La España cañí es ese país hipócrita, maniqueo, cínico, voraz, teñido de esa manoseada moral impostora basada en las apariencias. Esa moral ficticia y simulada que demoniza la coherencia, la verdad, la felicidad y la libertad, pero justifica, de puertas para adentro, la perversión y la falsedad más pérfida e insana. Ejemplos recientes hay a montones. Es ese país regentado por los que desprecian a los ciudadanos e ignoran sus derechos, aunque proclaman a los cuatro vientos su adhesión a esa moral inmoral basada en dogmas, no en la decencia, ni en el respeto, ni en la solidaridad.

Es ese país dirigido por los que sienten apego por la violencia; ésos que gustan de policías golpeando a manifestantes, u organizan ostentosos dispositivos policiales para detener la voz ciudadana, y detienen a estudiantes por ejercer su derecho de libre expresión y su legítima aspiración a una enseñanza digna, a tener futuro, y a un mundo mejor. La prensa ultramontana les llama perroflautas o radicales de izquierda, como Franco y los franquistas nombraban como “rojos” a progresistas y demócratas. Y tanto les gusta la violencia que consideran cultura a la muerte, y toman como símbolo del recreo patrio al acto sanguinario de torturar y matar a un animal. Lo llevan en la sangre, quizás. ¿Cómo van a respetar a un animal si no respetan la dignidad humana?

Es ese país intolerante, cerril y sectario que no soporta lo diferente. Que desprecia a los inmigrantes, que rechaza a cualquier otra cultura; que considera “extranjero” a todo aquello o aquel que le resulte ajeno, porque en su corpus ideológico se autoconvence de que sus ideas carcas son las únicas ideas posibles. Ese país clasista y decimonónico heredero de las paranoias de falsa unidad y falsa grandeza, que desprecia el pluralismo, que idolatra el lema de una, grande y libre, cuando no entiende, ni de lejos, lo que es la unidad, ni la grandeza, ni la libertad. Es la España no democrática.

Y es la España inculta, la que exilió a grandes intelectuales, artistas y creadores en la dictadura; la que expulsó a Picasso, a Alberti, a Machado; la que fusiló a Lorca y acabó con Miguel Hernández en un triste penal, como tantos otros. Es, repito, la España que llama cultura a los toros, que cree que es historia la vulgar propaganda, que considera educación al adoctrinamiento en colegios elitistas, religiosos y de pago, y reniega de la educación democrática, pública y de todos. Es la España que desprecia la investigación, que llama “titiriteros” a los artistas, que considera riqueza sólo al dinero.

Es la España que dice que no hay dinero porque lo quiere todo. Es esa que está muy bien adoctrinada, que no tiene corazón. Esa que denunciaban Cervantes, y Goya, y Quevedo, y Moratín, y Clarín, y Larra, Galdós, Blasco-Ibáñez, Pío Baroja, Machado… Esa España que, decía el gran poeta, ora y embiste, esa España que hiela el alma. Es la España que ya existía en el siglo XV, y que, al parecer, salvo en las formas poco ha cambiado. Yo la llamo la España cañí, por desdramatizar, aunque es la que ahora, en pleno siglo XXI, nos está gobernando.

Coral Bravo es doctora en Filología