No es gratuito que Donald Trump haya elegido celebrar uno de sus últimos actos oficiales ante el muro alzado en la frontera mexicana, en un intento de frenar la inmigración. A modo de advertencia de quienes mantienen su rifle disparando hasta el último minuto, aseguró que hay “cero riesgo” de que su gabinete lo destituya en el proceso fijado en la Enmienda 25 de la Constitución que ya ha solicitado el Partido Demócrata.

Ante un pequeño grupo de trabajadores fieles, cercados por una barrera de coches de la policía de fronteras que impedían el acceso de cualquier ciudadano crítico, Trump cerró solemnemente una diminuta ventana opaca del muro, en el sector del Valle de Rio Grande, para trasladar el mensaje de que esa gigantesca construcción no tendrá  marcha atrás.

Su significativa visita a una barrera de 640 kilómetros, a la que pretende sumar otros 500 antes de la investidura de Biden el 19 de enero, mediante la adjudicación de la obra, pretende que permanezca su impronta de identificar a los inmigrantes como “gente que traen drogas, crimen y son violadores”, a quienes buscan una vida mejor. Una más de sus “malditas mentiras”, como las define el premio Nobel de Economía Paul Krugman.

Un muro que para la gente de bien es la frontera del dolor, de la separación de las familias, de la retención por la fuerza de menores aferrados a los brazos de sus padres, la frontera de la desesperación de quienes no han conseguido cicatrizar el compendio de sufrimiento que el trumpismo ha causado en su andadura. Ojalá la mayoría de los norteamericanos sean capaces de superar esa brecha que Trump deja como legado. Antes de embarcar hacia Álamo (Texas), lanzó otro torpedo contra su sucesor al advertirle que no podrá echar abajo el muro fronterizo, “una obra extraordinaria” para la política migratoria.

El mundo aguarda con impaciencia la fecha del 20 de enero, en la que Joe Biden será investido presidente de   Estados Unidos. Una semana es mucho tiempo cuando se trata de alguien, como Trump, que no inspira ninguna confianza y que podría organizar otro conflicto de envergadura, como el del pasado día de Reyes con el asalto de sus huestes al Capitolio.

En paralelo, la decisión de no renunciar a su cargo de forma inmediata ha llevado a que la Cámara se decida a poner en marcha el impeachment para Donald Trump. Y no es para menos. El ataque contra la libertad y la Constitución que ha provocado horroriza a un amplio sector de la sociedad norteamericana que, durante los  cuatro años de mandato, ha comprobado el  deterioro grave de la convivencia hasta llegar a una auténtica fractura social entre compatriotas.

Sin ningún pudor, con la careta ya quitada, los partidarios del presidente saliente anuncian manifestaciones en contra de la toma de posesión de Biden. El FBI ha advertido de posibles protestas armadas en diferentes ciudades en el entorno del día 20. Por lo que los federales han conseguido averiguar que un grupo de extrema derecha tiene entre sus planes un nuevo asalto en diversos Estados ese día y, más aún, han amenazado al presidente electo, a la vicepresidenta Kamala Harris y a la propia Nancy Pelosi.