemos que la prueba televisiva debería ser relativamente asequible para cualquier doctor, salvo por el previsible miedo escénico. Pues quien cumple con la misión de una tesis está capacitado para hablar durante días sobre su tema, su materia favorita, un campo tan codiciado como, en muchos casos, objeto de un odio que es mezcla de temor y de Síndrome de Estocolmo.

Realizar una tesis doctoral es una carrera de fondo, de soledad y de superación. De cientos, de miles de horas de lectura apasionada, de apuntes y de deducciones. De análisis de datos, de estadísticas repetidas una y otra vez para encontrar algún tipo de relación entre las conclusiones de las teorías y las relaciones entre las variables estudiadas. De relectura de los autores clásicos, de búsqueda de las últimas investigaciones. De viajes y estancias en universidades extranjeras para enriquecer lo estudiado. De contactos con todo tipo de colegas para futuras colaboraciones. De congresos con fechas tope de entrega que dificultan el trabajo principal…

No pocos doctorandos han sufrido depresiones, crisis de ansiedad y problemas de estrés antes y después de superar este ejercicio que, en definitiva, sirve para demostrar que sabes investigar de manera más o menos científica. El día de lectura o defensa de la tesis ante un tribunal representa un trámite frecuentemente previsible, pues el candidato ha superado todo tipo de pruebas previas. Y, además, ha logrado superarse a sí mismo.

De lo publicado estos últimos días se deduce que el trabajo doctoral del presidente del gobierno adolece de la falta de algunos de los requisitos mencionados. Todo ello indica que el Pedro Sánchez investigador no será nunca objeto de admiración. Su contribución a la ciencia social económica no va a ser decisiva. No optará a grandes premios ni iluminará a sus discípulos, si acaba teniéndolos.

Pero una cosa es este último hecho y otra, la estrategia de caza y captura de la que está siendo objeto. Una persecución política y periodística en la que se ofrece la parte por el todo para sembrar dudas en un electorado desencantado casi congénitamente y, además, para reforzar la rabia de quienes consideran al jefe del ejecutivo, como también se hizo con el presidente Zapatero, un presidente ilegítimo. En este caso son muchas las pruebas que indican que no hay ‘Watergate’ universitario posible.

La irresponsabilidad de la élite política española ha dado lugar a una racha de enfrentamientos entre partidos, líderes y candidatos que podría ser infinita. Títulos bajo sospecha, enfocados por medios periodísticos más volcados en una causa política que en la del rigor profesional, acusaciones, rumores, bulos y, sobre todo, inexactitudes informativas.

Entretanto, el desempleo parece haberse estabilizado en el 15% de la población, el modelo productivo español y sus desequilibrios nos abocarán a una nueva crisis económica. Otros desafíos, como los del cambio climático, albergan un futuro en el que la incertidumbre producirá criaturas iguales o peores que las del este de Europa y Estados Unidos.

La guerra de los títulos, esta inútil ‘tangentópoli’ académica parece la tormenta perfecta para que los partidos mayoritarios sigan sin hacer prácticamente nada. Y para que quienes penden de un hilo por su implicación en la industria de los títulos del Instituto Público de la Rey Juan Carlos no tengan que despeinarse siquiera. Porque, no lo olvidemos, mientras Sánchez ha colgado su cuestionado trabajo doctoral, Pablo Casado sigue sin dar respuesta alguna.