Por inaudito que pueda parecer a cualquier persona cuerda e informada, Quim Torra se supera a sí mismo de manera incesante. Lo lamentable es que esta constante capacidad de superación siempre es para lo negativo. Es manifiesta su incapacidad no ya para gobernar sino incluso para llevar a cabo una gestión mínima de las enormes competencias que tiene atribuidas la Generalitat.

Pero todo esto no es lo peor. Lo es su incontinencia. Me refiero, al menos por ahora, a su ya ampliamente demostrada incontinencia verbal, en la que no puedo dejar de incluir sus propias alusiones públicas a otras supuestas incontinencias del personaje.

Activista impenitente y radical, Quim Torra no parece estar dotado de muchas luces pero es un agitador social sistemático, que parecería mucho más lógico que perteneciera a alguna formación antisistémica y extremista que a un grupo político heredero directo de la ya extinta CDC o CiU que, con Jordi Pujol al frente, durante las últimas décadas encarnó a la perfección al histórico nacionalismo catalán conservador, burgués y menestral, integrado sobre todo por de la “gente de orden de toda la vida”.

Uno de los muchos fenómenos que deberán ser estudiados por los futuros analistas históricos del maldito “procés” será cómo ha sido posible que una inmensa mayoría de aquella “gente de orden de toda la vida” se dejó embarcar en una aventura política tan alocada e insensata como esta absurda vía unilateral a la secesión de Cataluña, que ya de antemano estaba condenada al más rotundo de los fracasos. Uno de los elementos que deberán estudiar con detalle los futuros analistas será, sin lugar a dudas, cómo alguien como Quim Torra no solo pudo llegar a ser elegido para presidir la Generalitat sino que ha sido aceptado en el cargo por tanto y tantos ciudadanos que parecen sensatos.

El que por ahora es el último despropósito verbal de Quim Torra nos ha llegado de una de sus tan habituales recomendaciones en Twiter. Aconsejaba Torra una lectura atenta de una entrevista que el digital separatista Vilaweb le ha hecho a Paul Engler, director del Center for the Woorking Poor y coautor, con su hermano Mrk, del Manual de desobediencia civil. De entrada no deja de ser ya extraño que todo un presidente de la Generalitat, y por consiguiente máximo representante del Estado en Cataluña, recomiende a sus seguidores la lectura de un autor de estas características. Mucho más extraño es que en la entrevista antes mencionada el tal Paul Engler diga también que “si los catalanes queréis ganar tenéis que polarizar mucho más y aceptar altos niveles de sacrificio”. El propio Torra insiste en Twiter al respecto, haciendo suyas otras palabras de Paul Engler: “Morir como un mártir es inherente a los movimientos ganadores. No deseas que suceda, pero es inevitable una vez que aumentas la tensión”.

Esta apelación insensata e insana a la necesidad del martirio me parece el colmo de la desfachatez moral, personal, intelectual y política a la que ha llegado Quim Torra. ¿A qué se refiere cuando apoya y defiende la insensatez de quien promueve “morir como un mártir”?

Si Quim Torra es realmente tan partidario de llevar a la práctica los consejos que el tal Paul Engler da a los partidarios catalanes de la desobediencia civil, ¿por qué no se los aplica él mismo y muere como un mártir? ¿Por qué no se inmola Quim Torra? ¿Por qué preconiza el martirio de sus seguidores y no el suyo propio? Pero no puedo dejar de recordar que uno de los referentes que Quim Torra ha admirado siempre entre los separatistas catalanes de los años 30 del siglo XX figura -junto al líder xenófobo y supremacista Daniel Cardona, fundador de Estat Català, y los siniestros policías Miquel y Josep Badia, famosos por sus torturas y otras hazañas criminales contra sindicalistas- un tal Josep Dencàs.

Consejero de Gobernación del gobierno de la Generalitat presidido por Lluís Companys, Dencàs fue uno de los principales promotores, el 6 de octubre de 1934, de la frustrada proclamación unilateral del Estado Catalán en la República Federal Española. Josep Dencàs, que con anterioridad había creado sus “escamots” o cuadrillas, a modo de fuerzas parapoliciales o paramilitares, y que había tenido contactos con la Italia fascista en contra de la II República, no tuvo ni la mínima dignidad que requería su cargo: a diferencia de Companys y de todos los miembros de su gobierno, incluso de aquellos que no promovieron ni defendieron aquella proclamación, que tras el fracaso de la intentona fueron detenidos, juzgados y condenados a prisión, Josep Dencàs huyó. Lo hizo por donde suelen hacerlo las ratas: por las alcantarillas. A Josep Dencàs también le debían gustar los mártires. Siempre, claro está, que los mártires fueran otros, no él. Como le debe suceder a Quim Torra.