Más de 67.100 los palestinos muertos por la ofensiva militar de Israel. Esta es la cifra humana que se ha cobrado en dos años el Gobierno de Benjamín Netanyahu con sus ataques en la Franja de Gaza a modo de respuesta a los atentados que Hamás perpetró en el Estado hebreo el 7 de octubre de 2023, donde el balance de muertes fue de 1.200 civiles. Pero todos ellos no son números, son nombres, familias, madres, padres e hijos que han sufrido los horrores de un conflicto violento con escasos precedentes.
El Ministerio de Sanidad gazatí informó este domingo que ya son más de 67.000 los muertos civiles -entre ellos, más de 20.000 niños-, además de otros 169.583 heridos, desde que comenzó la ofensiva del Ejército israelí en territorio palestino con la premisa de derrocar a la cúpula armada de Hamás.
Unos números que tampoco se entienden sin tener en cuenta que, pese a que muchos de ellos son por los ataques militares y el derrumbe de edificios civiles, otra sustancial cifra también se debe a la crisis de hambruna que afronta esta población: 460 personas muertas, 154 de ellos menores de edad. Un escenario de horror aún más agravado que se declaró el pasado mes de agosto debido al veto de entrada de Israel a ayuda humanitaria extranjera, la escasez de recursos médicos y la constante ofensiva de su Ejército contra los civiles.
Pese a que los hechos se recrudecieron gravemente con los ataques de Hamás hace exactamente dos años, lo cierto es que el conflicto diplomático y armado entre el pueblo israelí y el palestino viene de mucho más atrás en el tiempo.
Fuego cruzado
Hamás, contra todo pronóstico, atacó por sorpresa territorio y población israelí en una incursión sin precedentes, con lanzamiento de cohetes desde Gaza, la entrada de sus milicias en 15 localidades y tres bases militares del Estado hebreo y el ataque a un festival musical con decenas de asistentes extranjeros. Un balance por el que el grupo terrorista se cobró la vida de cerca de 1.200 personas, además de capturar a 251 como rehenes trasladados a territorio palestino.
Entonces, el primer ministro israelí advirtió que su Ejército “destruiría” a Hamás y “vengaría con fuerza” lo sucedido. Una amenaza que no tardó en cumplir. El 8 de octubre, tan sólo un día después, Israel respondió declarando el Estado de fuera por primera vez desde 1973 y emprendió una intensa y mortífera campaña de bombardeos y ataques sobre la Franja de Gaza.
Bombardeos, muertes por doquier y un callejón sin salida
La ofensiva de Israel no terminó, ni mucho menos, en este punto. La escalada de violencia fue cada vez a más e, indistintamente del objetivo, el escenario se convirtió en destrucción humana y material, un persistente halo de incertidumbre y un callejón sin salida cada vez más estrecho y sin luz al final del túnel para la población palestina de Gaza.
A la constancia de los ataques se sumó la imposición del bloqueo total a la ayuda humanitaria del exterior, cortando así los suministros de agua, electricidad, combustible y bienes más necesarios para la población civil. Situación que declinó en que 1,4 millones de personas -teniendo en cuenta que la población global de Gaza son dos millones- se vieron obligados a desplazarse obligatoriamente de sus localidades hacia el sur. La cifra de fallecidos iba en aumento de manera exponencial hasta el punto de que organizaciones mundiales activaron las alarmas para garantizar el acceso de ayuda humanitaria en la zona.
La imagen aérea de la zona, a lo largo de los primeros y peores meses de incursión israelí, transformó el mapa en un asedio de ruinas ya que tan sólo en noviembre, en un mes de ataques, los muertos gazatíes ya se elevaban a 10.000. El 24 de noviembre, se oficializó el primer alto el fuego del conflicto, pero tan sólo duró cinco días, pero periodo en el que se liberaron 110 rehenes de Hamás y otros 240 palestinos bajo mando israelí.
