Si algo se puede afirmar de la relación entre Occidente y Oriente es que ésta, históricamente, ha sido “una relación de poder y de complicada dominación”, como diría Edward Said, crítico y teórico literario y activista palestino. No obstante, después de la Segunda Guerra Mundial y del conflicto árabe-israelí, la imagen del mundo árabe se ha ido transformado hasta ser vista como una amenaza para el mundo occidental. Tal y como explica Beltrame en su análisis La construcción occidental de la figura del enemigo islámico. La nueva hegemonía de Estados Unidos, el concepto de sujeto árabe no ha sido homogéneo en el tiempo, sino que se ha ido transformando en función de sucesos históricos que afectaban a esa relación de fuerza entre Oriente y Occidente.

El concepto orientalismo, estudiado y desarrollado por Said en su obra de 1990 titulada con dicho término, hace referencia a “lo oriental” como objeto. Said esclarece en su trabajo cómo Occidente comenzó a construir una concepción de “lo oriental” como “lo otro” adquiriendo esta idea connotaciones negativas, ya que “lo occidental” comenzó a definirse a partir de la diferenciación, es decir, en contraposición al mundo oriental. Este concepto de “orientalismo” comenzó a ser forjado por las culturas francesa y británica, que se articularon a sí mismas en detrimento de “lo oriental” que veían como inferior e incivilizado, una visión que se extendió por Europa y posteriormente fue patrocinada por Estados Unidos.

Así, se fue construyendo una historia occidental en contraposición con la oriental, una narración simplista en la cual Occidente siempre aparece como el protector de los verdaderos valores, que son racionales y deben ser universales, sin tenerse en cuenta la diversidad y la complejidad de la realidad. En definitiva, el orientalismo posee un componente político cuyo fin es subrayar la superioridad de Occidente sobre Oriente, una relación de predominio que tuvo su auge con la expansión del colonialismo anglo-francés. Pues, desde el comienzo del siglo XIX, hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, Francia y Gran Bretaña dominaron Oriente y desarrollaron el orientalismo, pero a partir de entonces Estados Unidos ha sido la potencia dominante en Oriente y ha ido relacionándose con esta región del mismo modo que lo hicieron los colonizadores.

Gran Bretaña y Francia llevaron a cabo la explotación de recursos petrolíferos, estratégicos y humanos en Oriente Medio, así como la imposición de valores ideológico-políticos foráneos desde la metrópolis, una situación que intentaron modificar los movimientos nacionalistas tras la Segunda Guerra Mundial. Mientras, Estados Unidos se preparaba para desplegar su poder en la zona, como potencia vencedora de la guerra. Después del conflicto global, la política estadounidense en Oriente Medio ha estado impulsada por tres preocupaciones fundamentales: limitar la influencia soviética, mantener el acceso al petróleo y salvaguardar la seguridad de Israel.

Hay que tener en cuenta que ya a mediados del siglo XIX en Europa existía toda una industria del conocimiento, que según Said comenzó a expandir el término de orientalismo. Lo mismo ocurrió tras la Segunda Guerra Mundial, en la esfera cultural estadounidense, lo árabe comenzó a ser representado peyorativamente, creándose un estereotipo negativo, forjándose la figura del árabe-musulmán como “el otro incivilizado” (violento, traidor, inmoral, etc.). En definitiva, no parece casualidad que, al tiempo que determinados países occidentales pretendían dominar zonas árabes, produjeran una figura estereotipada de las mismas, lista para ser introducida en el imaginario colectivo occidental.

Con la aparición de Al Qaeda, los prejuicios construidos contra Oriente se intensificaron y alcanzaron gran nitidez en las sociedades occidentales. Según diversos expertos, fue la Guerra del Golfo lo que facilitó la entrada de Osama Bin Laden en escena. El 2 de agosto de 1990, Irak invadió Kuwait, por intereses económicos, políticos y geoestratégicos. No obstante, tras la caída del Muro de Berlín, Estados Unidos se había alzado como potencia hegemónica y como la gran avanzada militarmente, por lo que se vio capacitada para exigir la inmediata retirada iraquí, a la vez que el Consejo de Seguridad de la ONU autorizaba el uso de la fuerza para que Irak abandonara Kuwait.

Gozando de tal hegemonía, no fue difícil para EE. UU. plantearse reforzar su influencia sobre Oriente Medio, zona poseedora de recursos tan importantes como el petróleo. Por otra parte, el comunismo ya no constituía una amenaza para los estadounidenses, por lo que Saddam Hussein, que además se caracterizó por sus actuaciones dictatoriales y violentas, fue situado como el gran enemigo mundial que había que derribar. Paralelamente, el islam fue sustituyendo a la URSS en el papel de amenaza para Occidente, algo promocionado especialmente por la visión estadounidense.

George W. Bush, candidato republicano, comenzó su mandato como 43er presidente de los Estados Unidos en enero de 2001, pero tan sólo ocho meses de su ascenso al poder, tuvo que lidiar con uno de los atentados más trágicos de nuestro siglo, el perpetrado el 11 de septiembre de 2001. La respuesta de Bush fue la “guerra contra el terrorismo”, una campaña militar internacional iniciada con la guerra de Afganistán en 2001 y que incluyó también la invasión de Irak en 2003.

Tras el duro golpe que supusieron para la Casa Blanca estos atentados, Washington necesitaba culpables con los que pagar su venganza, y el mundo árabe concentraba todas las opciones. Además, esta idea se vio materializada en la aparición de un hombre que acumulaba todos los prejuicios disponibles en el ideario estadounidense, Osama Bin Laden. A partir de este momento, todos los discursos de Bush tendrían como eje central la “guerra contra el terrorismo”, utilizando la retórica lucha entre el bien y el mal. Un mes después de los atentados, EE. UU. comienza su respuesta apuntando con todo su arsenal militar a Afganistán con el fin de derribar el régimen talibán, acusado de refugiar a Bin Laden. Era así como los occidentales se resarcían del dolor sufrido.

Sin embargo, al mismo tiempo, la presencia militar en Oriente; la generalización de la lucha contra el mundo árabe; y la neutralidad ante conflictos donde los derechos humanos, que supuestamente avala Occidente, se ven amenazados para poblaciones enteras como la palestina, constituyen factores que han ido causando un rechazo generalizado hacia Estados Unidos en el mundo árabe, así como un aumento de participación en grupos terroristas.

La línea argumental de Bush avanzaba en el escenario internacional bajo la premisa “o con nosotros o con los terroristas”. Se cristalizó la lucha entre el mundo civilizado y la barbarie islamista, y comenzó a justificarse cualquier acción que perjudicase al enemigo, desde operaciones del Servicio de Inteligencia hasta bombardeos que arrasaron ciudades enteras y que incluyeran civiles entre las víctimas. Una justificación que queda latente en la falta de condena supranacional y unitaria de lo que está ocurriendo en Palestina desde 1948 y de la actual masacre civil en la Franja de Gaza perpetrada por Israel, en reacción a los ataques terroristas de Hamás.