Los contactos para atraer a ERC a la mayoría de izquierdas para investir a Pedro Sánchez van muy en serio, lo que no permite presumir, todavía, el acuerdo. Republicanos y socialistas catalanes han mantenido un discretísimo hilo de contacto, incluso en los peores momentos del conflicto o en plena campaña electoral cuando los discursos de los candidatos se encendieron peligrosamente; la dificultad de esta relación es que en cuanto se hace pública, al instante se tambalea con la aparición de nuevas exigencias de ERC o de sus socios-adversarios de JxCat, simples mensajeros del legitimismo de Waterloo que pretenden hacer pagar un alto precio a cualquier aproximación de ERC a PSOE y Unidas Podemos.

La creación de una mesa de negociación entre partidos implica, de entrada, que quienes vayan a sentarse a su alrededor estén dispuestos a comerse muchos sapos políticos, una mínima penitencia por sus exageraciones y barbaridades difundidas durante meses y años como exigencias supuestamente imprescindibles para empezar a hablar. Desde el clásico “no se puede hablar con quien mantiene a nuestros líderes en la cárcel” al tradicional “no hay nada que hablar con quien no respeta la legitimidad constitucional”. Y esto es solo el principio, después llegaran, si la mesa sobrevive a las primeras reuniones de tanteo y a la presión externa, la comprobación de la inutilidad de la defensa de hechos inevitables o posiciones numantinas, vendidas con énfasis a los propios, muchos de los cuales pudieron creérselas.

El sapo político es una especie comestible que convenientemente condimentada sabe a las mil maravillas cuando hay un gobierno de por medio y los militantes de cada uno de los comensales aplauden el objetivo de un programa de reformas progresistas fácilmente compartible. Cuesta relativamente poco olvidar frases desafortunadas, despectivas o ocurrentes proferidas en campaña electoral, porque de esto va, desgraciadamente, el espectáculo electoral. Este es el caso de Sánchez e Iglesias, tan solo deben rendirse a la evidencia de la aritmética y a la voluntad de sus militantes y votantes, apuntándose al clamor de que ellos también habían querido siempre pactar. La derecha clama en el desierto.

La situación de ERC es substancialmente diferente. Los republicanos no deben enfrentarse únicamente a sus Felipes o Guerras sino a una parte de su militancia, cuya fuerza está por ver en la consulta del lunes; pero, sobre todo, deben soportar las críticas de sus socios de gobierno y al entorno mediático que éstos controlan. En JxCat no parecen dispuestos a degustar ningún plato con sabor a pragmatismo pero tampoco quieren que lo prueben los republicanos.

Nadie gana en Cataluña a JxCat (y al gobierno de la Generalitat en la parte que ellos controlan) en el manejo de la opinión publicada, radiada, televisada o tuiteada. Es verdad que en algunas ocasiones relevantes han sido víctimas del cerco mediático dirigido por ERC,  en especial, la larga mañana en la que Puigdemont quería convocar elecciones para evitarse el desastre de la DUI, sin embargo, aquella horrorosa maniobra contó con mucha ayuda de voces del propio PDeCat, de la CUP, la ANC y Òmnium. En general, los perjudicados siempre suelen ser los republicanos.

ERC está de nuevo en esta circunstancia. La predisposición de los republicanos a sentarse alrededor de la mesa de diálogo es abiertamente aplaudida por el PSC y de forma más entusiasta todavía por los Comunes, así como por los medios de comunicación tradicionalmente distanciados del soberanismo. El anuncio del equipo de negociación ERC-PSOE-PSC para ir dibujando como podría ser la mesa de partidos parecía un paso en la buena dirección. Sin embargo, la sensación duró bien poco.

La pregunta sometida a votación de la militancia republicana solo se refiere a una mesa de negociación en abstracto como exigencia sine qua non para apoyar por activa o por pasiva la investidura de Sánchez. No concreta si debe ser de partidos o de gobiernos. Para su incomodidad, sus socios de JxCat pretenden sentar al entorno de la mesa a Carles Puigdemont y Quim Torra. La complicación es innegable. Resultado inmediato a los breves instantes de optimismo: ERC hizo saber a todo el mundo que la mesa de partidos es ahora insuficiente, que lo innegociable para comenzar a negociar es una relación de tú a tú entre gobiernos en una mesa presidida por Quim Torra, a quien Pedro Sánchez ni siquiera descuelga el teléfono.

Según la versión de ERC, la Moncloa no interpretó correctamente el sentido de la demanda de los republicanos, por eso, si no rectifica su oferta para ajustarla a su exigencia de la negociación bilateral entre gobiernos, los diputados de ERC votarán no a la investidura. De vuelta pues a Pedralbes, más exactamente a la interpretación que enterró la declaración de Pedralbes, a la teoría del soberanismo de la posibilidad política de una relación bilateral entre gobiernos representativos de sus respectivos países en un Estado Autonómico, como si el gobierno central no representara también a los catalanes y esta representación recayera en exclusiva en la Generalitat.

Este sapo tiene un sabor especial y un precio desorbitado para quien tenga que comérselo. La versión original del estatuto vigente discurría por esta concepción de la bilateralidad y todo acabó en la formalidad de denominar como bilateral a la comisión mixta Estado-Generalitat, aclarándose, incluso en Pedralbes, que se trata de una comisión entre el Gobierno central y el gobierno autonómico de la Generalitat, para evitar el malentendido. Habrá que ver si el PSOE dispone de una formulación política capaz de superar este escollo, mucho más trascendental que una defensa de la plurinacionalidad, perfectamente identificable en la Constitución.