Hoy ya sabemos con toda certeza que no está pasando solo en España: en muchos países de Europa y las Américas, derechas convencionalmente conservadoras se rearman abrazando sin complejos causas y banderas que hasta hace apenas unos pocos lustros lo eran únicamente de la extrema derecha.

El movimiento –recuérdese el Tea Party– no es nuevo: lo nuevo es que son muchos más y que sus adeptos ya no disimulan sus inclinaciones montaraces. Lo nuevo –y lo peor– es también que el apoyo explícito, la complicidad vergonzante o la abyecta simpatía ante tales posiciones se ha extendido a grandes capas de población y ha hallado la comprensión de periodistas, comunicadores, intelectuales y académicos que en el pasado marcaban distancias con los toscos relatos cuya vocación era tronchar ciertos consensos básicos sin los cuales la democracia deja fácilmente de serlo.

Sin deportividad no hay democracia

El primero de tales consensos es la deportividad: la democracia funciona razonablemente bien solo si quien gana sabe ganar y quien pierde sabe perder. Aunque siempre, por fortuna, dentro de ciertos límites que cuando se traspasan resulta fatídico para el infractor: Donald Trump acabó perdiendo por no haber sabido ganar y arruinó sus opciones de futuro ganador por no haber sabido perder. Está por ver, en todo caso, que a tipos como Orbán o Bolsonaro les suceda lo mismo.

El Partido Popular ha constatado que tener un mal perder no resta votos sino que los presta: ese premio de las urnas es un incentivo para seguir comportándose como un mal perdedor. La derecha se ha encontrado con que –miel sobre hojuelas– no respetar a la izquierda cuando ésta gobierna no solo es rentable sino que además es respetable, ¡¡¡guau!!!

Deslegitimar al legítimo ganador de unas elecciones no tiene coste electoral; boicotear la estrategia epidemiológica contra una gravísima pandemia no tiene coste electoral; bloquear la renovación de los órganos constitucionales prescrita por la ley no tiene coste electoral; reventar una instrucción judicial robando y destruyendo pruebas incriminatorias contra el partido en una operación parapolicial orquestada desde la mismísima Presidencia del Gobierno no tiene coste electoral.

El franquismo, el racismo, el machismo, el negacionismo o el obstruccionismo han dejado de incomodar al Partido Popular, que antes miraba hacia otro lado cuando tales excrecencias ideológicas se manifestaban en su presencia, mientras que ahora las acoge cálidamente en su seno o las incorpora con toda naturalidad al menú de su argumentario, en el convencimiento, constatado demoscópicamente, de que, por muy paradójico que resulte, su pestilencia atrae nuevos comensales a la mesa conservadora.

Por sus indignaciones les conoceréis

El PP se parece cada día más a Vox y cada día menos o incluso nada al Cs que intentó hacerse un hueco moderado entre populares y socialistas. Mas lo políticamente significativo del hundimiento de Ciudadanos es que prácticamente todos sus votantes lo son ahora del PP y además ha dejado de incomodarles tener a Vox como compañero de viaje en las instituciones.

Cs es hoy, y no parece que vaya a dejar de ser, mucho más un partido antizquierdista que propiamente antifascista. Por sus indignaciones les conoceréis: a Inés Arrimadas la encoleriza que la Asamblea de Ceuta haya declarado persona non grata a Santiago Abascal, pero no que el jefe ultra viajara en mayo a Ceuta a incendiar los ánimos de la población con ardientes llamamientos contra “la invasión” de miles de jóvenes marroquíes “ordenada” por Rabat.

Casado parece creer que se puede ir tan campante de visita al infierno de la ultraderecha y regresar incólume de tan comprometido viaje. Siendo muy indulgentes, se diría que Pablo Casado se está haciendo de extrema derecha y o bien todavía no lo sabe, o bien no sabe el efecto deletéreo que su estrategia puede tener para el PP y para la democracia misma: la única cosa que sabe es que las encuestas le son favorables desde que decidió hacerse aún más de derechas que Aznar pero todavía algo menos que Abascal. Al líder de un partido tan importante hay que exigirle que sepa algunas cosas más.