Nicolás Berlanga es un ubetense cuyo trabajo al servicio de la diplomacia le ha llevado sitios recónditos. Con carrera militar, Berlanga participó en las misiones de la ONU en Angola y Haití. Llegó a ser Teniente Coronel de Infantería y desde 1994 se encuentra en excedencia del Ejército.

En esos años comenzó su carrera en la cooperación al desarrollo, llegando a trabajar para organizaciones como Médicos sin Fronteras y Acción contra el Hambre en países como Kenia, Somalia, Nicaragua, Guatemala, Montenegro o Armenia

Desde el año 2002 es alto funcionario de la Comisión Europea en el ámbito de relaciones exteriores y ha estado destinado a países como Vanuatu, Camerún, Togo o Somalia, entre otros. Tras su paso por Somalia, Nicolás Berlanga ha publicado Mogadiscio, una obra que deja constancia, a través de vivencias y reflexiones, de su labor diplomática en el país africano. 

Pregunta: ¿Qué te ha llevado a publicar Mogadiscio?

Respuesta: Cuando llegué a Somalia no tenía pensado el escribir un libro; sin embargo, había amigos que me pedían que les mandara mis impresiones y, poco a poco, todo fue cogiendo forma. Al cabo de un año contacté con una editora que hizo también de mentora durante el proceso y, finalmente, me di cuente de que ahí había un libro. Es una especie de conversación conmigo mismo, traspasando al papel mis observaciones, pensamientos, reflexiones sobre el pasado, el papel de la UE en el mundo, la importancia de la diplomacia.

P: Piratería, pobreza, islamismo radical... ¿Qué hay de cierto en la imagen que podemos tener de un país como Somalia?

R: Las noticias de Somalia, al igual que las de toda África, nos llegan de una manera muy simplificada. Solo vemos el lado de las tragedias y los enfrentamientos. Sin embargo, Somalia es un país muy particular, incluso dentro del continente africano. No se parece a ningún otro. Es un puente entre la cultura musulmana, nómada y africana. También existe una Somalia más allá de su propio territorio, ya que hay somalíes que ocupan una parte de Yibuti, Etiopía incluso de Kenia. Tras la descolonización se delimitaron sus fronteras por ciertos intereses. Es un país muy uniforme. La Somalia de hoy es muy emprendedora, joven. Es una nación global y todos los somalíes que están por el mundo han seguido pensando en Somalia.

P: ¿Cuáles son los mayores retos a los que debe enfrentarse como país?

R: Tiene mucho futuro y necesita lograr estabilidad política. Necesitan un acuerdo en el que se pongan de acuerdo intereses federales con intereses federados. Las diferentes poblaciones tienen que sumarse a un proyecto federal. Por otro lado, está la amenaza del grupo terrorista asociado a Al-Qaeda, Al-Shabaab. Si logran superar esos dos desafíos, Somalia no necesitará de la ayuda internacional y saldrá por su propio pie. Hay luz para la esperanza.

P: Qué reto más complicado.

R: Partes de una crisis que elimina la cohesión social. Luego hay muchos intereses: económicos, territoriales, religiosos... Por otro lado, al estar todo arrasado, también permite construir las bases para construir un estado. Y es lo que han decidido los líderes somalíes. Ir junto a la población hacía un estado moderno.

P: ¿Cómo romper la barrera lingüística y cultural para poder conectar con la población de un país tan diferente?

R: Reflexiono bastante en el libro sobre lo que llamo la diplomacia del desarrollo. Defiendo que para trabajar en países así se requieren una serie de cualidades. Saber crear confianza con otras culturas y sus dirigentes. Hacer comprender que tú no estás ahí para imponer nada y sí para hacer ver los puntos en común con sus prioridades. Saberte poner al lado del otro, ser voluntarista, adaptarse a su cultura. También hay que saber crear empatía y desarrollar relaciones personales más allá de las profesionales. El estar atento a todas esas cuestiones que son importantes para esa sociedad. Ya sea la cultura, la juventud, el papel de las mujeres, Derechos Humanos o ir contra la impunidad de actos execrables para así alinearte junto a la mayoría y no con una minoría, aunque esta sea poderosa. La diplomacia es el arte del equilibrismo. Y los equilibrios entre un país en desarrollo y otro asentado, son distintos. Y en el caso de Somalia, mucho más.

