Impulsado por las críticas que me llegaban, pero que no leía, sobre la última película de Ridley Scott he ido a verla en buena compañía y debo confesar que he disfrutado mucho y que no me he aburrido ni un momento. Pese a su larga duración la próstata me ha permitido verla sin levantarme del asiento. No soy un forofo del director, aunque debo decir que he visto todas sus películas y en todas lo he pasado bien que es lo que suelo buscar cuando voy al cine. Ya me hubiera gustado que mi director favorito Stanley Kubrik hubiera llevado a cabo su proyecto que al parecer ahora Steven Spielberg producirá para HBO en siete capítulos.

Napoleón es un personaje histórico que me apasiona porque representa hasta dónde puede llegar una persona corriente y acomplejada, pero llena de ambición, si encuentra el momento oportuno para desplegar toda su inteligencia y alcanzar sus enloquecidos objetivos de dominación del mundo que les rodea, sin que le importe una higa los sufrimientos y muertes que suelen producir estos seres que sin embargo, en un esclarecedor ejercicio de amnesia colectiva, la mayoría de los humanos consideran unos grandes hombres y merecedores de estatuas y monumentos.

Antes que él recordamos a Alejandro Magno, Julio César o Gengis Khan y después de él a Leopoldo, Lenin, Stalin, Mao o Hitler por no citar más a los que fueron responsables de millones de muertes y no ser exhaustivo añadiendo los que solo “jodieron” a su patria. Desgraciadamente estos personajes se siguen produciendo ahora y seguirán cuando nosotros estemos muertos, pues, a mi juicio, estos “monstruos” u “hombres fuertes”, son un tipo más de seres humanos que surgen en algunos momentos especiales y son producto de como tenemos organizadas nuestras sociedades.

Thomas Carlyle creía que “la historia del mundo no es más que la biografía de los grandes hombres”, yo desde luego soy más de Freud cuando escribió: “La necesidad humana de buscar la salvación en un hombre fuerte, es la expresión de la añoranza por una figura paterna” y que no son los grandes hombres quienes provocan los acontecimientos, sino que los acontecimientos crean la oportunidad del surgimiento de estos líderes.

Napoleón destaca tras la revolución francesa cuando esta se ahoga en sangre y Francia está cercada y en una gran guerra civil de todos contra todos, justo en el interregno que Alexander Herzen denominó “la viuda encinta”, en el periodo posterior al fin del antiguo régimen y anterior al nacimiento del nuevo con la revolución “estabilizada”.

Pues bien, la película va de eso y desde mi punto de vista lo borda pues queda claro como Napoleón aprovecha las circunstancias para hacerse con el poder en el seno del desorden revolucionario y así poner el nuevo régimen a su servicio hasta coronarse emperador y colocar a todos su hermanos y mariscales de reyes o príncipes. Que fue un genio militar no lo discute casi nadie y menos los ingleses que suelen elevar a los altares a quienes los han derrotado, pero la película no va de eso, ni está hecha a mayor gloria del personaje, como si lo está la clásica de Abel Gance (1927) hasta extremos ridículos en sus casi seis horas de insufrible metraje que siempre me recordaron a FRANCO, ESE HOMBRE, tratando demostrar que desde su nacimiento tenía ese destino glorioso.

Que la película tiene muchas batallas, sin duda, pero es que hoy gusta mucho la acción. Lo sustancial del guión no es el desbordamiento sanguinario, que solo forma parte de la coreografía para que luzcan los momentos íntimos y personales que sin duda ha sido la intención del director. Son magistrales los momentos chispeantes con Josefina y los envarados con su madre Letizia, una auténtica matriarca corsa a la que trató de satisfacer, a su manera, toda la vida. De su madre decía: “Cuando ella muera, solo me quedarán inferiores” y ella llegó a escribirle: “Cuánto mejor me hubiera estado la esterilidad que haber contenido en mi útero un monstruo”. La escena del divorcio están literalmente copiadas del Napoleón (1955) de Sacha Guitry y la de la coronación del descomunal cuadro de Jacques- Louis David, donde por cierto obligó al pintor a meter a su madre que se negó a asistir.

No doy más detalles porque recomiendo ir a verla y disfrutar del cine y sobre todo de la música, con una banda sonora excepcional de Martin Phipps en la que introduce algunas piezas del repertorio clásico, como de la Creación de Haydn o la maravillosa melodía de Orgullo y Prejuicio. En varios momentos que me resultaron sublimes participan dos coros corsos, que recuerdan a los bizantinos y que concretamente en el Kyrie me llegó a emocionar.

Si eres de los que crees que el cine tiene la obligación de tratar a Napoleón como lo hace un historiador puedes ver los cuatro largometrajes de la excelente serie televisiva que dirigió en 2002 Yves Simoneau. Si admiras a Napoleón y crees que fue un personaje predestinado, puedes disfrutar del clásico del cine mudo de Abel Gance después de tomar mucho café bien cargado. Si te gusta reír, nada mejor que LA ÚLTIMA NOCHE DE BORIS GRUSHENKO (1975) de Woody Allen, pero si crees que el cine es algo más, que sin perder de vista el ser atractivo, tiene la obligación de desvelar gracias al guión y a unas brillantes interpretaciones las causas profundas de los comportamientos humanos, no lo dudes, este Napoleón merece la pena, aunque no le guste al “pistolero y asesino” Arturo Pérez o al siempre descontento Boyero. Es un PELICULÓN.