Contemplo con asombro como se está instalando entre numerosos comunicadores, tertulianos, analistas habituales, columnistas y, en definitiva, entre la heterogénea y dispar fauna que constituimos el gremio periodístico, una especie de lugar común de “respeto”, “derecho” y “legitimidad” de las distintas movilizaciones impulsadas desde la extrema derecha. Luego llega la coletilla expiadora de culpa de “aunque no las comparto, claro”.  Hay como una cierta obsesión en ser políticamente correcto basado en una cierta democratitis constitucionalista de la que yo, al menos, no me he contagiado.

En pocos días hemos pasado del mensaje de la derecha ultra influyente en las desagradecidas caceroladas en balcones a las patéticas parodias de concentraciones en barrios y calles madrileñas de alto valor catastral. El culmen de esta muy oscura, casi negra escalada, aconteció este sábado con el remedo grotesco, automovilístico y motero de pseudoprotestas en un mix horquillado entre rally de coches de antiguas mentes y pasacalles de ultras a los que solo les faltó hacer sonar las molestas “vuvuzelas” del mundial de Sudáfrica.

Piden libertades quienes aceptan recibir del Estado 9 millones de euros por sus resultados electorales y meses antes lo demonizaban

Reclamar libertad precisamente cuando se les permiten manifestarse en las calles en un Estado de Alerta resulta del todo increíble y cínico. Calificar a un Gobierno de recortador de derechos rodeado de fotógrafos y periodistas a los que insultan, agreden y les impiden su labor, es contradictorio en sí mismo pero lógico si se siguen las consignas de gurú reaccionario Steve Bannon (“No hay medios de comunicación malos, cuanto más se obsesionen y más nos enfrentemos a ellos, más aliado tuyo será”). Bramar contra un Estado al que se le achaca déficits democráticos cuando ponen a su disposición las fuerzas de orden público para que sus “manifas de odio” salgan bien, es un ejercicio de hipocresía sin parangón.

Piden libertades quienes aceptan recibir del Estado 9 millones de euros por sus resultados electorales aunque meses antes lo demonizaban. Exigen derechos quienes ponen en peligro el de mi salud,  rompiendo medidas de seguridad, de prevención y propagando contagios, eso sí, con aroma de L’Interdit de Givenchy. Se tildan de patriotas mientras amedrentan con uno de sus coches a una sanitaria o impiden el paso de una ambulancia de urgencias. Dicen defender a todos los españoles pero vomitan su homofobia amenazando y llamando “maricones, hijos de puta” a dos jóvenes homosexuales. Representan a la España de los balcones pero taponan puertas, acosan sedes o escrachean casas de políticos con amiguetes neonazis de Hogar Social. Hacen el saludo fascista, portan la Cruz de San Andrés y entonan cánticos que creíamos arrinconados en el trastero de la historia. Pegan a un sindicalista al grito de “Viva Franco, viva Hitler” y “rojo de mierda” pero eso sí,  ellos son “españoles de bien”.

Patriotas de pacotilla y hojalata que defecan en el trabajo heroico de esos mismos profesionales de la sanidad a los que, con toda seguridad, salvaron la vida de sus padres. Hay que tener poca vergüenza para expresar con amplia sonrisa de tonto del haba que las revueltas motorizadas de esta pasado domingo les producen una “enorme alegría porque son una maravilla” con casi 30 mil muertos encima de la mesa de la pandemia.

No negaré la legalidad de estas movilizaciones pero sí su legitimidad. Tampoco negaré que bastantes de los asistentes -tampoco muchísimos- asistan de buena fe. La ley es la ley, vale, pero la legitimidad necesita el aporte de lo justo, el componente de lo humano. Y cuando quienes ejercen su legal derecho ponen en riesgo a los demás para reclamar privilegios o derrocar un Gobierno, serán legales pero no son legítimos porque lo espurios intereses y el odio que desprende carecen de ese canon de humanidad que los deslegitima.

Estos días releo muchos libros y salpico en alguno nuevo imposibilitado de concentrarme en uno solo. Cito a Davis Alandete en “Fake news, la nueva arma de destrucción masivacuando afirma que “No debemos darle a Trump o Bolsonaro el derecho a llamar a las cosas pos su nombre”. Hago mía la cita y se la aplico directamente a los Abascal, Espinosa de los Monteros, Monasterio, Ortega Smith, etc.

Hay quien cree que no se deben caricaturizar esas movilizaciones porque no representan a la España real. Ni exagerarlas ni minimizarlas, de acuerdo, pero avisar y desvelar qué hay detrás de ellas, quiénes sus mentores, cuál su autoría intelectual, cómo es su infraestructura organizativa y la difusión mediática y de redes así como qué es lo que se persigue, es un ejercicio obligatorio de higiene democrática. Como me dice el periodista Fran Serrato, “esta crisis nos ha descubierto que somos un país con demasiados hooligans. Gente (poca) que grita mucho porque parece que el ruido da la razón. Que siempre ven el vaso lleno con los suyos y vacío con los demás, porque tienen la bandera y eso les da razón

No me representa esa España “acacerolada”, “encayetanada” y  bunkerizada. Me representa la confinada en modestos pisos de barrios de 60 metros

Debemos construir un relato coherente que defienda a la mayoría social con  la vacuna más potente contra el peor de los virus, de los reaccionarios que quieren restaurar lo ya abolido. Este domingo se dio un ejemplo  de lo que son unos y lo que significan otros. Mientras señores y señoras con banderitas se manifestaban en un paseo contagioso, el Gobierno de coalición aprobaba que por cada uno de estos señores o señoras, cien españoles se beneficiarán del Ingreso Mínimo Vital.

No me representa esa España “acacerolada”, “encayetanada”  y bunkerizada. Me representa la que ha estado espartanamente confinada en modestos pisos de barrios de 60 metros. Soy de esa España que me envía correos para crear redes solidarias de ayudas a familias que lo están pasando mal.

No me representan los políticos que han convertido una cruel y terrible pandemia en una calculadora de votos con el dedo puesto en el cuadradito del “más”. No quiero a aquellos que teniendo fuerza moral para haber parado esto haciendo pedagogía entre sus afiliados, simpatizantes y votantes más radicales, no han querido y han echado gasolina por redes, mediante personas interpuestas o simplemente no siendo categóricos en el rechazo. Se equivocan porque eso les pasará factura.

“Se puede ser periodista independiente, fiel a la verdad y a la vez no permanecer neutral ante los ataques a la democracia”

Llegado a este extremo final constato que son muchos los opinadores contagiados de ese virus que acompleja y que al inicio calificaba como democratitis. Un bacilo cuya patología articula un discurso excesivo de lo políticamente correcto llegando a legitimar las acciones de esta ultraderecha. Quienes consideramos que se puede ser periodista independiente, fiel a la verdad y a la vez no permanecer neutral ante los ataques a la democracia, creemos que es ahora, justo en este momento histórico, cuando hay que ser beligerante contra quienes intentan derrocar nuestro sistema de libertades. Por eso la pregunta que les dirijo es ¿Por qué le llaman protestas cuando quieren decir odio?