P: Tienes una frase que resume perfectamente dónde debe moverse a veces un diplomático: “Lo más duro de mi trabajo es dar la mano a corruptos, sanguinarios y déspotas”.

R: En condiciones normales hay gente a la que ni te acercarías pero tu trabajo te hace hacerlo y tratar de encontrar puntos de encuentro o animar a esa persona a que contribuya al proyecto de futuro de su propio país.

P: Le das un papel importantísimo para esa transformación a la juventud.

R: Son el elemento de futuro. Los cambios en Somalia y África vienen de las nuevas generaciones. También de las mujeres. Sin embargo, muchas veces las élites están taponando al crecimiento de estos grupos. Tengo mucha confianza en los jóvenes de las ciudades. Educados y conectados. Con unas inquietudes similares a la gente de su edad de nuestro país. Son desconfiados de la política y desarrollan sus planes en paralelo a ella. Pero tienen proyectos de paz, emprendimiento, de tender puentes, no reconocer fronteras mentales que los políticos se empeñan en construir. Son culturalmente vivos y punteros a la hora de aplicación de las nuevas tecnologías y ese tejido tan poderoso va a fraguar por ahí.

P: La figura de la mujer también tiene una importancia vital en tu testimonio.

R: Tiene un papel de resistencia. A lo largo de los años, si tú ves la fotografía de la Somalia de los 60-70 ves que la mujer se viste con libertad y las crisis han ido tapando su cuerpo. Sin embargo, cuando trasciendes las primeras impresiones, las mujeres, respetando los cánones sociales, son luchadoras y dejan flancos abiertos a mostrar aspectos femeninos como pasa en nuestras sociedades. Intentan jugar también un papel importante en la política y en el mundo social. En la pareja ves que no son relaciones sumisas. Aquí hay también una cuestión de rebeldía. De no aceptar lo impuesto. Algo muy importante y factor de cambio para el futuro.

P: Te tocó vivir allí la llegada del coronavirus.

R: El Covid introdujo un factor adicional a las dificultades de desarrollar tu trabajo en Somalia. Fue un reto. Pero también sirvió para mostrar ciertos actos de solidaridad con los dirigentes y la sociedad. Algo gratificante desde el punto de vista humano. El Covid se vio con mucho escepticismo. Pensaban que, al ser una sociedad tan joven y en un clima caluroso, no iba a afectar tanto. También había cierto estigma social. Morir de coronavirus era visto como una mancha. Y había tendencia a esconder las consecuencias del covid. En un momento tuvimos que investigar los cementerios de Mogadiscio para tratar de identificar el aumento de enterramientos y sacar algunas conclusiones sobre los efectos del virus. Luego hay otro elemento importante y es que varias generaciones viven juntas. Abuelos, padres, hijos, nietos. Por lo tanto, de manera indirecta, los jóvenes transmitían a sus abuelos la enfermedad. La realidad es que a nivel de salud hay tantos desafíos que el covid fue uno más. De ahí ese escepticismo. 

P: ¿Y las vacunas? ¿Cuál fue el papel jugado por el primer mundo?

R: Se tardó en enviar vacunas pero la UE y el Covax las trajeron. Y muchas no se utilizaron, se caducaron. La prevención es algo que todavía no está muy instituido en este tipo de sociedad. Las autoridades se vacunaron y la sociedad civil no lo hizo. Había un desconocimiento que les hacía no acercarse a la vacuna. Cuando el flujo de vacunas comenzó a abrirse, lo más importante es que la propia población las aceptara. Las estadísticas, a pesar de dudosas y no contrastadas, hablan de que la tasa de vacunación en África es de un 18%. Muy bajo. No creo que sea tanto el acceso a las vacunas como la propia realidad.

