La crisis en Afganistán a la que estamos asistiendo como impávidos espectadores es la crónica de una vergüenza y un horror anunciado. Una vergüenza porque EEUU, que lideró el ataque, ocupación y control del país en primer lugar, y el resto de la comunidad internacional, han demostrado su falta de previsión, de interés por la ciudadanía, y de inteligencia, ante un conflicto que va a ocasionar, además de una nueva crisis migratoria, miles de muertos, y el desequilibrio peligroso de una zona ya precaria de paz como es Oriente Medio.

Un horror porque, cuando las personas prefieren abrazarse a una muerte segura, en los trenes de aterrizaje de un avión en vuelo, y morir, despeñándose a miles de metros de altura antes que permanecer en un país talibanizado, se manifiesta lo que, a partir de ahora, con el califato Talibán de Afganistán, vale la vida. Un valor que, aunque nos vistamos de dignos, es el mismo para la comunidad occidental, que han mirado para otra parte, porque esto se sabía que iba a suceder, mientras dejamos morir de COVID y de pobreza, que es la misma cosa o están muy relacionadas, a tres cuartas partes del mundo en Asia, América del Sur, y África.

Declaraciones de algunos líderes europeos, manifestando su horror por los afganos, pero poniéndose ya el parche de que ”habrá que organizar campamentos de refugiados en los países limítrofes”, hablan a las claras del compromiso con los Derechos Humanos de nuestras avanzadas civilizaciones, siempre y cuando los problemas se arreglen lejos y con dinero.

Es evidente que este problema es un clavo, casi definitivo, en el ataúd del debutante presidente norteamericano Joe Biden. Debutante como presidente, que no como experto, se supone, de política internacional estadounidense. Es verdad que entre la opción Trump y un mono con una pistola, hay que escoger el mono con la pistola, pero que Biden haya asumido el compromiso de retirada de Trump, es penoso.

Es cierto que la gestión, pésima, tal y como estamos viendo, de Afganistán por parte de la administración norteamericana, pasa por 20 años atrás y cuatro presidentes, incluyendo a Obama, pero que Biden haya aceptado la herencia de Trump es un disparate. Sobre todo, cuando tenemos en cuenta que, la razón de la intervención norteamericana en Afganistán se debía a que, tras los terribles atentados sobre la Torres Gemelas el fatídico 11S, se decidió intervenir el país en busca de Osama Bin Laden y los suyos, líder de Al-Qaeda, intervención que se produce sólo un mes después, en octubre de 2001.

¿Cómo se puede asumir que el orgullo estadounidense herido negocie la entrega de un país a los mismos, o los herederos, o los primos hermanos de los radicales que causaron la mayor herida en la conciencia contemporánea de EEUU? ¿Cómo se explica que el patriótico, por no decir patriotero, Donald Trump negociara la entrega del país a estos radicales? ¿Cómo Biden ha tragado este disparate? ¿Por qué la Comunidad Internacional ha permanecido en silencio ante estos pasos erráticos pero seguros hacia el desastre?

Si fuéramos mal pensados, podríamos deducir que, alguien, está preparando el tablero para una gran contienda bélica a escala mundial pues, además de la consolidación, de un día para otro, de un estado Talibán con el califato de Afganistán, la situación actual de Irak o de Siria, la gran abandonada desde hace mucho, es idéntica o peor. El dominó en otras naciones colindantes es impredecible. Un núcleo radical islámico con esos tres países, apoyados más o menos a las claras por China y Rusia, que se relamen ante la posibilidad de explotar sus recursos minerales y donde el respeto por los Derechos Humanos tampoco es que se tengan en cuenta, son un problema geopolítico de dimensiones planetarias.

Entre tanto, la gente huye o muere ante la impasibilidad internacional que no pasa de repatriar a los suyos y a algunos colaboradores, peleándose ya por las cuotas de acogida de nuestra civilizada sociedad de países occidentales. Hemos abandonado a su suerte a miles de mujeres, hombres y niños, a su suerte no, a la muerte, como no hacen ni los animales, a los que no se les supone raciocinio. Esto, como otras tantas cosas, nos va a estallar en las narices, en nuestras ciudades, en nuestras fronteras, en nuestra historia. No aprendemos. No crecemos; ni en humanidad, ni en empatía, ni en sabiduría. Como escribió el desaparecido maestro, y Premio nacional de las Letras, Félix Grande: “Lugar siniestro este mundo, caballeros”.