La extrema derecha saldrá oxigenada de las elecciones francesas. Las encuestas vaticinan que Emmanuel Macron (La République En Marche!) conservará la presidencia, pero el aumento en votos de la candidata de Agrupación Nacional, antiguo Frente Nacional, es un hecho consumado, agravado por el rápido ascenso del polemista ultraderechista Éric Zemmour (Reconquista), que, pese a no llegar al número de votos que algunos presagiaron en las semanas previas a la primera vuelta electoral, se alzó con más de un 7% rozando los 2,5 millones de simpatizantes.

Marion Anne Perrine Le Pen, más conocida como Marine Le Pen, tendrá este domingo una nueva oportunidad de alcanzar una meta, la de ocupar el despacho principal del Palacio del Elíseo, a la que ha dedicado décadas de su vida. Influenciada por su padre, Jean-Marie Le Pen, el fundador del partido ultraderechista Frente Nacional (FN), del que ahora trata de desvincularse de forma acelerada tras percatarse de que el radicalismo de su mentor le restaba transversalidad y opciones electorales, la menor de las tres hermanas de esta familia criada en una familia católica y acomodada en la ciudad de Neuilly-sur-Seine, Altos del Sena, Francia, ubicada en el área metropolitana de París, se percataría a los ocho años de que su futuro debía estar ligado a la política.

Este presagio no responde a una profecía ni a un sueño inocente. Más bien fue un arrebato, una respuesta a una infancia marcada por 20kg de explosivos puestos en la escalera de su inmueble y con un objetivo claro, con nombres y apellidos. Frente al miedo, y según ha contado la candidata que busca reinventar el concepto de Francia frente al cordón sanitario que los grandes partidos, la vieja Europa y los medios tradicionales tratan de imponerle, esa noche de 1976 la pequeña Marion empezaría a interesarse por una carrera, la de su progenitor, de la que aún no sabía que años más tarde renegaría por interés propio: "Esa noche de horror descubrí que mi padre estaba involucrado en política".

"La política se me impuso. Cuando eres la hija de Jean-Marie Le Pen, por definición, tienes que ser cuestionada, defenderle, sufrir lo que pueda decir o lo que se pueda decir de él", aseguró Le Pen en una entrevista para Ouest France. Impuesta o no, lo cierto es que Marine no tardó demasiado en abrirse un hueco en un mundo del que ahora es protagonista: a los 18 años pasó a formar parte de las filas del Frente Nacional, combinando sus estudios en Derecho con los asuntos legales del partido; en 1993 se presentó a las elecciones legislativas, siendo superada por Bernard Pons, del partido Unión de Demócratas por la República, debiendo esperar cinco años a convertirse, ya con una mayoría electoral bajo el brazo, en consejera regional de Hauts-de-France. No fue hasta 2011, y tras trece años en el Parlamento Europeo que combinó con el puesto de jefa de Gabinete de su padre en las elecciones de 2017, cuando la menor de los Le Pen descabezó a su progenitor y prometió “desdemonizar” el Frente Nacional para dar un nuevo impulso a la política francesa.

Con brillantez, y un mensaje limado con el tiempo y la experiencia, Le Pen sigue intentando cumplir la promesa que lanzó en aquel momento. Pese a cimentar buena parte de su programa en las mismas ideas identitarias, nacionalistas y antiislamistas de su progenitor, la actual líder de Agrupación Nacional -el cambio de nombre no es casual, sino un intento más por alejarse del miedo que generaba su padre- trata de moderarse, dar menos miedo y más confianza a un electorado en el que las zonas rurales, la mediana edad y la clase media-baja empieza a sonreírle.

El cambio de la candidata respecto a 2017 es notorio: no solo en la dimensión de su estructura, venida a más con 450.000 nuevos votos, superando los 8,1 millones de votos, y casi 2 puntos más en porcentaje de votos que en los anteriores comicios, sino en el trasfondo de su mensaje. Sabedora de que los votos de Zemmour serán suyos, Le Pen dependerá de la capacidad de absorción del 22% obtenido por un Jean Luc-Mélenchon (Francia Insumisa) que se quedó muy cerca de convertirse en el rival de Macron en la segunda vuelta presidencial.