Tras ello, Netanyahu ordenó el comienzo de una ofensiva militar aún “más intensa” focalizada en el sur de la Franja, donde se había desplazado la mayor parte de la población gazatí refugiándose de las bombas. Entonces, los objetivos comenzaron a ser indiscriminados, desde campos de refugiados hasta hospitales.
En 2024, el debate en la Comunidad Internacional comenzó a adoptar forma, exigiendo un alto el fuego, abriendo la puerta a la solución de los dos Estados, Israel y Palestina, como vía resolutiva del conflicto y emergieron las acusaciones de genocidio al Gobierno israelí como respuesta a sus indiscriminados, feroces y violentos bombardeos.
En el ecuador del año, el punto más álgido del conflicto se situó en Rafah, la frontera de Gaza con Egipto y vía de salida y entrada de la ayuda humanitaria. Pese a que este punto suponía un respiro, Israel tomó su control en mayo e inició una nueva operación de ataques con la justificación de que ahí se escondían comandantes y altos mandos de Hamás. En aquel punto, cuando la ofensiva israelí ya se había cobrado más de 35.000 víctimas mortales, el ojo internacional ya no podía mirar hacia otro lado, aunque las actuaciones aún tardaron en materializarse.
Cabe remarcar que, en mitad de esta incursión y en verano de 2024, Israel expandió sus ataques más allá de la Franja, llegando a bombardear puntos concretos del Líbano, Yemen, Irán y Qatar en distintos momentos del conflicto. Llegados a finales de año y principios de este 2025, el paso lo marcó el alto el fuego de enero que el Ejército israelí, finalmente, terminó incumpliendo y extendiendo sus ataques durante los siguientes meses, lo que declinó en una intensificación del horror para el pueblo palestino.
El incremento alarmante de las víctimas, niños, mayores, hombres y mujeres, continuó hasta el punto de que las cifras de víctimas mortales han llegado a rozar niveles por los que el debate sobre genocidio se elevó al debate de la Asamblea de la ONU. Naciones Unidas declaró este verano la hambruna oficial en la Franja de Gaza, decisión secundada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) cifrando como más de medio millón de personas las que sufren esta crisis.
¿Horizonte de paz?
Ante un escenario de destrucción prácticamente insostenible, el debate en la Asamblea General de la ONU este mes de septiembre puso sobre la mesa la necesidad urgente de plantarse ante la ofensiva militar comandada por el Gobierno de Netanyahu, así como medidas para encauzar la causa palestina hacia un horizonte de solución de paz. Mientras países como España llevaron la bandera del reconocimiento de Palestina y la solución de los dos Estados, la voz de Estados Unidos ejerció de contrapeso en favor de Israel, aunque también se situó como mediador de la causa.
Y es que de la reunión de Donald Trump con su homólogo israelí en la Casa Blanca el pasado 29 de septiembre emergió un plan de 20 puntos que puso nombre y fases al horizonte de paz en Oriente Próximo. Unas condiciones que Washington propuso y que Hamás debía responder en un corto plazo de tiempo con respuesta que, efectivamente, fue afirmativa, aunque con algunos matices en la práctica.
El plan, que pasaba por intercambio de rehenes, desmilitarización de Gaza, el alto el fuego definitivo con el cese de los ataques israelíes y la próxima administración temporal de Gaza por una comisión internacional, fue aprobado por una importante mayoría de países árabes y la confirmación en positivo de Hamás, aunque el grupo islamista reclamó negociar los detalles.
En paralelo, el ojo internacional también se ha situado en los últimos días en la acción humanitaria llevada a cabo por la Global Sumud Flotilla en dirección a Gaza, cargada de ayuda humanitaria para la población civil. Las embarcaciones fueron interceptadas por las fuerzas israelíes y sus tripulantes devueltos a sus países de origen sin lograr haber alcanzado tierra palestina.
El escenario actual pasa por ver si dos años después de los atentados de Hamás y los ataques sin precedentes de Israel contra el pueblo palestino, ahora con un horizonte más cercano a la paz que hace unos meses atrás, la esperanza podrá materializarse para todos aquellos que aún en Gaza esperan salir adelante.
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