La política exterior de la Unión Europea está, una vez más, en el centro de un profundo debate. Las imágenes que llegan desde Gaza, las cifras de víctimas y la creciente alarma de organizaciones internacionales han avivado una pregunta que hasta hace poco parecía impensable: ¿debería la UE cortar sus lazos diplomáticos y comerciales con Israel? Este interrogante, antaño reservado a sectores minoritarios, ha escalado hasta las cumbres comunitarias, donde varios gobiernos nacionales comienzan a cuestionar públicamente la viabilidad de mantener una relación normalizada con un Estado acusado de violaciones sistemáticas de derechos humanos.
Desde el inicio de la ofensiva israelí en Gaza en octubre de 2023, el número de muertos supera los 50.000, entre ellos más de 16.200 niños, según datos de Naciones Unidas y organizaciones humanitarias. A esto se suma una situación de hambre extrema que afecta a millones de civiles atrapados en el enclave. Los informes sobre la destrucción masiva de infraestructuras civiles, incluidos hospitales, escuelas y convoyes humanitarios, han intensificado la presión internacional. Incluso Estados tradicionalmente aliados de Israel han elevado el tono.
En este contexto, la UE ha iniciado un proceso de revisión del Acuerdo de Asociación con Israel, en vigor desde el año 2000. Este tratado establece las bases de las relaciones políticas, comerciales y culturales entre ambas partes, pero incluye una cláusula explícita que exige el respeto a los derechos humanos como "elemento esencial". Ahora, varios países miembros —entre ellos España, Irlanda, Bélgica y Francia— consideran que el comportamiento de Israel en Gaza podría estar vulnerando esa cláusula.
La Alta Representante de la UE para Asuntos Exteriores, Kaja Kallas, ha confirmado que hay una “fuerte mayoría” dentro del Consejo que aboga por activar el artículo 2 del acuerdo, lo que implicaría medidas diplomáticas y económicas contra Israel. Aunque estas decisiones requieren la unanimidad de los Estados miembros, la presión política interna está empujando a la Comisión Europea a mover ficha.
El debate se ha intensificado tras el bombardeo de una comitiva diplomática en Yenín, en Cisjordania, que contaba con la participación de más de 30 delegaciones extranjeras, incluidas varias de países europeos. La comunidad internacional, incluida la UE, ha condenado con dureza el ataque y algunos gobiernos han llamado a consultas a sus embajadores en Tel Aviv. El incidente ha hecho crecer la idea de que las relaciones con Israel ya no pueden sostenerse en los términos actuales.
Sin embargo, el bloque no es homogéneo. Alemania, uno de los principales socios económicos y políticos de Israel en Europa, defiende mantener el marco de cooperación actual para no perder capacidad de influencia. Esta división interna ralentiza cualquier movimiento conjunto y complica la adopción de sanciones.
La Unión Europea representa el 29% del comercio exterior de Israel, lo que convierte a Bruselas en su principal socio comercial. Cualquier medida restrictiva tendría un impacto económico considerable, pero también implicaciones geoestratégicas en una región ya de por sí inestable.
Con este escenario de fondo, la pregunta ya no es si el conflicto en Gaza debe preocupar a Europa —eso está claro—, sino si Bruselas está dispuesta a actuar en consecuencia. ¿Debe romper sus relaciones con Israel en defensa de los derechos humanos? ¿O debe mantenerlas, confiando en que el diálogo sea más útil que la confrontación?