Voto joven y medidas sociales

No es casual que Le Pen, en su programa electoral, donde se incluye 22 grandes bloques de medidas que van desde la apuesta por la seguridad hasta apostar por el animalismo, centre buena parte de sus promesas al electorado más joven. Hasta el momento, y al igual que le sucede a Macron -es todavía más complicado para él, ya que su votante medio está en la franja superior a los 60 años de edad-, este target se le escapa, siendo Mélenchon el favorito entre los noveles en la elección.

Especialmente interesante, y novedoso -en 2017 la menor de los Le Pen no profundizaba tanto en la juventud-, es el bloque 7 de M La France, les 22 mesures de Marine Le Pen: fomentar los proyectos de los jóvenes y su entrada en la vida laboral. En este apartado, la líder de Agrupación Nacional propone un bono de formación de entre 200 y 300 euros para aprendices, una exención del impuesto sobre la renta para trabajadores hasta los 30 años para que puedan permanecer en Francia y eliminar el impuesto de sociedades hasta la treintena durante los primeros cinco años de cotización.

Además, su apoyo a las familias francesas también queda constatado en una hoja de ruta que pasa por crear un préstamo sin intereses para familias jóvenes, construir 100.000 nuevos alojamientos para estudiantes, eliminar los impuestos a las herencias y regar de ayudas a las madres solteras y las familias con hijos con algún tipo de discapacidad.

Estas, y otras muchas medidas fiscales como la reducción del IVA hasta el 5,5% en productos energéticos y artículos de primera necesidad, un aumento de los salarios en un 10%, la renacionalización de las autopistas, elevar las pensiones hasta los 1.000 euros mínimo o permitir la jubilación a los 60 años, son las cartas con las que Le Pen tratará de seducir este domingo a los votantes de Mélenchon, así como a los de los partidos tradicionales que no estén contentos con la legislatura del favorito Macron.

Por el momento, los que se decantaron por el candidato de Francia Insumisa son la pieza del tablero que ambos candidatos tratan de agitar. Las encuestas no son claras, aunque apuntan a una gran abstención y voto nulo: según un sondeo interno del partido izquierdista, en el que participaron más de 200.000 personas, únicamente un tercio de los votantes apoyaría a Macron (esta encuesta no da cifras sobre quién se movería a Le Pen); por el contrario, un estudio demoscópico publicado el sábado por IPSOS-Sopra-Steria mostró que un 33 por ciento de los votantes de Mélenchon apoyarían a Macron, con un 16 por ciento inclinándose por Le Pen y un 50 por ciento rechazando pronunciarse sobre lo que planean hacer el domingo.

Mélenchon, por su parte, está siendo muy criticado por no pedir abiertamente el voto para el aspirante a revalidar mandato. El izquierdista sí ahondó en la necesidad de “no abstenerse”, aunque en los últimos días incluso ha llegado a mostrar cercanía y comprensión con aquellos que no se sientan bien otorgando su confianza al candidato de En Marche!.

Le Pen, cada vez menos Le Pen

Su principal promesa cuando descabezó a su padre fue “desdemonizar” al Frente Nacional, que viene a ser algo así como acabar con la sensación de miedo que atravesaba al electorado francés cada vez que escuchaba el apellido Le Pen. El mensaje moderado que la candidata ultraderechista ha llevado a cabo en la última legislatura -especial mención para el perfil estadista de los debates- ha conseguido que este objetivo se acerque: solo uno de cada dos votantes la considera ahora "inquietante" y un 46% estima que "entiende bien los problemas de la gente", según cifras de France 24.

