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Un 7 de julio para la historia: lo sucedido ayer en Francia interpela directísimamente al líder de la derecha española Alberto Núñez Feijóo. El Julio Francés ha hecho algo más que derrotar a las encuestas que desde hace semanas auguraban que en el corazón mismo de Europa gobernaría un partido indisimuladamente antieuropeo: en contra de lo que viene haciendo la derecha española, el 7-J galo ha evidenciado que la mejor forma de frenar a los bárbaros es diferenciándose de ellos, no imitándolos.

El acuerdo de las izquierdas francesas entre sí unificando sus listas y con el partido de Enmanuel Macron retirando a sus candidatos sin opciones de ser elegidos ha operado como un milagroso bálsamo de Fierabrás contra el derrotismo y la desolación que se apoderaron de la Francia republicana tras la incontestable victoria de la ultraderecha en la primera vuelta de las legislativas. Las encuestas daban por muerto a Macron tras los pésimos resultados de su partido Ensemble, pero lo cierto es que el presidente sigue vivo: con múltiples heridas todas ellas graves pero ningún mortal. El 7-J ha salvado al presidente de sus adversarios: está por ver si también lo salva de sí mismo.

El líder sin atributos

Al igual que la derecha democrática alemana, la derecha democrática francesa no cree que la mejor manera de derrotar a la derecha antidemocrática sea pareciéndose a ella. Y mucho menos pactar con ella. Y todavía menos gobernar con ella. En contraste con ambas, la derecha española no mira con malos ojos a la extrema derecha de Vox. Lo que piensan, lo que dicen y lo que proponen Santiago Abascal y los suyos no indigna ni subleva al PP de Alberto Núñez Feijóo: como mucho, lo incomoda, lo importuna, en el peor de los casos lo enoja… aunque solo un poco. Lo que quita el sueño a Feijóo y a los dirigentes locales y territoriales de su partido que gobiernan con Vox no son tanto sus bárbaras proclamas en inmigración o violencia de género como el miedo a que el PP sea castigado en las urnas por tales alianzas, ya porque pueda perder votos en favor de Vox, ya porque sus pactos con los ultras movilice el voto de las izquierdas.

El resultado de Francia pone de nuevo el foco, esta vez con más intensidad si cabe, en la grave encrucijada ante la que se encuentra la derecha democrática española: si no pacta con Vox no toca poder territorial, pero si lo hace no toca poder central. Aunque los pactos de alcaldes y barones del PP con la ultraderecha tras las municipales y autonómicas de la primavera de 2023 arruinaron las opciones de Feijóo de alcanzar el Gobierno de España, el líder del PP se comportó como una estatua de sal ante aquellos movimientos previsiblemente letales para sus intereses.

Además de un lugar donde se cruzan varios caminos contrapuestos, una encrucijada es también una situación complicada en la que no se sabe bien qué decisión tomar: el problema de Feijóo, el gran lastre de su liderazgo es que no parece un político dotado de las virtudes necesarias para lidiar con una encrucijada de tales dimensiones. De Feijóo podría decirse que es un líder sin atributos, justo todo lo contrario de lo que podría decirse de Isabel Díaz Ayuso o incluso de Pedro Sánchez: que son líderes con demasiados atributos.

Francia, Alemania, España

Lo que diferencia realmente a la derecha española de la francesa y la alemana no es tanto ser hija del fascismo como serlo de un fascismo vencedor; sus homólogas del continente son si no hijas sí al menos hijastras del mismo fascismo, pero de un fascismo derrotado. De la derrota del 45 estas no olvidan la lección de cuánto se habían equivocado al encumbrar a los Hitler o los Petain; de la victoria del 39 la derecha española salió convencida de haber hecho la apuesta adecuada al encumbrar a Franco.

Pero también de algún modo en la izquierda española perviven las cicatrices del 39. La derrota republicana fue tan injusta, tan devastadora y de efectos tan prolongados y dolorosos para las izquierdas que a estas sigue resultándoles poco menos que metafísicamente imposible imaginarse a sí mismas aliándose con el PP para frenar a Vox, estando como están convencidas de que ambos vienen a ser más o menos la misma cosa, a lo cual ayuda no poco que el propio PP nunca se ha esforzado demasiado en demostrar que no lo son.

Mientras tanto queda en el aire la Gran Pregunta: ¿lograrán el Nuevo Frente Popular, vencedor de las elecciones, y el partido de Macron, que ha quedado segundo, ponerse de acuerdo para armar un Gobierno eficaz, coherente y estable cuyas políticas desactiven las razones de todos esos millones de franceses que han votado a Le Pen? Si la derecha española debe mirar con atención lo sucedido en Francia, la izquierda francesa debería poner no menos atención a lo que está sucediendo en España, donde el sastre Pedro Sánchez Castejón ha logrado zurcir una legislatura bastante consistente con los disparejos retales arrojados por el 23-J. Si, a la vista de lo sucedió ayer, el líder del PP Alberto Núñez Feijóo haría bien en imitar a Enmanuel Macron, con no menos motivos el líder de la Francia Insumisa Jean Luc Mélenchon debería hacer lo mismo con Pedro Sánchez.

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