No ha tardado la Conferencia Episcopal Española en azuzar a su más insigne lacayo mediático contra la supuesta “manipulación”, “exhibición de prejuicios” y “maniobra para distraer la atención” que según ellos se habría llevado a cabo desde otros medios de comunicación al hacerse eco del informe presentado por el Defensor del Pueblo, a partir de cuyas conclusiones se ha estimado en cerca de medio millón el número de víctimas de abusos sexuales de esa organización con ánimo de lucro e ínfulas de institución que es la iglesia católica, a la que, casualmente, tanto la emisora que le emplea como el propio presentador deben su sustento.

Con su prosodia de carajillo mañanero, Carlos Herrera lanzaba el mensaje que la propia Conferencia Episcopal se guardaba mientras representaba ante los medios el sempiterno teatrillo de genuflexión y propósito de enmienda; que es un despropósito inferir esa cifra a raíz de una encuesta en la que 487 personas han admitido haber sido víctimas de abusos sexuales a manos de la iglesia católica. Señor Herrera, ¿cuántos han de ser pues para que usted abandone por un momento el chascarrillo pedante y la suficiencia de pacotilla que presiden invariablemente su presunto ejercicio del periodismo para referirse a ellos y a quienes tratan de darles voz y dignidad?

¿Puede la piara de bufones, mercenarios, gimnastas turbios y demás ralea advenediza que tiene por guarida su chiringuito nepotista hacerse por una vez responsable de su libertad de información, en lugar de hacer pucheros por el tratamiento mediático del mencionado informe para relativizar e incluso poner en duda el contenido del mismo? Afirma consternado, en el cénit de su homilía trasnochada, que “la desvergüenza alcanza cotas cósmicas”. Duerma tranquilo, señor Herrera; tiene usted el listón puesto donde muy pocos alcanzan.

(*) Manuel Gracia Bravo es neurocirujano y militante del PSOE.