Y es que mientras la delegación masculina cosecha decepciones y malas sensaciones, las chicas están salvando la cara olímpica de España a golpe de medallas. En el deporte no todo es cálculo. Duro entrenamiento más buen día en la competición no significa lograr el premio. Hay batallas que se ganan desde las sensaciones, y el femenino es el género que domina el buen rollo general que está permitiendo a nuestro país no caer en lo más hondo del medallero. Un lugar que no nos corresponde por tradición y prestigio, lamentablemente dos cuestiones que no garantizan ningún resultado. Si en Pekín, hace cuatro años, nos vinimos para casa con dieciocho medallas, cinco de ellas de oro, a falta de cuatro días para que termine esta Olimpiada sólo llevamos seis preseas, únicamente una del dorado metal. Un balance pobre. Escaso. Pese a que todavía podemos engordar el medallero, la sensación, a pesar de todo y del gran día que vivimos ayer, es de una decepción galopante. Para nosotros una jornada productiva en los juegos es conseguir entre todos nuestros representantes en acción un oro y dos platas. Hay cinco deportistas en Londres que han conseguido ellos solos ese balance, y más de veinte llevan dos medallas de oro. España sólo una.

No se pueden tomar medidas destinadas a mejorar las cosas desde el optimismo autocomplaciente, regado con algunas dosis de patriotismo cañí. Está claro que España merece escalar posiciones en el medallero, y que de momento las mujeres han cumplido con su parte. Esperar más no es pedir mucho. Estamos demasiado abajo, y por encima vemos a países mucho más pequeños recoger metal con bastante regularidad. Nosotros hemos pasado demasiadas jornadas en la sequía absoluta. Tras estos Juegos Olímpicos debe llegar la hora de la reflexión. No parecemos flaquear en los deportes de equipo, pese a las habituales decepciones, cosa normal en el deporte por otra parte. Es en lo individual. Con nuestros atletas, o la ausencia de deportistas en muchas de las disciplinas olímpicas, dónde estamos comenzando a retroceder de forma alarmante. Sólo hay que ver cada día las pruebas en el estadio olímpico, y no reconocer a nuestro atletismo. Toca empezar de nuevo. Como si faltasen cuatro años para Barcelona ’92. Alguien debería preguntar a los que estaban allí.

Ion Antolín Llorente es periodista especializado en comunicación corporativa y política
En Twitter @ionantolin