Argentina vivió anoche un episodio que ni el realismo mágico podría haber previsto: su presidente se subió a un escenario para cantar rock frente a 15.000 personas. Con luces, humo y riffs de guitarra, Javier Milei transformó la presentación de su libro La construcción del milagro en una suerte de misa libertaria amplificada por decibelios. Mientras tanto, fuera del estadio, el país que gobierna sigue esperando el milagro, aunque sin sonido ni aplausos.

El Movistar Arena de Buenos Aires parecía más preparado para recibir a una banda legendaria que a un jefe de Estado. Milei, enfundado en una chaqueta de cuero negro, tomó el micrófono y comenzó con Panic Show, de La Renga, la misma canción con la que irrumpió en la política argentina, y que ya es su firma sonora. “¡Soy el león!”, gritó, con una vehemencia que no se reserva ni para las conferencias económicas. El público —una mezcla de militantes, curiosos y fanáticos— agitaba banderas con su rostro y carteles con consignas libertarias. Detrás, una pantalla gigante proyectaba su imagen en bucle, intercalada con frases del libro: “La Argentina del futuro será libre o no será”, “el milagro es posible”, “no hay milagros sin sacrificios”. En ese escenario, el economista devenido en performer se movía con la soltura de quien cree que los votos también pueden ganarse a golpe de batería.

Pero más allá del espectáculo, el acto se produce en un momento de extrema fragilidad política para el mandatario: el oficialismo no solo sufre divisiones internas sino que está siendo sacudido por un escándalo que involucra a uno de sus aliados más visibles, José Luis Espert. El economista, quien encabezaba la lista de candidatos del espacio de Milei en la provincia de Buenos Aires, fue salpicado por denuncias de haber recibido 200.000 dólares de un empresario vinculado al narcotráfico, Fred Machado, y de haber utilizado aeronaves de esa persona para sus desplazamientos políticos.

Pero esa renuncia es solo el síntoma visible de un problema mayor: la gobernabilidad de Milei pende de hilos demasiado delgados. En el Congreso, su coalición ha sufrido derrotas consecutivas —por ejemplo, fue impotente para impedir que la oposición rechazara el veto sobre el financiamiento universitario— lo que revela un déficit de respaldo parlamentario. Mientras eso sucede, el presidente busca alianzas con figuras políticas tradicionales para recomponer su base: las tratativas con Mauricio Macri, de hecho, se han reactivado como un salvavidas táctico tras la derrota electoral en Buenos Aires.

Entre el show y el sermón

A la hora y media de espectáculo, el acto se convirtió en un híbrido extraño: mitad recital, mitad prédica política. Milei bajó el tono, tomó el libro que venía a presentar y, entre aplausos, comenzó a leer párrafos en voz alta. Habló del “milagro argentino”, del Estado “como enemigo” y de la necesidad de “despertar conciencias”. Luego volvió a dejar el libro sobre una mesa, tomó el micrófono y gritó: “¡Viva la libertad, carajo!”, como si el eslogan pudiera funcionar de estribillo.

El público respondió con fervor. Las cámaras captaron lágrimas, abrazos y brazos en alto. Algunos se santiguaban; otros simplemente coreaban su nombre. En las redes sociales, el hashtag #MileiRock se convirtió en tendencia, mezclando memes, críticas y un asombro colectivo que oscilaba entre la incredulidad y la resignación.

Afuera del estadio, la escena era menos épica. Algunos manifestantes protestaban contra los recortes sociales, mientras la policía controlaba los accesos. Los cánticos libertarios se mezclaban con los reclamos por el precio de los alimentos o el aumento de los alquileres. En los barrios del conurbano, el “milagro” prometido por el presidente aún no llega: los índices de pobreza siguen por encima del 45%, la inflación ronda el 180% anual y el dólar, ese termómetro eterno, no encuentra techo.

Mientras Milei cantaba Libre, de Nino Bravo, las luces del Arena se reflejaban en un país partido entre la euforia y el desencanto. Su Gobierno atraviesa un momento de fragilidad evidente, con divisiones internas, renuncias sonadas y una creciente fatiga social ante la falta de resultados económicos. Pero el presidente prefiere los escenarios llenos a los despachos vacíos. Y, en su lógica, el ruido siempre gana al silencio.

Lo de Milei no es un capricho: es una estrategia. Desde su irrupción en la política argentina, el economista ha comprendido que la televisión y las redes son más efectivas que el Boletín Oficial. Su discurso se alimenta de la provocación constante y de la performance como método. Cada aparición es un acto diseñado para viralizarse; cada gesto, una declaración estética antes que política.

Convertir la presentación de un libro en un recital multitudinario no es, por tanto, un exceso casual: es la continuación natural de su estilo. El problema es que ese estilo empieza a chocar con la realidad. La economía no se arregla con metáforas roqueras, y el descontento, aunque ría por un rato, no baila eternamente.

“Milagro” en tiempos de crisis

El título del libro, La construcción del milagro, resonó durante todo el acto como una promesa insistente. Pero, a estas alturas, la palabra “milagro” suena más a escapismo que a programa de gobierno. Los analistas coinciden en que el evento fue un intento por reanimar a su base de seguidores en un contexto de desgaste. “Cuando no hay resultados, se necesita épica”, dijo un consultor político al diario Clarín. “El problema es que la épica sin gestión se agota rápido”.

Milei, sin embargo, insiste en la narrativa de la fe. “Creer es crear”, repite en sus discursos, apelando a una mística económica que recuerda más a un gurú motivacional que a un presidente. La paradoja es evidente: cuanto más se deterioran los indicadores, más se eleva el volumen de su micrófono.

En la Argentina de Milei, la incredulidad ya no es sorpresa, es rutina. Un presidente que canta rock no escandaliza: apenas confirma que la frontera entre la política y el espectáculo se ha borrado. Lo que antes se consideraba excentricidad ahora forma parte del guion. Y el público, agotado pero atento, asiste como quien ve una serie que no puede dejar de mirar, aunque sepa que el final será triste.

Mientras los economistas debaten si el ajuste fiscal es sostenible, Milei se pasea entre luces estroboscópicas y gritos libertarios. Sus ministros hablan de “reformas estructurales”, pero el mensaje que llega al corazón de su electorado es otro: que el presidente es un hombre solo contra el sistema, un héroe antisocial que pelea a puro volumen.

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