Cinco horas de Ejecutiva resumidas en una frase: “No seremos como el PP”. Una promesa del presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, que demostraba un cambio de actitud del líder del Ejecutivo, autodefinido como el “capitán” de Ferraz, a la hora de defender la honorabilidad del partido y el horizonte inmediato de una formación herida por la corrupción del otrora capataz de la Organización de la estructura, Santos Cerdán, quien, según las pruebas aportadas por la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil, ejerció de intermediario habitual en la trama de mordidas urdida por el exministro José Luis Ábalos -a quien se expulsó definitivamente este lunes- y quien fuese su mano derecha, guardaespaldas y hombre de confianza, Koldo García Izaguirre.
Las decisiones adoptadas en esta eterna reunión de la Comisión de la Ejecutiva Federal -una comisión gestora de transición hasta el Comité Federal del 5 de julio, la expulsión de Ábalos, la presentación de la memoria de las cuentas del partido y la petición de una auditoría externa para librar al PSOE de la sombra de la financiación ilegal-, con cerca de 30 intervenciones que provocaron el retraso de la comparecencia de Sánchez hasta el límite de lo soportable por los periodistas afincados en Ferraz, fueron profundas y de gran calado, pero más determinante fue el giro de 180 grados del presidente apenas tres días después de comparecer tras el conocimiento del informe del Instituto Armado.
Tras un fin de semana en la finca estatal de Quintos de Mora, dentro del término municipal de Yébenes (Toledo), rodeado de su círculo más cercano de asesores y personas de confianza, el presidente del Gobierno ha decidido abandonar la disculpa y negación propia del duelo, representada en unos ojos vidriosos y el sombrío apretar de dientes del amigo sacudido, por la firmeza de quien canaliza la frustración en rabia teledirigida hacia quienes sueltan una prédica desde una atalaya inventada y sin tapete.
En la rueda de prensa de este lunes hubo tiempo para el perdón, sobre todo cuando era preguntado por su cercanía con Santos Cerdán, pero el tono que prácticamente monopolizó la comparecencia del presidente fue el de las grandes ocasiones, el populista, el del eje izquierda-derecha, el del que fue enseñado a gestionar las crisis de frente y sin renunciar a explotar el sistema con enumeraciones punzantes como los papeles de Bárcenas, el ático presuntamente pagado con dinero del fraude fiscal o el álbum de fotos de un narcotraficante únicamente desconocido en toda Galicia por el presidente de la Xunta.
“Yo, como capitán”, llegó a indicar, asumiendo de esta forma los galones de un momento de debilidad extremo tanto para el partido como para el Gobierno, dependiente de que sus socios de coalición no suelten el brazo de un Ejecutivo que insiste en aguantar los dos años que restan de legislatura. Protagonismo que empezó apenas una hora y media después de acabar la rueda de prensa –“son las cinco y no he comido”- con su primera toma de contacto con las formaciones del arco parlamentario que dibujan la caprichosa y casi siempre favorable a sus intereses aritmética variable del hemiciclo.
Reuniones que han seguido este mismo martes y que se extenderán a lo largo de la semana con todos aquellos que quieran conversar sobre el futuro de la legislatura. Entretanto, y mientras Sánchez trate de persuadir a sus acompañantes para estirar el viaje, tendrá que hacer frente a la ofensiva de una derecha maltrecha por las diferentes opciones que proponen los partidos conservadores: de un lado, Vox, quien claramente apuesta por una moción de censura que les permita la exposición pública siempre pretendida por Abascal; del otro, el PP, que sabe que se juega buena parte de sus opciones de gobernabilidad en el diseño de sus próximos movimientos.
La moción y el verano
Además, y ante la inoperancia de Génova, quien rápidamente reconoció su incapacidad para vencer de forma democrática consiguiendo apoyos parlamentarios más allá de la ultraderecha, el presidente lanzó un reto a los partidos de la oposición. La misma fórmula que le alzó a él como presidente. El mecanismo legal para tumbar a un presidente del Gobierno que se niega a disolver las cortes generales y convocar elecciones anticipadas: la moción de censura.
De esta forma, Sánchez, confiado en no tener que acabar en un restaurante cenando a deshoras mientras tu escaño lo ocupa el bolso de tu vicepresidenta -como sucediera con Mariano Rajoy-, retó a Alberto Núñez Feijóo a probar fortuna en el Congreso de los Diputados. Un guante que no recogió el líder de la oposición, representado una vez más por su portavoz Borja Sémper desde Génova, 13.
Con todos estos ingredientes, y a la espera de conocer el calado de los nuevos informes de la UCO a los que los medios conservadores ya referencian, el líder del Ejecutivo se lanza a una cruenta batalla de dos años con más enemigos que nunca: sus socios, temerosos de que la cercanía les salpique; sus críticos, prolíficos nuevamente tras años resignados al pragmatismo del silencio; y sus enemigos, abiertamente dispuestos al acoso contra Moncloa mientras hacen malabares para resistir frente al fraude fiscal en los áticos, la DANA, la financiación irregular y el calendario judicial. “Después del verano se verá quienes son los delincuentes de verdad”.