Afganistán o el horror. Lo hemos visto en los telediarios: miles de afganos despavoridos intentan alcanzar el aeropuerto en Kabul para escapar a una tiranía segura o a una muerte probable. A otras muchas decenas de miles de ellos les está vedada la posibilidad de obtener en algún A400M el pasaje que les salvaría la vida: sin embargo, nunca veremos en los noticieros el pánico que sienten ni la opresión que les aguarda.

Ni veremos tampoco a las mujeres que fueron modernas y valientes durante la ocupación occidental y que hoy buscan desesperadamente cuevas, madrigueras, agujeros donde esconderse de los barbados jinetes del apocalipsis: una mano sujetando las riendas y la otra blandiendo el Corán en su versión más cerril Los talibanes cabalgan a lomos de un caballo negro llamado Tinieblas.

¡El horror, el horror!

Francis Ford Coppola intentó traducir en imágenes “¡el horror, el horror!” que décadas antes había recreado literariamente Joseph Conrad en ‘El corazón de las tinieblas’. Puede que ‘Apocalypse Now’ le quedara metafísica de más al gran Coppola, pero también a Conrad le quedó su relato más literario de lo que él quizás hubiera deseado. A fin de cuentas, ni Conrad ni Coppola sufrieron en propia carne el horror que sí padecieron vietnamitas o congoleños.

Las imágenes de los pobres afganos agolpándose como becerros aterrorizados en el aeropuerto de Kabul nos ponen a todos católicos y sentimentales, pero tantas emociones generosas son flor de un día, pesares efímeros, carne de telediario: no son nada sin una estructura institucional con la capacidad técnica y la determinación política necesarias para acogerlos.

El dispositivo español de rescate, que ha merecido la felicitación europea a Pedro Sánchez, está siendo limpio, eficiente y rápido, pero sus limitaciones son evidentes: dado que los rescatados serán apenas unos centenares, ¿merece reproche la cautelosa conducta de los gobernantes europeos?

Espectadores, votantes, ciudadanos

Arremeter contra los políticos nos tranquiliza, pero no hace desaparecer en nosotros la certeza de que a Biden, Merkel, Von der Leyen o Sánchez más les vale andarse con cuidado a la hora de acoger refugiados afganos en sus países, pues sus votantes y televidentes los vigilamos de cerca.

En Occidente sobran telespectadores y votantes y faltan ciudadanos: ciertamente, un votante es mucho más que un telespectador, pero mucho menos que un ciudadano.

Los votantes y espectadores son de memoria ligera; no así los ciudadanos. Estos no olvidan las señaladas ocasiones a lo largo de la historia en que los españoles fuimos afganos. Lo fueron los liberales del XIX que huían del fantoche de Fernando VII: el rey felón era entonces nuestro talibán, al igual que Napoleón había sido antes nuestro Bush.

Afganos fueron también los republicanos del 39 que huían de Franco: el general africanista fue entonces nuestro talibán; el papel de salvadores extranjeros se lo disputaban Italia, Alemania y Rusia, mientras que el de espectadores era cosa de Inglaterra y Francia.

Y afganos fueron, cómo no, los judíos europeos de los años treinta y cuarenta a quienes ningún país quería acoger en su seno pese a las evidencias de que el Gran Talibán de Berlín estaba determinado a perseguirlos a todos y a masacrar a cuantos estuviera en su mano hacerlo.

Comunicacion y política

Los presidentes norteamericanos no han aprendido de los fracasos de Napoleón. Los salvadores de pueblos extranjeros suelen fracasar, ya sea porque no siempre los pueblos quieren ser salvados por otros, ya sea porque mientras transitan el camino de la salvación practican el abuso, el latrocinio y el saqueo, y, además, cuando vienen mal dadas ponen pies de polvorosa y a otra cosa.

La esmerada puesta en escena en Torrejón con los líderes europeos recibiendo al puñado de afganos rescatados en Kabul nos emociona y nos reconcilia con la política, pero tal evento ¿es sobre todo comunicación o es sobre todo política?

Si es sobre todo lo primero, pobres afganos; si es sobre todo lo segundo, tendrán una esperanza. Si es sobre todo comunicación, votantes y televidentes estarán de enhorabuena; si es sobre todo política, es decir, si el gesto tiene continuidad y forma parte de un plan coherente y generoso de acogida de refugiados, quienes estarán de enhorabuena serán los ciudadanos.

La comunicación es rápida, pero la política es lenta. Aquélla está al servicio del espectáculo y ésta al servicio de las personas. Con la operación milagrera y camastrona del buque ‘Aquarius’, camuflada como si fuera política cuando en realidad era solo comunicación, ya tuvimos bastante: la acogida en el verano de 2018, con gran despliegue mediático, en el puerto de Valencia de aquellos 600 inmigrantes y refugiados rescatados por Médicos Sin Fronteras no tuvo luego una continuidad política efectiva. Aquello no puede volver a suceder.