A menudo, el ridículo que hacen los políticos con mando en plaza, solo se percibe años después cuando las generaciones que nos siguen a mucha distancia, expresan hasta qué punto las decisiones de sus mayores les importaban un bledo, máxime cuando no cumplieron las expectativas creadas.  

Al parecer, eso puede estar ocurriendo con el procès. El Instituto de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) ha hecho público su barómetro anual de opinión y los resultados ponen en contexto la realidad actual. Resulta que cuando se preguntó en 2017 a los comprendidos entre los 18 y los 24 años, si preferían que Cataluña fuera un Estado independiente o continuara formando parte de España, un 56 por ciento contestó en favor de la independencia y un 35 por ciento rechazó la secesión. 

En estos cuatro años, con el proyecto soberanista venido a menos, la cárcel y posterior indulto de unos, así como la fuga hacia Bélgica de otros, las percepciones en esas edades han variado. Ahora, un 36 por ciento prefiere que Cataluña vaya por su cuenta, pero un 52% que considera más oportuno la continuidad dentro del Estado español. Lo que supone 20 puntos de diferencia. El alto grado de abstención en las últimas elecciones catalanas, dan fe de esa desilusión. ¿Qué ha ocurrido? Para el profesor titular de Ciencia Política de la Universitat Autonoma de Barcelona, Gabriel Colomé, hay que sumar dos factores: el desencanto y la pandemia. 

Y aún se podría añadir un tercero y crucial elemento: la desesperanza. Los partidos independentistas se centraron en su particular Arcadia y descuidaron temas tan básicos como la gestión de gobierno, la sanidad o la educación, el impulso a la economía y la creación de puestos de trabajo. La crisis del coronavirus encontró un Govern destartalado, rasgándose las vestiduras por la leche derramada, y un país en el que algunas grandes empresas emigraron a otras comunidades.

Con este complejo panorama, ¿qué futuro laboral aguarda a los jóvenes? Esa reflexión se acompaña de otras situaciones espinosas: un curso académico a tele distancia, bien duro de resolver.  Las relaciones de pareja, los contactos con los amigos, los encuentros familiares, difíciles por las medidas sanitarias y las distancias. La posibilidad de nuevos enamoramientos, complicada y lejana. Desde marzo de 2019 los jóvenes se han tenido que acomodar a una vida rara, que poco o nada tienen que ver con los años que se suponen más intensos y atractivos de la existencia. 

Si se añade, ese “lo volveremos a hacer” que sigue resonando en las proclamas de algunos exdirigentes ahora liberados y añadimos que está siendo el apoyo del Gobierno central el que aporta la seguridad de los fondos europeos y la colaboración con las empresas para salir adelante, la perspectiva toma otra dimensión. Los jóvenes quieren seguridad para su porvenir, que les garanticen una vida satisfactoria. Lo demás con bastante tiempo podría llegar a ser historias de viejos.