La coalición de cuatro partidos progresista inspirada y dirigida por los socialdemócratas consiguió una neta victoria, sobrepasando el 50 por ciento de los votos  contra el 48 de toda la derecha reunida. Su componente ultra, el así llamado “Partido Popular Danés”, ha perdido al menos tres escaños y su condición de proveedor seguridad parlamentaria y extorsionador de la derecha clásica, los liberales.

Retroceso xenófobo
Los socialdemócratas, a su cabeza Helle Thorning-Schmidt, quien será jefa del nuevo gobierno, no han tenido un gran resultado, pero sus aliados, los Verdes, liberal-socialistas y Partido Socialista, sí y compensan lo suficiente como para ofrecer una alternativa viable.

Los liberales confiaban, como han hecho en los últimos tiempos, en que el trabajo sucio que hacían por su cuenta los ultras del PP, con un  mensaje primario de miedo a los inmigrantes en general y a los musulmanes en particular, les darían los escaños que faltaban para la soñada mayoría absoluta, pero no ha sido así y los xenófobos han perdido cuatro escaños y no suman como se esperaba.

Ecos holandeses y noruegos
Si no ha funcionado el mecanismo ensayado con éxito y según el cual los ultranacionalistas no piden ministerios ni quieren gobernar, es tal vez porque el público ha comprendido que la posición de los radicales de derecha es la pura comodidad: no piden ministerios y se conforman con tomar como rehén al gobierno elegido con tal de que legisle siempre a favor del púdicamente llamado “modelo nacional danés”.

Ese parece ser un eco llegado de Holanda, donde ejerce la función de chantajeador Geert Wilders y también, y tal vez principalmente, como reacción al pavoroso suceso de Noruega de julio pasado, cuando un ultra mató a docenas de militantes socialistas y puso bombas en el corazón de Oslo para “salvar a la nación de los extranjeros y de los marxistas”. Si, como indican muchos análisis de hoy mismo en Dinamarca, esto es así lo de Noruega no habrá sido en balde.

Derecha y ultraderecha
Si se consideran los últimos resultados electorales en varios Estados europeos en los dos últimos años o lo que espera a los gobiernos, de cualquier inclinación, se puede dar por sentado que el humor de los ciudadanos lo define o, al menos lo condiciona, la crisis económica. No los valores políticos de referencia, a veces casi centenarios, como sucede con las antiguas democracias nórdicas.

En Dinamarca la derecha había hecho progresos considerables, la derecha que representa tan bien Anders Fogh Rasmussen, ahora secretario general de la OTAN, pero siempre había sabido mantener un tono formalmente moderado y, mientras pudo, prefirió las combinaciones con el centro. La ultraderecha estaba púdicamente satanizada.

Un giro inesperado
Todo permitía suponer hacer pocos meses que el escenario danés no sufriría cambios apreciables pero los votantes parecen haber despertado de un sueño letárgico que invade al continente entero: aunque la crisis económica trabaja contra los gobiernos, en cuanto que administradores de la misma, eso no explica lo ocurrido en Dinamarca: ha habido una saludable sacudida democrática.

El giro inesperado es una muy buena señal de salud social y aunque no cambia la constatación de que la crisis y su correlato, el desempleo, harán y desharán gobiernos en los próximos tiempos, da un margen para la esperanza del campo progresista.

Gobiernos, contra las cuerdas
Ningún gobierno, literalmente ninguno, de los que rigen los Estados europeos se libra de la corriente de hostilidad popular, sea del signo que sea: los socialistas ya perdieron las elecciones en Portugal, en Alemania, pese a que su situación económica podría ser envidiada, la coalición conservadora (CDU-CSU-Liberales) ha perdido ya todas las elecciones regionales, Berlusconi en Italia está por debajo del 30 por ciento de apoyo y Sarkozy, siempre según sondeos, perderá las elecciones de abril contra un contrincante socialista, Hollande o Aubry.

Lo mismo se puede decir, con las encuestas en la mano, de David Cameron en Gran Bretaña o Giorgios Papandreu en Grecia. El vendaval financiero y su gestión, normalmente ahorradora y obligada a rebajar drásticamente el gasto público, se llevan por delante a los gobiernos, a prácticamente todos los gobiernos.

Y también al de Dinamarca, pero allí… también por otras razones.

Elena Martí es periodista y analista política