P: En la obra también dejas constancia de la importancia de la UE en la ayuda humanitaria.

R: Sin hacer propaganda, intento explicar el trabajo de la UE en estos países. Más allá de mi condición de diplomático europeo, creo que hay muy pocos actores internacionales que tengan los instrumentos de la UE para ayudar a estos países. Hay grandes actores como EE.UU que tienen un enfoque muy relacionado con la seguridad, China se olvida de los factores de gobernanza, que son fundamentales para construir un futuro y se centra en el acceso a las materias primas. En cambio, la UE trabaja en el lado humanitario, de cooperación al desarrollo, está implicada en la gobernanza y el refuerzo de la sociedad civil. Es el socio más válido para África.

P: Europa se está enfrentando a varios problemas como el auge de los nacionalismos, la guerra de Ucrania o aumento de radicalismo islámico. ¿Qué futuro atisbas al continente?

R: Nadie tiene una bola de cristal. Por supuesto que los puntos que has nombrado son importantes pero me quedaría con la reacción ante el Covid y la negociación conjunta de las vacunas. La intervención de la Comisión Europea, la salida de la crisis con los Fondos Estructurales, también los Fondos de Nuevas Generaciones, ligados a la transformación climática y energética. Con todo esto, Europa se ha acercado más a sus ciudadanos. Me siento orgulloso de la respuesta dada a la crisis de Ucrania. Inmediata, clara, unida y poderosa. La solidaridad al haber acogido a más de seis millones de Ucranianos sin crear ningún tipo de espasmo social. Esto fortalece el proyecto europeo pero no esconde el elemento más importante que has citado, que es el auge del nacionalismo. Se basa en un desconocimiento de la historia y en la utilización torcida de argumentos, muchas veces xenófobos, que nos separan y que están en contra de una conciencia ciudadana. De clasificación de los seres humanos por el lugar en el que han nacido, falta de respeto a los derechos fundamentales. También la estigmatización de los inmigrantes. Lanzarlos al otro lado de la frontera como si fueran fardos o privarles al acceso a servicios básicos. Es peligroso. También explico el fenómeno de la globalización, que está en la raíz de los nacionalismos. Es cierto que ese proceso ha hecho perder derechos a las clases medias y hemos creado sociedades más desiguales. Quien era rico, ahora es mucho más. Las clases medias han perdido capacidad e influencia. Ese es el germen. Una vez hecho el análisis del problema, los nacionalismos planteas soluciones no adecuadas. Desde mi punto de vista, no hay que erigir fronteras ni ver la globalización sin observar los beneficios que ha tenido para una gran parte del mundo exterior. Defiendo políticas fiscales y públicas más claras y beneficiarias que corrijan los desequilibrios. Además, el mundo se ha hecho más igual gracias a la globalización porque millones de personas han podido salir de la pobreza.

P: En un momento dejas una reflexión de sorpresa cuando te enteras de que la extrema derecha ha sacado el 20% de los votos en Úbeda, tu tierra. Un porcentaje que, por cierto, quizás aumente el próximo día 19 de junio.

R: Cualquiera que lea el libro puede extraer mis ideas de forma clara. Pero no he querido entrar en una lucha ideológica. Sobre esa entrada, lo que me llama la atención es la falta de compasión. Úbeda, un pueblo tradicional, con un patrimonio monumental formidable, con tradiciones muy arraigadas como la Semana Santa y la romería, de pronto, observo que hay un porcentaje importante de mis paisanos que votan ideologías que no tienen en cuenta el valor de la compasión. Y que consideran a seres humanos prácticamente como fieras. Los asimilan a delincuentes, defienden que se les prive del acceso a la salud y hablen de expulsarles como si fueran unas gallinas de un corral. Me centro en el valor de la compasión y resaltar la discrepancia entre los valores humanísticos, cristianos y tradicionales y esa consideración hacia personas que están en debilidad. Podría haber dicho mucho más sobre mis ideas pero ese no es el motivo del libro. Es fundamental darnos cuenta de que en la lucha partidista hay límites.