El 28-A tendrá múltiples lecturas en Cataluña. Muchas guerras a decidir en una sola jornada electoral.  Las elecciones generales servirán para conocer el grado de recuperación del PSC como fuerza electoral imprescindible para una victoria del PSOE; también para saber si Pedro Sánchez podrá contar con ERC como socio de gobierno asequible; a la vez, serán una prueba de fuego para Inés Arrimadas en su apuesta por la política española y para Cayetana Álvarez en su papel de salvadora del PP catalán; los Comunes buscan simplemente la supervivencia como aliados seguros de los socialistas y, finalmente, los comicios constituirán una reválida para comprobar si el legitimismo de Puigdemont mantiene el atractivo sentimental para seguir dominando a los republicanos o cede con estrépito ante el empuje de Junqueras.

De esta campaña nadie puede esperar que vaya a salir ninguna propuesta concreta para atacar el fondo del conflicto político catalán. Los socialistas más que una propuesta tienen un método, el diálogo como alternativa al 155 y a la unilateralidad. Y de ahí no se moverán. PP y Ciudadanos tampoco variarán su discurso de la dura ley como remedio milagroso, con la variante específica de Arrimadas, que ha hecho de la guerra a TV3 su particular campo de batalla, y que debe enfrentarse directamente a Cayetana Álvarez, mucho más atenta a la persecución del nacionalismo allí donde esté, comenzando por la universidad y los “niñatos consentidos” que la boicotean. Los Comunes adornan el diálogo del PSC con un baño de soberanismo moderado que inquieta a sus futuros socios.

La novedad, de producirse, se materializará en el campo independentista, porque entre ERC y JxCat se juegan algo más que unos cuantos diputados de diferencia en el Congreso. Los dos socios del gobierno de Quim Torra se disputan la dirección del independentismo y lo harán especulando con la salud y la paciencia política de Pedro Sánchez. Las dos candidaturas llevan por cabeza de cartel a dos dirigentes encarcelados (Oriol Junqueras y Jordi Sánchez), a quienes el Tribunal Supremo les ha denegado el permiso para desarrollar su campaña en libertad. En igualdad de condiciones patrióticas, la distinción vendrá dada por las líneas rojas o los cheques en blanco que puedan presentar al líder del PSOE para formar un eventual gobierno.

La número dos de JxCat, la ex consejera de Cultura, Laura Borràs , será la voz de la pareja Puigdemont-Jordi Sánchez y difícilmente rebajará su pretensión de que el líder del PSOE abrace el derecho de autodeterminación como fórmula innegociable para resolver el conflicto en Cataluña y, por tanto, como peaje para volver a ocupar la Moncloa. Aunque conocen la respuesta negativa de los socialistas a esta aspiración, no pueden modificar sus términos porque éstos --y su apuesta por mantener la tensión institucional-- constituyen la diferencia substancial con el discurso actual de ERC.

ERC quiere ahora, según su número dos, Gabriel Rufián, dos referéndums, el de la independencia y el de la república española, aunque pesan más las cartas de Junqueras desde la cárcel, en las que subraya su voluntad de facilitar la investidura de Sánchez sin exigencias inalcanzables.  El miedo al gobierno de toda la derecha es alto, pero también el temor a un escenario en el que el PSOE no precise de sus votos para la investidura, como apuntan algunas encuestas.

Y para ser imprescindibles, los republicanos necesitan impedir que algunos de sus votos puedan optar por el candidato de los Comunes, Jaume Asens, perfectamente reconocible como soberanista y como aliado seguro de Pedro Sánchez. Son dos tipos de voto útil, sutilmente diferenciados; el de los Comunes, exigente para que los socialistas gobiernen desde la izquierda; el de ERC, exigente para que el PSOE no se olvide del diálogo.

En función de cuál vaya a ser la preferencia de los soberanistas pragmáticos, a ERC le puede costar la victoria electoral en Cataluña que le conceden los sondeos y a los Comunes le podría suponer una caída notable en la tabla clasificatoria. Al acecho de todo voto útil está también el PSC, cuya aspiración de volver a ganar unas elecciones generales pasa por convencer al electorado de la escasa fiabilidad que merece ERC como socio de gobierno, dada la reciente experiencia de los presupuestos generales, y del rol subsidiario que van a tener los Comunes si todo sucede como vaticinan las encuestas.