Las colas interminables, los documentos al aire y el ruido metálico de la verja podrían convertirse pronto en historia. España y Reino Unido trabajan con la Unión Europea para que a comienzos de 2026 desaparezca la frontera física que durante décadas ha separado a Gibraltar de La Línea. El acuerdo, aún pendiente de su ratificación definitiva, supondrá el fin del último muro de la Europa continental, un vestigio de la Guerra Fría que ha marcado la vida de miles de personas en ambos lados de la Bahía de Algeciras.

Un muro con medio siglo de historia

La Verja de Gibraltar se levantó en 1909, cuando el Reino Unido decidió reforzar la separación física con España. Sin embargo, fue en 1969, bajo la dictadura de Francisco Franco, cuando adquirió su carácter más simbólico: se cerró por completo, interrumpiendo toda comunicación durante 16 años. Ni trabajadores ni familias podían atravesarla, lo que provocó la ruptura de vínculos sociales, económicos y afectivos entre ambos lados de la frontera.

En 1985, en vísperas de la entrada de España en la Comunidad Económica Europea, la verja reabrió parcialmente. Desde entonces, el tránsito volvió a ser posible, pero nunca dejó de estar marcado por la desconfianza política y las tensiones diplomáticas. Para muchos ciudadanos, la frontera se convirtió en sinónimo de colas kilométricas, de revisiones exhaustivas y de un recordatorio constante de la disputa de soberanía.

Tres pilares clave del pacto

Según fuentes diplomáticas, Bruselas, Madrid y Londres esperan tener listo el texto jurídico definitivo del tratado en octubre de este año. A partir de ahí, el acuerdo deberá ser ratificado por el Parlamento británico, las instituciones europeas y las Cortes españolas para que pueda entrar en vigor en torno a la Navidad. Ese calendario permitiría proceder a la demolición de la verja en enero de 2026.

El borrador del tratado se articula en torno a tres pilares principales:

  1. Eliminación de los controles terrestres: el tránsito entre La Línea y Gibraltar dejará de estar sometido a verificaciones diarias, garantizando la libre circulación de personas y mercancías.
  2. Gestión conjunta de fronteras exteriores: en el puerto y el aeropuerto de Gibraltar, agentes españoles ejercerán los controles Schengen, mientras que las autoridades británicas y gibraltareñas mantendrán sus competencias internas.
  3. Armonización fiscal y aduanera: el Peñón avanzará en su alineamiento con el mercado único europeo, con medidas específicas sobre tabaco, combustible y fiscalidad indirecta para evitar distorsiones en la competencia.

El cambio tendrá un impacto inmediato en la vida de miles de personas. Actualmente, más de 15.000 individuos cruzan cada día la frontera, de los cuales unos 10.000 son trabajadores españoles que dependen de sus empleos en Gibraltar. La desaparición de la verja eliminará las colas y la incertidumbre que han marcado durante décadas su rutina.

El papel de Bruselas y la dimensión europea

La mediación de la Comisión Europea ha sido clave para cuadrar un marco que respete la soberanía británica de Gibraltar y, al mismo tiempo, garantice la integridad del espacio Schengen. La UE ha recalcado que la eliminación de la verja no compromete la seguridad, sino que refuerza la cooperación a través de un modelo único en el continente.

El acuerdo también tiene una fuerte carga simbólica. “Será el último muro que caiga en la Europa continental”, ha destacado el ministro español de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, subrayando que se trata de “una apuesta por la libertad de movimiento y la convivencia”. En la práctica, el derribo de la verja coloca a Gibraltar en un espacio híbrido, conectado con la UE a través de España, pese a la salida del Reino Unido tras el Brexit.

El muro cae, la bandera sigue en disputa

El tratado no resuelve la cuestión de fondo: el contencioso sobre la soberanía del Peñón, reclamado históricamente por España desde que el Reino Unido obtuvo su control en virtud del Tratado de Utrecht de 1713. Ese debate sigue intacto y, previsiblemente, seguirá marcando la política internacional durante décadas. Sin embargo, el acuerdo supone un precedente de cooperación pragmática que permite aparcar, al menos de forma temporal, una disputa de tres siglos en favor de las necesidades cotidianas de miles de ciudadanos. Londres lo celebra como un gesto que otorga certidumbre a Gibraltar tras años de incertidumbre derivados del Brexit y de las tensiones comerciales con la Unión Europea. Madrid, por su parte, lo interpreta como un éxito diplomático que refuerza su papel en la negociación europea y en la defensa de los intereses estratégicos del Campo de Gibraltar. Para Bruselas, además, el tratado es un ejemplo de cómo la Unión puede ofrecer soluciones flexibles a conflictos enquistados, preservando el marco de Schengen y el Mercado Único sin entrar en la disputa de fondo sobre la bandera que ondea en el Peñón.

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