Nadie entiende a Ciudadanos. Ni ellos mismos parecen saber cuál es la estrategia a seguir, y, mientras tanto, se esfuerzan en salir vivos, tejiendo un discurso variopinto, cerrando puertas antes de tiempo y dejando sobre el papel -destapando cualquier tipo de misterio- su voluntad de adherirse a un pacto postelectoral con el PP que salvaguarde la unidad de España.

Lejos queda esa imagen de Rivera desgañitándose, con un mensaje cargado de “sentido común” y alejado de izquierdas y de derechas, de radicalismos, haciendo gala de buena praxis y dando a entender que solo Ciudadanos era capaz de mediar entre las partes, proponer medidas de Estado y ejercer como llave de entendimiento en la Cámara.

Sin embargo, tiempo ha de aquello y con una legislatura de por medio, el mensaje ha cambiado. El argumentario es más bronco, las preferencias están más claras y las decisiones empiezan a cargar de lastre la mochila del bagaje político de una formación relativamente nueva.

Pucherazos, denuncias, micrófonos e informes ilegales aparte, los problemas internos del partido se reproducen como la espuma. Las encuestas caen a plomo, el goteo de votantes que se escapa por izquierda y por derecha es incesante, la estrategia a seguir es difusa y los pasos que se están dando son observados con incredulidad por todos los analistas políticos.

Mientras Albert Rivera continúa con su hoja de ruta, repitiendo sin cesar que el PSOE no es una opción y rebatiendo impertérrito cada acusación, sus posibles socios de Gobierno se revuelven internamente. Tres partidos luchando por un mismo ‘target’ de electores y, mientras tanto, el centro vacío de referentes. Mal negocio teniendo en cuenta la cantidad de colores que se vislumbran en un lienzo electoral cargado de complejidades, donde un puñado de votos puede dirimir el resultado final y hacer que España se despierte gobernada por coroneles defensores de la época más ominosa de nuestro país o por partidos que fijan su ideario en colgar lazos y pancartas.

Ahora bien, echando la vista atrás en un ejercicio de retrospectiva, los interrogantes caen por su propio peso: ¿Qué ha cambiado en el feudo ‘naranja’? ¿Qué ha provocado ese portazo del núcleo fuerte de la formación que venía a regenerar el panorama y se presentaba como el defensor del diálogo y el talante democrático? ¿Dónde quedó ese espíritu de la Transición que decían defender? ¿Cuándo se torció todo?

Si por algo se ha caracterizado Ciudadanos es por aprovechar la más mínima oportunidad para entrar en la mesa de negociación. En los despachos donde se toman las decisiones. A pesar de los cordones sanitarios impuestos a Rajoy y Sánchez, al PSOE andaluz y al PP madrileño, el equipo de Rivera ha dejado su negativa en papel mojado cuando ha podido asentarse en las alturas. La oposición no les convence, aunque para escapar de ella haya que pactar con socios que antaño denunciaban.

Precisamente en este ansia de poder es cuando Ciudadanos vislumbró el viraje a la derecha que hoy anuncian sin reparos. Las elecciones andaluzas y la posibilidad de conformar una Junta alternativa al PSOE hicieron el resto. Vox, la extrema derecha, los sedujo, por mucho que todavía entonces trataran de decir lo contrario.

Juan Moreno Bonilla y Juan Marín.

Ejercicio circense para escapar de una fotografía que tuvo su segundo capítulo en la manifestación anti Pedro Sánchez celebrada en Colón. Un pinchazo, con apenas 45.000 asistentes, que evidenció que el bloque de la derecha -capitaneado por Casado, Rivera y Abascal- no era un mero espejismo.

Con los acordes del himno patrio a todo volumen escoltando a sus figuras, y bajo el clamor de una masa social envuelta en rojo y amarillo, la instantánea evidenció el descalabro de un partido, supuestamente, moderado y centrista.

Santiago Abascal, Pablo Casado y Albert Rivera.

Tras conseguir su objetivo, que no era otro que acabar con el Ejecutivo de Sánchez y volver a las urnas, muchos pensaron que Ciudadanos volvería a retomar el discurso moderado y liberal que profesaba como propio. Sin embargo, el daño ya estaba hecho y solo quedaba una opción: huir hacia adelante y no reparar en las consecuencias.

Tanto es así, que no ha dudado en decir abiertamente que Sánchez y un posible pacto con el PSOE es imposible. A pesar de que Rivera ya ha cambiado de opinión cuando le ha convenido, el mensaje es bronco y aguerrido. Ni siquiera el escarceo del ministro Borrell, que trató de volver a la senda del diálogo, hizo cambiar de opinión al núcleo fuerte de la formación.

Sin dejar muy claro si el problema es el Partido Socialista o su líder, el dirigente naranja ya ha elegido socios, postrándose, únicamente, a la posibilidad de sumar con el Partido Popular.

Y es que, aunque insistan en decir que quieren liderar el bloque ‘constitucionalista’, en los despachos principales de la formación y en los informes demoscópicos que pasan por sus manos ya se empieza a asumir que será muy difícil superar a Casado.

Pleitesía a derecha, fiereza a izquierda. El centro, por ahora, no es cosa suya.