Hay un amplio consenso entre los analistas políticos y los expertos electorales: Vox ha venido para quedarse. Todavía más: Vox aún no ha tocado techo con su última espectacular cosecha de votos en las elecciones generales del pasado 10-N. La ya poco menos que definitiva extinción de Ciudadanos, consecuencia obvia de la deriva adoptada por Albert Rivera hacia posturas de derecha pura y dura y de un nacionalismo trasnochado, otorga a Vox una nueva posibilidad de crecimiento. Por ahora parece improbable, aunque en modo alguno imposible, que la formación de derecha nacional-populista extrema liderada por Santiago Abascal supere en votos al Partido Popular. No obstante, encuestas recientes apuntan al “sorpasso” de Vox al PP no solo en la región de Murcia sino también en la comunidad autónoma de Andalucía. La diferencia en la intención de voto entre el PP y Vox se estrecha cada vez más en los sondeos, como no ha dejado de suceder desde la inesperada irrupción electoral de Vox en Andalucía.

Es lógico, por tanto, que a Pablo Casado le tiemblen ahora las piernas. Sobre todo después del cataclismo sufrido por Albert Rivera el 10-N. Casado debe estar pensando en aquel sabio consejo del refranero popular: “Cuando veas las barbas de tu vecino pelar, pon las tuyas a remojar”. No es que Albert Rivera saliese trasquilado después de su última derrota electoral. Las consecuencias inmediatas de su fracaso fueron mucho más contundentes: de golpe y porrazo regresó a su inicial desnudez propagandística, con el añadido de la aplicación de un servicio completo de depilado y rasurado. Son cosas que suelen suceder en el complejo mundo de la política, en especial cuando un líder se dedica al surfeo permanente y conduce a su partido a todo tipo de cambios ideológicos y políticos; por ejemplo, presentándose en un principio ante la opinión pública como el gran antídoto contra cualquier clase de nacionalismo y defendiendo posiciones socialdemócratas y de centro-izquierda, para pasar muy poco después a abrazar opciones liberales con algún acento nacionalista y terminar asumiendo de forma desacomplejada un rancio ultranacionalismo desde tesis abiertamente derechistas.

Ni Pablo Casado ni Albert Rivera fueron capaces de detectar el peligro que Vox representaba para ellos mismos y para sus respectivos partidos. En el caso de Rivera el error fue mucho más grave, ya que fue reiteradamente advertido por su fugaz aliado barcelonés, Manuel Valls, un político avezado y experto, con un dilatado historial siempre al servicio leal de la República francesa, y por tanto enemigo radical de cualquier posible aceptación como socio de la extrema derecha nacional-populista y antieuropeísta. Las alianzas de PP y Ciudadanos con Vox en comunidades autónomas, diputaciones y municipios de gran parte de España extendieron el certificado de defunción de Albert Rivera como líder y ha dejado a su partido al borde mismo de su desaparición. Entre el original y la copia, los electores reaccionan como solemos hacer los consumidores: a igual precio, optamos siempre por el original, el que tiene la auténtica denominación de origen, auténtico pedigrí.

De ahí que Pablo Casado viva ahora en un sinvivir permanente. Vox no es solo ya un socio incómodo para el PP. Es un adversario real, que sigue avanzando sus posiciones sin vacilación ninguna, con Abascal cabalgando en su caballo, en su tan anhelada reconquista de España, con la ayuda inestimable de las provocaciones violentas de los secesionistas catalanes más extremistas y radicales.

Pablo Casado tiene fundadas razones para que le tiemblen las piernas. Pero se equivocará si persiste en intentar competir directamente con Vox. Si sigue así, él puede acabar como Albert Rivera, y tal vez el PP entre en un proceso de disolución como el que padece ahora Ciudadanos.

¿Tan difícil es que en España exista un gran partido conservador y de derechas, equiparable a los que existen en tantos y tantos otros países de nuestro entorno geográfico y político? Todos ellos, por cierto, han establecido líneas rojas claras con las formaciones de la derecha extrema, nacional-populistas y antieuropeístas.