Servidor estuvo en la presentación del programa electoral de Podemos de cara a las elecciones generales del pasado 26J. Aún recuerdo las caras de sorpresa e incredulidad de los asistentes al evento cuando entre sus manos sostenían el catálogo de Ikea en el que la formación enmarcó sus propuestas. Han pasado tres años. Casi cuatro. Una legislatura. Este lunes el secretario general morado, Pablo Iglesias, ha presentado su programa electoral, y el catálogo de Ikea ha dejado paso a la Constitución.

No me sorprende en absoluto que se desmarquen del habitual documento extenso y tedioso para el común de los mortales al que nos tienen acostumbrados otros partidos políticos, pero sí me ha pillado a contrapié el formato Carta Magna.

Las propuestas tienen el mismo tinte social que el 26J. Todas y cada una de las iniciativas atajan (o lo pretenden) la desigualdad del país. Se puede estar de acuerdo o no, compartir o no, pero Podemos ha vuelto a impregnar su programa de tinte social: un plan estatal contra la violencia de género con una inversión de 600 millones de euros, cobertura gratuita para la educación infantil de 0 a 3 años, dentista gratuito, revalorización de las pensiones vinculándolas al IPC, reforma fiscal, reducción de la jornada laboral a 34 horas semanales, la intervención del marcado del alquiler y unos ingresos suficientes garantizados (de entre 600 a 1.200 euros mensuales).

Ahora bien, hay que diferenciar continente de contenido. Y en eso Podemos no es que haya variado, es que ha modificado el eje central de su campaña. El catálogo de Ikea era rompedor. Innovador. Quebró todos los moldes habidos y por haber. Una auténtica declaración de intenciones. Un partido nuevo, fresco, que llega para agitar y voltear el tablero tantas veces como sea necesario.

¿Y la Constitución? “Esto es la Constitución Española. Y esto es el programa de Podemos, que ha querido inspirarse en la Constitución Española”. Con estas palabras, ha presentado Iglesias su programa. Personalmente, no veo por ningún lado ese cariz del 26J. El formato Carta Magna me suena a una suerte de constitucionalismo patriótico progresista. Un 'votadme, que os prometo que no soy indepe y que no voy a romper tanto los moldes'.

¿Por qué este cambio? Podemos se está desangrando. Su posición respecto al desafío soberanista en Cataluña le ha desgastado, y desde luego, las luchas internas no han ayudado. Nadie duda de que las purgas post Vistalegre han afectado, que la marcha con órdago de Íñigo Errejón incluido ha debilitado a un partido que cumplió cinco años en sus horas más bajas, y que Cataluña les ha puesto en un brete. Su postura es clara: referéndum pactado. Pero una cosa es el mensaje, otra cómo comunicarlo y otra bien distinta cómo lo reciben los ciudadanos. Porque las distorsiones provocadas en parte por medios de comunicación y en parte por la toxicidad intencionada de rivales políticos ha afectado al partido.

Así las cosas, cabe preguntarse cuántos fieles se quedarán el 28A. Cuántos, de la base de cinco millones de votantes que tuvo Podemos, resistirán. Y cuántos se irán. O cuántos se han ido ya.

No. No hay fuga hacia la extrema derecha. No hay votantes de Podemos vayan a optar por la papeleta de Santiago Abascal. Este flujo hacia Vox es un mito. El votante de Podemos se ha marchado al PSOE, y así se aprecia en las encuestas. 

Los sondeos otorgan a Podemos entre un 12% y un 15% de intención de voto, que cristalizaría en torno a los 30 escaños. Esto es casi la mitad del porcentaje de voto y escaños obtenido en 2016.

A mi juicio, considero que el formato escogido para estos comicios por Podemos, la Constitución Española, es una manera de reivindicar su constitucionalismo después de la sangría de votos provocada por Cataluña. Un intento desesperado por recordarle a los que se fueron que Podemos respeta las reglas comunes. Una tentativa por salvar los muebles, por recuperar aquellos cinco millones de votos que consiguió el catálogo de Ikea.