Incluso en sus trabajos más interesantes como Place Vendôme, El adversario o Un balcon sur la mer, el cine de la directora francesa Nicole Garcia siempre ha adolecido de falta de nervio y de riesgo. Apelando a una férrea y elegante puesta en escena, las películas de Garcia siempre aparecen abigarradas, como faltas de aire. Algo que vuelve a suceder en su última película, El sueño de Gabrielle.

La película sigue los pasos de Gabrielle (Marion Cotillard) a lo largo de casi veinte años, poco después del fin de la Segunda Guerra Mundial, a través de un largo flashback que conecta el prólogo y la parte final. Entre medias, vemos a una joven Gabrielle que en la pequeña zona rural en la que vive y donde es considerada poco menos que loca, con ataques de dolores que, más adelante descubrirá son piedras en los riñones –de ahí el título original, ‘mal de piedras’- y que la llevará ingresar en un sanatorio donde se enamorará de un joven oficial, André (Louis Garrel). Pero antes se ha casado con José (Alex Brendemühl), un español exiliado con quien asume un compromiso que acepta para poder marcharse. Aunque sexual y socialmente reprimida, en ocasiones no sabemos bien qué motiva el comportamiento de Gabrielle, ensimismada y melancólica, triste y distante, pero quien acaba encontrando en el joven oficial una salida a su dolor interno. O, al menos, eso parece.

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Garcia ha concebido El sueño de Gabrielle como una película distante y fría, de tal modo que quede rebajado, en el medida de lo posible, su carácter melodramático. De hecho, tanta contención, que denota miedo a perder el control de un material tan susceptible de caer en lo desaforado, y, en cierto modo, en lo ridículo, acaba siendo, paradójicamente, uno de los elementos que impiden que la película tenga más vigor, más fuerza. Su ritmo pausado, que transmite a la perfección la languidez de Gabrielle, sin embargo, no sufre rupturas, no hay modulación para que, cuando llegan determinados momentos de giros narrativos, la película proponga otro ritmo. Así, todo queda planteado dentro de un orden que si bien consigue sus propósitos de controlar el componente emocional, a su vez acaba operando en su contra. El proceso de liberación de Gabrielle parece acabar en aquello que, precisamente, la película parece querer atacar. O bien, quizá, Gabrielle acaba presa del constructo social que han creado y en el que ha crecido, presa de su cuerpo, al cual, no permiten expresarse. En cualquier caso, El sueño de Gabrielle expone con más convicción el camino que recorre Gabrielle que su llegada, no debido a que deje abierta su resolución, sino porque no queda claro qué es aquello que Garcia, en realidad, quería expresar.

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El sueño de Gabrielle, en definitiva, corresponde a un tipo de cine, esencialmente europeo, ajustado a un modelo más o menos efectivo y convencional, que no da como resultado una película mediocre, pero sí una medianía que, en este caso, gracias a Cotillard consigue salir hacia delante de manera convincente, aunque, al final, apenas consiga interesar el devenir de un personaje que habría marecido un tratamiento menos constreñido a pesar de la elegancia de las imágenes de Garcia, más interesada en construir unos planos y unas secuencias estéticamente bien elaboradas que en dotarlas de un sentido narrativo. En ocasiones lo consigue, y con buenos resultados, pero no termina de ser suficiente en su conjunto.