Unidas Podemos y Ciudadanos nacieron bajo el paraguas de la “nueva política”, una especie de eslogan maximalista que entonado sobre el atril y con la viveza de las grandes remontadas era capaz de vencer al caciquismo implantado por un bipartidismo reinante y feroz en nuestro país.

Y lo consiguieron. Tanto la promesa de “ni rojos ni azules” como la de “asaltar los cielos” convencieron a gran parte del electorado, haciendo que los dos partidos fuertes del momento se tambalearan y vieran el ascenso de sus rivales como una amenaza real. Dos formaciones aupadas por el paroxismo con el que infundían ánimos a todo aquel que remara en la misma dirección en su singladura particular y por el desgaste nulo al no haber acariciado ningún tipo de cuota de poder.

Ahora, más allá de la aritmética y el apoyo en los comicios, sendos grupos tratan de hacer frente a la crítica interna. Mientras el giro a la derecha de los naranjas se ha vivido con extrañeza por los dirigentes que apostaban por continuar en el centro del tablero abanderando el viejo tópico del “sentido común”, el personalismo de Iglesias al frente de una estructura en caída libre se ha puesto en cuarentena por los pocos que, todavía no defenestrados, se atreven a levantar la voz.

Ciudadanos ha sido capaz de guardar los asuntos propios en el cajón más tiempo que Podemos. A nadie se le escapa aquella foto de Vistalegre I en la que Pablo Iglesias, rodeado de su hoy proscrita cúpula, se daba un baño de masas entre abrazos y apoyos de sus feligreses. Cuatro años más tarde, ni rastro de Juan Carlos Monedero (salvo cuando alecciona en tono paternalista a cualquiera en un plató de televisión), Carolina Bescansa, Luis Alegre, Tania Sánchez o Íñigo Errejón (su ruptura más dolorosa).

Monedero, Iglesias y Errejón en Vistalegre I

Ahora es Rivera quien se enfrenta a los díscolos con mano firme. Haciendo gala de la misma escuela que su homólogo, el líder naranja se atrinchera en su posición cuando aquellos que no responden al oficialismo marcado por la cúpula critican sus actuaciones. Manuel Valls prendió la mecha y Toni Roldán la hizo volar. Tras ellos, se han unido Javier Nart, Juan Vázquez y el fundador Francesc de Carreras, que no dudó en tildar a su ‘hijo político’ de “adolescente caprichoso” antes de marchar.

Eso por no comentar que las voces discordantes son menos cuando el proceso de elección se criba en función del apego personal. Son muchos los candidatos que no consiguieron ganar sus respectivas Primarias los que ahora no dudan en hablar de “dedocracia” naranja o “estado semifascista”. Pasó, y se pilló en Castilla y León. Los peritos informáticos y la reticencia del Comité de Garantías a entregar la documentación solicitada hacen presagiar que también ha existido un desfalco de votos en plazas como Murcia, Cantabria o Madrid.

La fuerza de un partido se demuestra cuando son capaces de superar sus lideratos. El PSOE superó a Felipe González y a Zapatero, el PP dejó atrás (aunque no del todo) la estela de Aznar. Ahora, con Rivera e Iglesias en el disparadero, la reflexión es sencilla.