Al igual que sucede con los tribunales de justicia, los cuerpos y fuerzas de seguridad deberían quedar siempre fuera del debate partidista, y todavía más de la posibilidad de su instrumentalización por parte de algún sector ideológico o político. No digo fuera del lógico, natural y de un modo u otro inevitable debate político, como corresponde siempre a cualquier otro servicio público, sino al enfrentamiento partidista, al intento de patrimonialización de estos empleados públicos y servidores del Estado por parte de algún grupo.

Viene todo esto a cuento tanto por lo que sucede con el bloqueo que nuestras tres derechas hispánicas plantean respecto a la preceptiva renovación de órganos jurisdiccionales tan importantes como el Tribunal Constitucional, el Tribunal Supremo y el Consejo General del Poder Judicial, como al uso que desde algunos sectores se pretende hacer de las sesiones del juicio que tiene lugar estos días contra el ex-mayor de los Mossos, Josep-Lluís Trapero, a quien acompañan como acusados la intendente del mismo cuerpo policial Teresa Laplana, así como Pere Soler y Cèsar Puig, ambos ex-altos cargos políticos del Departamento de Interior de la Generalitat.

Trapero se convirtió, no tanto por ambición ni iniciativa personal -aunque es cierto que también hubo algo de ello- en un símbolo o referente público del movimiento independentista catalán. Fue sobre todo a raíz de la rápida y feliz resolución policial, por parte de los Mossos d’Esquadra, de los graves atentados terroristas del 17 de agosto de 2017 en la Rambla de Barcelona y en el paseo marítimo de Cambrils. Desde el Gobierno de la Generalitat, así como desde casi todos los grupos políticos y las organizaciones sociales separatistas, se convirtió al entonces más importante cargo de la policía autonómica catalana en una suerte de personaje heroico, casi mítico, y sobre todo intocable. Hasta tal punto fue así que la más leve crítica a la tarea profesional de Trapero y los agentes a sus órdenes pasó de repente a ser considerada poco menos que como un acto de traición, cuando no un atentado de lesa patria. Víctimas de aquello fueron, entre otros, el entonces director de “El Periódico de Catalunya”, Enric Hernández, y Lluís Mauri, periodista del mismo medio de comunicación. Ambos se atrevieron a plantear en público algunos interrogantes sobre si era cierto o no que los Mossos d’Esquadra habían sido alertados por los servicios secretos de Estados Unidos sobre la posibilidad de algún inminente atentado terrorista en Barcelona. El propio Josep-Lluís Trapero participó en aquella tan lamentable caza de brujas, en la que destacaron sobre todo el consejero de Interior, Joaquim Forn, e incluso el mismísimo presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, con el habitual coro entusiasta de todos sus siempre muy bien remunerados propagandistas.

Aquel casi legendario “sheriff” Trapero de entonces, convertido de repente en un gran héroe popular entre casi todos los integrantes del tan transversal movimiento secesionista catalán, resulta que se ha convertido ahora, como mínimo para amplios sectores del mismo movimiento separatista, en un abyecto y repugnante villano, en un traidor vergonzoso.

El ex-mayor Trapero no fue nunca aquel gran héroe en el que, por intereses exclusivamente partidistas, quisieron convertirle sobre desde el Gobierno de la Generalitat y, por extensión, desde casi todos los grupos políticos y sociales independentistas, tal vez con la única pero tan esperable excepción de las CUP.

El ahora acusado Trapero tampoco es un villano ni un traidor. Trapero fue y es, simplemente, un policía. Lo fue anto en todas sus actuaciones del día 17 de agosto de 2017 como también durante los meses siguientes, en aquella tan lamentable sucesión interminable de decisiones políticas cuyas consecuencias seguimos padeciendo en la actuación. Y lo ha seguido siendo desde entonces, en concreto en su comparecencia como testigo ante el Tribunal Supremo en el transcurso del juicio contra casi todos los principales dirigentes políticos y sociales separatistas, y todavía más ahora, en su comparecencia como acusado de un delito de rebelión ante la Audiencia Nacional.

Triste, no, lo siguiente”, fue el comentario expresado por el ex-mayor Trapero al término de sus casi diez horas de respuestas al duro interrogatorio del fiscal Miguel Ángel Carballo. Su reacción personal y profesional es más que lógica y comprensible. Josep-Lluís Trapero no fue nunca un héroe ni un mito. Tampoco es ahora un villano o un traidor. Fue y sigue siendo un policía. Y Cataluña, sea comunidad autónoma o lo que sea, siempre seguirá necesitando policías. No héroes ni villanos