Durante décadas, el sexo fue el gran tabú de la música popular. El deseo se insinuaba, se disfrazaba, se cantaba “entre líneas”. Había que jugar con la metáfora, con la poesía, con los dobles sentidos. Hoy, sin embargo, el panorama ha cambiado radicalmente: el sexo ya no se sugiere, se proclama. De las burbujas sensuales de Juan Luis Guerra a los versos crudos de El Grecas, el viaje cultural ha sido largo y, sobre todo, revelador.

En los años del franquismo, la censura no solo vigilaba los periódicos y las películas: también las canciones. Las letras se depuraban para eliminar cualquier alusión erótica o ambigua. La represión era tan intensa que el deseo, cuando se colaba, lo hacía en clave poética o tropical. Aquella España escuchaba boleros o baladas románticas en las que el amor era puro, pero el sexo quedaba en la penumbra. Canciones como Ven, devórame otra vez de Lalo Rodríguez (1988) o Burbujas de amor (1990) de Juan Luis Guerra hablaron del cuerpo y del deseo, sí, pero lo hicieron envueltos en lirismo. Eran tórridas, pero elegantes. Todo se decía sin decirlo. En el ámbito internacional, Serge Gainsbourg y Jane Birkin rompieron moldes en 1969 con Je t’aime… moi non plus, una canción que combinaba susurros, jadeos y deseo explícito. Fue censurada en medio planeta, incluida España, y sin embargo vendió millones de copias. Era el ejemplo perfecto de cómo el erotismo podía escandalizar y seducir a la vez. Décadas después, Madonna haría lo propio desde el pop, al convertir la sexualidad en performance y discurso con Like a Virgin. El escándalo ya no era solo moral, era también artístico.

Pero lo que vivimos hoy es una explosión sin tapujos: el sexo ya no se toca solo de refilón, se nombra con claridad, se dibuja con precisión y, muchas veces, se convierte en el tema central de la canción. Esta nueva etapa no está confinada únicamente al reguetón -aunque ese género haya sido su altavoz más visible-, sino que atraviesa el pop, el trap, la electrónica o el indie. La diferencia ya no es solo de ritmo, sino de mirada. Las canciones actuales no hablan del deseo como una insinuación, sino como una acción directa. Donde antes se cantaba “quiero verte otra vez”, ahora se canta “te lo hago sin pausa, me lo pides otra vez”.

La Pantera, por ejemplo, es uno de los artistas que mejor representa este cambio. En CUPIDOxX, junto a Lucho RK y Juseph, el amor romántico desaparece: Cupido ha sido destronado y el placer manda. “Tumbé a Cupido, a mí nadie me va a enamorar”, canta, y en esa frase se resume una generación que ya no ve el sexo como preludio del amor, sino como un fin en sí mismo. Es un tema callejero, arrogante, sucio y elegante a la vez, donde el cuerpo se vuelve símbolo de poder. En PINKY PROMISE, el tono se vuelve más juguetón, casi cínico, pero igual de explícito: “Chupa sin miedo si quieres un Rolex”

El Grecas, con Grumo sabor a fuet, lleva esa misma lógica a un terreno más humorístico, casi grotesco. Su letra convierte lo sexual en lenguaje de calle, en chiste y en manifiesto, con un descaro que roza lo absurdo. Es sexo sin metáfora y sin culpa, con referencias domésticas que sustituyen la sensualidad por la costumbre, lo glamuroso por lo grotesco. En el fondo, lo que hace El Grecas es empujar aún más el límite: si antes el tabú era el silencio, ahora el tabú es callarse.

En otro extremo estético, pero en la misma línea de explicitud, BB Trickz ha convertido su sexualidad en un personaje artístico. En su disco Lechita, cada canción es un juego entre lo infantil y lo provocador, con títulos que suenan dulces y letras que no dejan espacio a la duda. Es el sexo transformado en estética pop, en producto viral, en marca personal. Su universo visual -entre lo blanco, lo kitsch y lo hipersexualizado- resume perfectamente una generación que ya no ve contradicción entre lo tierno y lo pornográfico.

Y no hace falta irse al trap para encontrar ejemplos. Rosalía, con Hentai, llevó el erotismo al terreno de lo conceptual, fusionando piano y susurro con una letra explícita: “Segundo es chingarte, lo primero e' Dios”. La frase, tan simple como gráfica, causó debate, pero también marcó una nueva sensibilidad: la sexualidad femenina en primera persona, sin pudor, sin necesidad de validación masculina. Lo que antes escandalizaba, ahora se celebra como afirmación de poder.

La industria global parece haber asumido que el deseo vende, y lo hace sin límites ni metáforas. Artistas como Cardi B y Megan Thee Stallion con WAP (2020) llevaron el sexo al centro del discurso pop con una letra que habla abiertamente de placer femenino y que fue a la vez celebrada y demonizada, marcando un punto de inflexión. En la misma línea, Doja Cat, Nicki Minaj o Saweetie han hecho del erotismo explícito una seña de identidad estética y discursiva, combinando empoderamiento y marketing con precisión quirúrgica. En el R&B y el hip hop contemporáneo, The Weeknd o Drake exploran el sexo desde la ambigüedad emocional, entre la intimidad y el hedonismo, mientras que en el pop global, artistas como Britney Spears o Rihanna ya habían abierto ese camino décadas atrás, aunque con un lenguaje menos descarnado.

El rap y el hip hop contemporáneo siguen utilizando el sexo como territorio de poder, dominio y éxito. Raperos como Travis Scott, Future, Tyga o 21 Savage han construido parte de su identidad lírica en torno a la conquista sexual y el exceso, presentando el cuerpo femenino como símbolo de estatus y placer. En Wait for U (Future ft. Drake y Tems), por ejemplo, el deseo aparece entrelazado con el lujo, la nostalgia y la dependencia emocional; en Taste (Tyga ft. Offset), el sexo se convierte en un trofeo; y en Savage Mode II, 21 Savage mezcla violencia, dinero y erotismo con un tono tan explícito como cínico.

Lo curioso es que esta liberación total convive con una cierta saturación. Lo que antes era prohibido, ahora es obligatorio. El sexo ya no escandaliza porque se ha vuelto omnipresente, y eso plantea una nueva paradoja: si todo se puede decir, ¿qué queda por sugerir? ¿Dónde está la emoción cuando desaparece el misterio? A veces, la literalidad pierde la poesía que tenía el deseo insinuado. Otras, logra lo contrario: una nueva forma de sinceridad brutal que refleja cómo vivimos el cuerpo y la intimidad en la era digital.

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