Es definitiva la idea del presidente Juanma Moreno Bonilla de adelantar las elecciones andaluzas a junio. La demora de su anuncio ha hecho que se desinflase el factor sorpresa. Con Vox sin candidato, con Ciudadanos desfondado, con un Juan Espadas intrascendente, con la izquierda perdida en su laberinto, parecía una buena idea dar un golpe en la mesa. Pero tanto se ha mascado la convocatoria, que ya está todo el mundo preparado. Las defensas se han replegado, los contextos se unifican, todo el mundo tiene el verbo de campaña en la lengua. Pinta a que tendremos los comicios el 19 de junio. Casi todo está ya preparado, incluso hay carteles electorales ya impresos, cada partido tiene definida su estrategia y casi todos los candidatos tienen claro lo que viene por delante. Moreno ha hecho sus deberes, ya solo le queda posar delante de los greatest hits de su mandato, sacar a relucir su andalucismo moderado. Las canciones no solo hay que saber componerlas, también hay que saber tocarlas delante de un público exigente.

Se ha hablado y escrito mucho sobre la gran amenaza que supone Vox en el territorio que le vio nacer institucionalmente. Es innegable que desde 2018 la formación ha afianzado un suelo electoral sólido. Podríamos decir que Vox pegó el primer manotazo al tablero electoral en Andalucía, desde el sur reclamó la parte del pastel que le correspondía. Desde aquellos días a la actualidad, el partido de Santiago Abascal ha estado, como era de esperar, en una continua etapa de creación, en un recurrente ejercicio de prueba y error. Es lo normal para este tipo de partidos personalistas que de la noche a la mañana obtienen una abultada representación sin ni siquiera tener una estructura orgánica.

Vox ha sido durante estos años ese unicornio azul al que Silvio Rodríguez buscaba a través de su canción, un animal salvaje perdido y empujado por la inercia eufórica de una masa social que se sintió fuertemente seducida por un “Podemos a la derecha”. La novedad, y el fulgurante crecimiento de la formación, conformaron las dos caras de la moneda del partido. Por un lado, el empuje y el reclamo de una alternativa a un PP en descomposición tras la salida de Mariano Rajoy creaban un clima perfecto para los de Abascal, sin embargo, su nula experiencia para gobernar y la apresurada conformación de los cuadros del partido, hicieron, como era de esperar, que la formación se llenase de gente inservible para la tarea política. Ahí están los ejemplos andaluces del Ayuntamiento de Málaga o el sonado caso del juez Serrano como líder andaluz.

Sin embargo, Vox tuvo la suerte de ser el último partido de la hornada de la “Nueva Política” en crearse, y esto le ha servido para poder aprender de los aciertos y los errores de Podemos y Ciudadanos. Los de Abascal luchan contra ese halo de fugacidad que envuelve a morados y naranjas, por eso han tardado tanto en pedir entrar en gobiernos como el de Castilla y León. Una estrategia inteligente que les ha servido para conservar esa frescura y esa rebeldía que le otorga la postura antiestablishment.

Ahora, todo ha cambiado. Con la llegada de Alberto Núñez Feijóo, el contexto político ha dado un vuelco, Vox ha entrado en una nueva fase del juego y ya saben que es capital saber ubicarse. Su primer Tourmalet será Andalucía. Ahí es donde le tocará exhibir a Abascal la misma estrategia de moderación expuesta por Le Pen en Francia. Después de cuatro años, su partido sí que es una máquina engrasada, una formación de fieles dispuestos a ir todos a una. Por eso se pasteleó de forma inteligente con la posible candidatura de Macarena Olona a la Junta, por eso ahora van tan sobrados que se retractan y piensan de manera errónea que pueden permitirse presentar a Manuel Gavira para no quemar las naves de una líder en ciernes. Las velas han girado, toca marcar perfil bajo en Andalucía, Abascal sabe que tiene la vicepresidencia en la mano. El 19 de junio el PP se juega San Telmo y Vox la vicepresidencia monclovita.