El euroescepticismo también ha sido limado, tal vez por las nuevas corrientes de una Europa que renace bajo el paraguas de la protección común frente al terror que está sembrando Vladimir Putin en Ucrania. Si la primera medida de su programa electoral en 2017 era someter a referéndum la continuidad de Francia en la UE, en 2022 estas referencias desaparecen. Tampoco nos llevemos a engaños: Le Pen sigue siendo Le Pen, bebiendo de los postulados más conservadores de su padre Jean Marie y apostando claramente por una idea nacionalista de los recursos públicos. Especialmente dura es su apuesta por detener la inmigración descontrolada, expulsar a los extranjeros ilegales y erradicar cualquier tipo de símbolo que recuerde al islam.

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Sin embargo, basta comparar su actual programa con el de 2017 para darse cuenta de que si bien las mismas bases conductuales están puestas sobre la mesa, el espacio dedicado a las mismas poco tiene que ver. En 2022, la ultraderechista se centra en la economía, en la rebaja de impuestos, en las ayudas, en la cultura, la educación e incluso el animalismo. En 2017 las referencias a la policía, las vías de deportación, la inmigración y las bandas callejeras aparecían con mucha mayor asiduidad entre las 144 propuestas que sintetizaron su plan de futuro.

Le Pen ha buscado suavizar su perfil, dar menos miedo, parecer más cercana. Con la misma determinación, pero más pegada a la ciudadanía. Sin embargo, el fantasma del miedo ha sido agitado con maestría por un Macron que no dudó en sacar a relucir sus conexiones con Vladimir Putin en el debate electoral, arrinconando a su contrincante en un cara a cara en el que, si bien nadie cometió errores y ambos salieron vivos, la mayoría de los analistas coinciden en que el favorito salió vencedor.

Putin, el agente desestabilizador

“Yo no voy a Rusia a pedir un préstamo”. Con esta frase, Emmanuel Macron, que estaba saliendo airoso de un debate electoral en el que ambos candidatos supieron utilizar sus estilos contrapuestos en beneficio propio, rompió la balanza y consiguió arrinconar a una Marine Le Pen que trató de cambiar rápidamente de tema sabiendo que las elecciones podían peligrar en pocos minutos. La moderación dio paso a los claroscuros por un pasado, no tan lejano, que ya ha pasado factura a la marca de Agrupación Nacional.

De hecho, en las postrimerías de la campaña electoral del país de las luces, la propia Le Pen ordenó borrar de sus folletos electorales una fotografía en la que posaba visiblemente orgullosa junto a Putin presumiendo de implantación internacional. La orden llegó tarde, ya que pese a destruir los cientos de miles de ejemplares que aún no habían sido repartidos, más de 1,2 millones de folletos ya habían llegado a las manos de una población que no tardó en reprocharle la instantánea.

Concretamente, la fotografía era de un encuentro que mantuvo la mandataria con el presidente ruso en 2017, justo antes de la segunda vuelta de las elecciones francesas. Sin embargo, y recuperando la determinante frase de Macron en el debate, la relación de la agrupación ultraderechista con el Gobierno ruso viene de atrás: en 2014, el todavía Frente Nacional oxigenó sus cuentas gracias a un préstamo de 9 millones de euros con origen de un banco ruso.

La hemeroteca también ha pasado malas jugadas a Le Pen en esta última campaña, donde, pese a no despejar su posicionamiento respecto a la guerra de Ucrania en el momento de la invasión, ha tratado de desvincularse de un pasado plagado de referencias al dirigente al que hoy todos condenan: "Las grandes líneas políticas que defiendo son las grandes líneas que defiende el señor Trump, que defiende el señor Putin", dijo en 2017. "Ucrania forma parte de la esfera de influencia de Rusia, es un hecho", añadió, para acabar sentenciando: "Si se trata de decir que Rusia representa un peligro militar para los países europeos, creo que se equivocan en su análisis".

Ha querido el calendario que la segunda vuelta de las elecciones francesas se celebre este domingo 24 de abril, justo cuando se cumplen dos meses desde que estallase la guerra. Con Putin cercando Mariúpol, amagando con una salida dialogada que no termina de producirse y sembrando de dudas a los países aliados por sus pruebas de misiles de alcance internacional, Putin se ha convertido en el agente envenenado de una Le Pen que incrementa su notoriedad en unas elecciones que pueden decidirse por un sinfín de variables.