Mezcla del azul y el rojo, el fucsia es un color secularmente asociado en ciertas culturas a la espiritualidad, la empatía y la clemencia. El populismo, por su parte, no es propiamente una ideología política, sino más bien una forma de hacer política cuyo rasgo principal es su voluntad de alejarse de la política, proclamándose ya como un movimiento directamente antipolítico, ya como un partido alternativo a los partidos. Obviamente, cuando triunfa electoralmente el líder populista se convierte en un político más.

Yolanda Díaz vendría a encarnar una suerte de populismo fucsia, sin aristas en las formas pero firmemente comprometido con un programa ideológico que bebe de los presupuestos de la socialdemocracia clásica. Como tantos de sus camaradas y compañeros de viaje del pasado, Yolanda Díaz hace mucho que dejó de ser comunista aunque siga militando en el Partido. Aunque pocos lo confiesan, todos los comunistas inteligentes se han hecho socialdemócratas.

Ya habrá tiempo de odiarla

La presentación en sociedad de la plataforma Sumar ha sido un éxito de público y de crítica. Los medios de izquierdas aplauden esperanzados o miran sin antipatía el proyecto de Díaz y los de derechas permanecen a la expectativa, pero en términos generales se muestran indulgentes porque ven en Díaz una adversaria capaz de robarle votos a su odiado Pedro Sánchez. Ya habrá tiempo, cuando toque, de odiarla a ella.

Aunque, como en el caso de Emmanuel Macron, el de Díaz sea también democrático y cordial, el proyecto político que quiere crear se encuadra dentro de la lógica y el marco mental del populismo, como evidencian estos ítems: ella no quiere crear un proyecto electoral sino un movimiento ciudadano y antielitista; el suyo es un movimiento de izquierdas pero rehúye encuadrarse pública y explícitamente en la izquierda; su propósito es devolverle el poder a la gente, a los de abajo; el enemigo son los grandes oligopolios, la banca, las eléctricas, los hiper ricos; la propia Yolanda dice no sentirse líder, sino solo “una pieza más de un engranaje colectivo”.

El problema conceptual que presenta el populismo es que empieza a haber tantos populismos como partidos: el populismo pardo de Vox, el naranja chillón de Trump, el populismo sobrado y algo fanfarrón de Iglesias, el populismo castizo, cervecero y simplón de Ayuso…

Sumar viene ciertamente del mundo de Podemos pero se aleja de los morados en rasgos como abrazar sin complejos el pluralismo, rehuir la tentación de la intolerancia, poner mucho cuidado en no dar miedo, rechazar todo cesarismo… El populismo cordial de Díaz –“dialoguemos, escuchemos, hablemos, hagamos síntesis, tendamos puentes, no los destruyamos”- dejará de serlo si alguna vez Sumar llega al poder, pero no porque la vicepresidenta tenga un programa oculto que solo aflorará cuando gobierne, sino porque, por definición, el ejercicio del poder nunca es cordial. Ni podría serlo aunque quisiera.

Una armada sin armar

En su acto del viernes pasado en el Matadero de Madrid, Díaz demostró tener madera de líder. El perfil aguileño de la vicepresidenta no asusta: Yolanda es un águila vegetariana. La suya fue una gran arenga antes de la batalla, pero las batallas no se ganan con arengas sino con ejércitos, y Yolanda no lo tiene. Por ahora solo se tiene a sí misma, comandante en jefe de una armada que todavía está no ya por armar sino incluso por fundarse.

La vicepresidenta proclama una y otra vez que “esto no va de partidos”, pero se equivoca: claro que va de partidos, aunque no vaya solo de ellos. “Esto” es la política, ¿de qué otra cosa puede ir la política sino de partidos?

Para competir en unas elecciones y alcanzar el poder todavía no se ha inventado un arma de guerra más eficaz que los partidos. El populismo les cambia el nombre pero no la naturaleza ni el propósito. El movimiento En Marcha de Emmanuel Macron no era inicialmente un partido, pero ha acabado convertido en uno: un partido personalista, cesarista, populista, un partido orgánicamente reducido al mínimo pero cuya supervivencia, por ello mismo, se verá seriamente comprometida cuando Macron pierda el poder.

Yolanda Díaz ha intuido que la marca PSOE está desgastada y no ilusiona a las nuevas generaciones. Sumar aspira a ser el nuevo PSOE. Podemos lo intentó y fracasó en el intento, del mismo modo que Cs quiso ser el nuevo PP y fracasó. Si no han sobrevivido a su fracaso es porque nunca fueron verdaderos partidos, sino meras encarnaciones orgánicas de sus fundadores Pablo Iglesias y Albert Rivera.

No es el caso del PP ni del PSOE: el primero ha sobrevivido sin apuros a Pablo Casado y el segundo sobrevivirá, llegado el caso, a Pedro Sánchez. Es cierto que, hoy por hoy, Sumar es solo Díaz, pero también lo es que hace apenas cinco años En Marcha era solo Macron. El siglo XXI -basta con mirar al país vecino del norte para constatarlo- nos ha enseñado que nada está escrito en política: el presidente francés, hoy en el Elíseo, lo sabe bien; el Partido Socialista, hoy en la indigencia, también.