Nuestra realidad compleja nos muestra una enorme casuística de retos a los que hay que dar respuestas en lo inmediato, pero sin olvidar que lo inmediato repercute en el futuro de transformaciones que también son parte de nuestra realidad compleja.

Solo tres años han acelerado la toma de decisiones para reducir las brechas de desigualdad agravadas por la gestión de la crisis de 2008, en la que se aplicaron grandes recortes en nuestro estado del bienestar, a la vez que se aprobaban subidas del IRPF o del IVA y se ofrecían amnistías fiscales a las grandes fortunas. El resultado: ricos más ricos, trabajadores pobres y un estado del bienestar necesitado de personal y medios materiales para recomponer el pastel que se repartieron entre unos pocos a costa de hacer privativos parte de los servicios del Estado.

Estamos hablando de una gestión que nos permite hacer la comparativa fácil con el momento actual por la cercanía en el tiempo; es llamativo como los valedores de aquello hoy sufren una amnesia selectiva que insulta a la mayoría social de este país por presuponerle una memoria muy corta.

Hoy, los servicios y las prestaciones del Estado están siendo la garantía de estabilidad económica y social para salir de las crisis provocadas, primero por la pandemia y ahora por la guerra de Putin:

Primero con el escudo social y ahora con el Plan Nacional de respuesta a las consecuencias de la guerra en Ucrania, se han movilizado recursos públicos para proteger a las familias, a los trabajadores y trabajadoras y al tejido productivo y empresarial de nuestro país. Todo ello a la vez que se refuerzan los servicios públicos, se avanza en el crecimiento económico y en la generación de empleo, y se impulsan las transformaciones que ya nos sitúan como un país a la vanguardia en los grandes retos a los que nos hemos comprometido con Europa.

Con este panorama, quizá sea momento de dejar atrás mantras y ser útiles. Digo esto porque no viene mal recordar -para que no se nos presuponga memoria corta- que hoy quienes gestionaron en 2008 a base de repartir el pastel de lo público, no han estado en el apoyo a las medidas que han hecho de lo público la mejor herramienta de estabilidad ante las crisis. No han estado por esa fórmula que tienen como la única solución para todo: más medidas y menos impuestos. ¡El dinero en los bolsillos de la ciudadanía!

Un mantra, que por mucho repetirlo no se hace útil y muestra las contradicciones de una derecha que gobernó contra sus postulados actuales.

Nuestro estado del bienestar, con sus deficiencias, está siendo la clave en la protección de personas y empresas de los riesgos provocados por las dos grandes crisis actuales. Ello, a pesar de que la presión fiscal en España dista mucho de países como Alemania o Francia, y de la media de la Unión Europea.

Si eliminamos o minimizamos los impuestos, eliminamos o minimizamos el Estado del Bienestar. Sabemos que el fortalecimiento de los Servicios Públicos no entra en el modelo de la derecha porque de la crisis del 2008 heredamos un estado del bienestar muy debilitado y no fue por una supresión fiscal, sino todo lo contrario. El privilegio de la amnistía se reservó para quienes no dejaron de extender la fractura de la desigualdad, así como sus fortunas.

Es importante que reconozcamos la necesidad de una fiscalidad justa y redistributiva para garantizar las condiciones que definen a una sociedad digna. Y es que el mantra de la supresión de impuestos solo beneficia a quienes no necesitan de los servicios públicos para acceder a un sistema sanitario, educativo, de seguridad o para la dependencia, con garantías de calidad.

El dinero en los bolsillos de la ciudadanía se mantiene cuando el poder adquisitivo no está reñido con la prestación de servicios esenciales. Nuestra mayoría social no podría asumir el coste sanitario o educativo (por no entrar en otro tipo de servicio) que forma parte de las necesidades de una familia media.

Sí, necesitamos servicios más robustos y seguramente impuestos suficientes que cumplan con su función redistributiva, y para ello hemos de abordar una reforma fiscal útil. La demagogia contra los impuestos y hablar de crecimiento económico y social en términos de justicia social es como sorber y soplar: no se puede.