La muerte de Fidel Castro -de viejo, en la cama...- ha producido el esperado río de artículos a la altura del interés que el líder cubano ha suscitado desde su aventura en Sierra Maestra hace 58 años y la conquista del poder en Cuba en enero de 1959.

Su muerte a los noventa años estaba descontada dadas sus conocidas complicaciones de salud de las que le sacó, por cierto, un médico español. Y también era del todo previsible el tono que tomarían las glosas innumerables provocadas por el óbito, que él mismo había descrito como cercano cuando hace unos meses dijo, en la que fue su última intervención política en el marco de las instancias del PC, partido único.

Todo, pues, estaba razonablemente previsto, su alejamiento del poder fue real -empresarios españoles en Cuba dijeron a este periódico en su día que su retiro fue real y completo -  y su hermano y sucesor, Raúl, ejerció sin cortapisas sus funciones desde febrero de 2008, cuando fue designado jefe del Estado y también el liderazgo del Partido desde 2011.

¿Y ahora qué?  

El tiempo transcurrido desde la evaporación casi completa de Fidel ha sido copioso en cambios aunque, formalmente, no hay ninguno de rango constitucional, lo que equivale a decir que el régimen es el mismo y que Raúl se dispone a su vez a dejar el poder a una nueva promoción de líderes del partido sin la menor relación cronológica con la gesta revolucionaria.

Pero, al mismo tiempo, se acusan cambios de hecho, amparados en el saludable paso del tiempo, la adopción sin problemas de los usos nuevos en materia de comunicaciones o evolución cultural: la antropología del país, y los viajeros frecuentes lo constatan y describen el fenómeno como una especie de pacto de facto entre los veteranos de la epopeya revolucionaria, escasos y octogenarios casi todos, y la nueva generación, que aprovecha el nuevo clima social, muy estimulado por un turismo que sigue siendo masivo y la inversión extranjera, las reformas económicas, que han hecho autónomos a cientos de miles de cubanos, y ... el nuevo tono de Washington.

En efecto, lo que parecía imposible (una visita del presidente de los Estados Unidos) se produjo en marzo pasado: Barack Obama puso pie en La Habana y reabrió con solemnidad la embajada norteamericana, hasta entonces reducida a una especie de oficina de visados sin pulso social en la isla. Fidel no habló con Obama, a quien probablemente le hubiera gustado, y la versión oficial, y tenida por buena, es que Fidel, tozudo en su evaluación crítica del papel histórico de Washington, no quiso amparar con su peso personal y su imagen el proceso de normalización, aunque no hubo el menor reproche ni interferencia alguna en el mismo. Por lo demás, Raúl había tomado todas las garantías políticas con el apoyo masivo del buró político del partido.

Pragmatismo a la fuerza

El fin de la URSS, y esto es particularmente notable, no afectó a la Cuba oficial, social y constitucionalista comunista y marxista: un record de originalidad, pues el discípulo sobrevive al maestro y la copia al original, algo raro en política. El Kremlin no interfirió para nada y se ha mantenido con normalidad una relación bilateral que, sin embargo, es apreciada particularmente en el Moscú de Putin.

Este hecho -la prolongación del modelo cubano en un mundo que lo ha enterrado incluso en el país del original, Rusia - es de libro y su vigencia parece relacionada con argumentos prosaicos, el primero de los cuales es la longevidad de sus fundadores y su determinación de perdurar pese al bloqueo del poderoso vecino norteamericano, que intentó acabar con el régimen en la invasión por Bahía Cochinos, tan pronto como en 1961. La victoria castrista fue un antes y un después... y hasta hoy.

No debemos olvidar tampoco que el triunfo de los guerrilleros de Sierra Maestra se produjo en un mundo muy distinto al de hoy: Latinoamerica era el patio trasero de unos Estados Unidos empeñados en respaldar a una horda de dictadores  fascistas y asesinos de sus pueblos. Pueblos para los que la Revolución cubana fue un faro de esperanza.

Los tiempos han cambiado es cierto y lo probable es con la cercana retirada de Raúl y los efectos de la apertura económica terminen por ir cambiando la situación institucional en un proceso que será más de hecho que de derecho en primera instancia. El "modelo cubano" es difícilmente sostenible en el mundo globalizado de hoy, pero eso lo han abordado pragmáticamente el sistema y la economía ha crecido manteniendo, al tiempo, su modelo de protección social y educativo.

"Un caso aparte, pero no aparte"

Los blogueros de la isla, que son muchos y muy útiles parecen divididos, y la más conocida, Yoani Sánchez, se ha refugiado en la genérica profecía, multiuso, según la cual "vienen tiempos muy complicados" (...) No es tan seguro, pero tampoco es imposible y prevalece una extraña impresión de que el público, muy estimulado por la gestión de Obama, quien decidió normalizar la relación y reforzó la voluntad aperturista, atenderá la gestión final del régimen formalmente comunista hacia un cambio imparable, pero controlado y que, en su último tramo, se hará con la nueva generación.

Hay que considerar el eventual "efecto Trump", un personaje carente de toda aproximación intelectual, brillante o paciente a un proceso político. Su presidencia, sin embargo, no replanteará la vuelta al estatus previo: es decir, a volver a la ruptura de relaciones diplomáticas y un presunto aislamiento que, por lo demás, es imposible.

Y lo es por tres razones: a) porque el mundo no se acaba en Florida; b) porque Moscú, el amigo Putin, se opondría intensamente; c) porque Latinoamérica al completo también lo criticaría. Y, en fin, porque como nos dijo a unos cuantos periodistas madrileños no hace mucho un diplomático cubano glosando la democratización imparable en el subcontinente: "sí, Cuba es un caso aparte... pero no tan aparte"....

Y la historia dará su veredicto.