En su sermón de los domingos, alude al proyecto de cepillarse políticamente a las autonomías. Fue expuesto hace unos días por Aguirre a Rajoy en su afán de volver a aquella “España, una y no cincuenta y una”, según vociferaba el facherío en sus manifestaciones callejeras atacando a la Constitución. Con las autonomías, decían los fachas, no se haría más que romper España.

José María Aznar, en esa época, aún defendía lo de “España, una grande y libre”. Poco después, sin embargo, fue presidente de la autonomía de Castilla-León en 1987. ¿Y por qué Aguirre no presenta su dimisión de presidenta de Madrid, que lo es desde 2003, si tan perniciosa es la España de las Autonomías? Da la impresión de que lo que, en realidad, andaba buscando la lideresa era ponerle una piel de plátano a su amigo Rajoy.

No le parece bien a Ramírez que “el propio Rajoy ha querido abortar el debate sobre el modelo autonómico planteado por Aguirre”. Y sale en su defensa: “El planteamiento de Aguirre se entiende a la perfección: reforcemos el circo en función de de las necesidades del público, sin continuar supeditados a los intereses de todos los enanos de las castas políticas provincianas que nos han ido creciendo. La reacción intransigente de Rajoy ofende a la inteligencia”.

Ramírez desenvaina la espada y acaba tratando de poner a Rajoy entre la mano y la pared. He aquí a las ahora malvadas autonomías –curiosamente en su mayoría dirigidas por el PP- convertidas en una coartada para que Aguirre y su tropa le sigan tocando las narices a ver si en una de esas se cae de la Moncloa y regresa a su casa.