Por octavo año consecutivo, la celebración de la “Diada Nacional de Catalunya” ha vuelto a ser una nueva demostración pública de la fuerza del movimiento independentista. Como sucede siempre en estos casos, habrá quien diga que la asistencia a la manifestación convocada por las entidades secesionistas ha sido este año inferior que en convocatorias anteriores y habrá también quien afirme todo lo contrario. Importa poco la magnitud exacta de la manifestación, el número preciso de sus asistentes, que parece que ha sido de más de medio millón de personas, 600.000 según la Policía Local de Barcelona. Si esta cifra es cierta, es menor que en otros años. No obstante, lo que de verdad importa, al menos desde mi modo de entender, es el mantenimiento persistente del gran apoyo ciudadano con que, año tras año, sigue contando el movimiento independentista. Dicho esta, también es importante que la manifestación, al igual que todos los actos públicos celebrados este “Onze de Setembre”, se ha caracterizado por una muy reiterada reivindicación ciudadana de la unidad del mismo movimiento independentista. Aquí radica la principal y más significativa novedad de la “Diada” de este año, una “Diada” de transición, en búsqueda de la unidad perdida.

Esta reivindicación popular de la unidad, y en concreto de “unidad estratégica” del conjunto del independentismo catalán, es una novedad relevante porque es la respuesta ciudadana a la cada vez más evidente división entre los partidos políticos y las organizaciones sociales separatistas. Una división que no es solo estratégica sino también táctica, que me parece fruto de una difusa sensación de desconcierto y de frustración, de profunda decepción por parte de amplios sectores secesionistas, que tal vez habían creído y confiado en los anuncios y las promesas hechas repetidamente por los líderes independentistas. Reclamar unidad es reconocer su inexistencia, y no deja de ser curioso que coincidan en esta reclamación los dos principales partidos separatistas -JxCat y ERC-, que configuran la coalición gobernante en la Generalitat, mientras que las CUP, el otro partido independentista sin cuyo apoyo parlamentario ni Puigdemont ni Torra hubiesen podido ser elegidos presidentes, al igual que la ANC y Òmnium Cultural critican con dureza a este gobierno. El propio presidente Quim Torra y los miembros de su gobierno han sido silbados e insultados en su ofrenda floral ante el monumento a Rafael Casanova.

Este año hemos vivido una “Diada Nacional de Catalunya” de transición. Nadie sabe cuál será la sentencia del Tribunal Supremo a los principales dirigentes políticos y sociales independentistas, pero todos sabemos que no será ni puede ser absolutoria. Sean cuales sean las condenas, está por ver cuál será la reacción del movimiento separatista en su conjunto, de cada uno de los partidos políticos independentistas y de cada una de las entidades sociales secesionistas. De ahí también esa sensación de desconcierto y decepción, de frustración e incluso de fracaso que se extiende entre la ciudadanía que creyó y confió en una hoja de ruta que se ha demostrado falsa.

Pero ahí está el dato: por octavo año consecutivo, el independentismo catalán ha demostrado su fuerza. Lo ha hecho dividido, incluso enfrentado consigo mismo y parece que con menor participación popular, aunque la participación ha seguido siendo muy importante. La ciudadanía congregada ha reivindicado y reclamado con insistencia unidad independentista. Y aquí reside, al menos en mi opinión, el principal y más preocupante error estratégico y táctico de esta “Diada”: la unidad a reivindicar y a reclamar, cada vez con más urgencia, es la que debería volver a existir no solo entre los secesionistas sino entre toda la ciudadanía catalana.