Pablo Iglesias ha sido el último de los líderes que se ha reunido con Pedro Sánchez tras las elecciones generales del 28 de abril. Cerca de las 17:00 horas de la tarde, el secretario general de Unidas Podemos ha llegado a La Moncloa, donde ha debatido con el presidente en funciones sobre qué rumbo tomar, cuál es el camino a seguir en esta legislatura y los anhelos y esperanzas que comparten sendos dirigentes.

El líder morado ha mostrado, reiteradamente, su voluntad de adherirse a un gobierno con el PSOE que garantice un mandato de izquierdas, progresista y estable. Así lo expresó el pasado lunes en la reunión del Consejo Ciudadano Estatal: “Tenemos que inaugurar una nueva época de colaboración y confianza que los electores nos están pidiendo. Es una obligación colaborar desde la negociación y la diferencia. Es lo que toca en España. Hay que dejar de lado la arrogancia".

Ambos son sabedores de que la fórmula es la más sencilla, después de que Ciudadanos haya dado portazo a cualquier tipo de entendimiento entre las partes. La unión de las dos fuerzas, pudiendo sumar a socios como PNV, PRC o Compromís (además de la abstención de ERC), garantizaría una mayoría simple suficiente para que el mandato de las urnas fructifique y eche a andar.

Por su parte, los socialistas miden los tiempos y no quieren mostrar sus cartas, sabedores de que las elecciones del 26 de mayo pueden hacer que las estructuras ahora enrocadas en su posición acaben cediendo y facilitando un Gobierno en solitario de los del puño y la rosa. 123 escaños son pocos, pero si consiguieron -con solo 85 asientos- defenestrar a Mariano Rajoy y lograr que la primera moción de censura que fructificara en nuestra historia llevara sus siglas, nada está vendido.

Las sinergias son positivas. Podemos se ha convertido en un partido más, con sus aciertos y errores, y ha entendido que en política los tiempos cuentan y las formas también. El PSOE, con la vuelta de Pedro Sánchez tras imponerse a los críticos y acallar el runrún de los detractores, se presenta como un aliado de los morados, indispensables para que el Ejecutivo que dejamos atrás se tiñera de rojo y los erigiera como líderes de la partida.

El juego de poder ha empezado. Desde Ferraz se muestran complacientes a izquierda y derecha. Lo abultado del resultado en los comicios hace que, sin confiarse, puedan elaborar un discurso propio que el resto de formaciones ha de escuchar. Después de sus subidas y bajadas, de pasar por un momento crítico y estar al borde del Knock-Out, marcan la agenda política.  Por su parte, los de Iglesias elaboran un rompecabezas difuso y cambiante -hay que tener en cuenta que la lucha de egos interna no ha finalizado- para sacar el máximo rédito posible a su fracaso en las urnas.

Tras más de dos horas de reunión, el secretario general de UP ha comparecido ante los medios. Ha sido una sesión sesuda, donde se ha hecho hincapié en los retos del futuro y en el momento presente de cada formación. “Hay que abrir una nueva época, en la que el diálogo sustituya a la sobreactuación”, ha remarcado Iglesias.

A las preguntas de los periodistas ha pedido tiempo. Conformar un acuerdo no será sencillo, aunque se sigue trabajando en ello: “Nos podemos tratar con franqueza. Compartimos la voluntad de unir fuerzas progresistas. Es una demanda social. Trabajaremos para lograr puentes de unión, pero llevará mucho trabajo. La voluntad es positiva y dará buen resultado”.

Un mensaje tenue y medido que da colofón a un encuentro reposado, donde son muchos los temas que se han puesto encima de la mesa. A pesar de que el resto de fuerzas da por hecho que socialistas y morados se entenderán, toca esperar. Por ahora, un comedido Iglesias, remarca: “Es un buen punto de partida”.