Con su sexto largometraje, Maya, la cineasta francesa Mia Hansen-Løve se aleja en gran medida de ciertas coordenadas, sobre todo espaciales, que sustentaban sus películas anteriores para seguir explorando algunos temas transversales a todas ellas, con la historia de Gabriel (Roman Kolinka), un periodista que, tras ser liberado de un secuestro en Siria, intenta reorganizar su vida.

Maya comienza en diciembre de 2012, cuando los periodistas de guerra Gabriel y Frédéric (Alex Descas) han sido liberados tras cuatro meses de cautiverio en Siria. A su regreso Gabriel deberá enfrentarse a la burocracia, a los amigos, a su padre, al intento de encontrar la viabilidad de volver a estar con su exnovia. Pero se siente desorientado, fuera de lugar, por lo que decide marcharse a la India, donde creció, en concreto a la localidad de Goa, donde conocerá a Maya (Aarshi Banerjee), hija de su padrino, y con quien irá entablando una relación que será definitoria para que poco a poco encuentre su camino.

Con su nueva película, Hansen-Løve se adentra en un personaje adicto a la violencia, o al menos a la experiencia de su cercanía, y a la necesidad de sentirse vivo con la exposición al peligro. Sin embargo, tras experimentar la posibilidad real de morir, sus propias convicciones vitales y su vocación entran en conflicto interno. Hansen-Løve desplaza a su personaje en un sentido puramente novelesco creando un itinerario de renacimiento personal cuando la calma que se instaura en su vida se da de bruces con su vida anterior y, a su vez, cuando es incapaz de tomar una decisión sobre qué hacer.

'Maya', de Mia Hansen-Løve

En Maya, la cineasta francesa crea una narración en la que multitud de temas como la adicción, la sensación de vacío, la culpa, el peso del pasado y la incertidumbre del futuro, la guerra, el amor, la belleza quieta del mundo, las diferentes miradas culturales, la tradición y la modernidad, entre otros, se dan la mano en un texto visual más complejo de lo que a primera vista puede dar a entender un trabajo con las imágenes sencillo, pero lleno de significado en su construcción. La complejidad interior del personaje de Gabriel y la naturalidad juvenil, al menos en su superficie, del de Maya, conforman una dialéctica de contrarios que se complementan y enriquecen, pero, también, crean conflictos. Para ubicarlos, Hansen-Løve ha realizado Maya a partir de una increíble y magnífica puesta en escena en la que no hay virtuosismo alguno en la construcción de los planos, al menos en apariencia, pero sí unas formas calculadas para dotar de significado a las imágenes gracias a una gran pulcritud; es más, transmite la sensación de no querer llamar la atención sobre su trabajo. En gran medida, sus cinco anteriores películas ya mostraban esta cualidad. Sin embargo, se hace evidente la sensibilidad con la que ha creado las imágenes de Maya, dotándolas de una gran belleza y de un tono melancólico que la recorre de principio a fin.

Pero en última instancia, estamos ante una historia de amor que Hansen-Løve desarrolla con tranquilidad, atenta a cada momento, donde importa más la relación entre los cuerpos, los detalles, las miradas, que aquello que dicen los personajes. Con ayuda en la fotografía de Hélène Louvart, la cineasta logra transmitir una realidad y una cotidianidad que, aunque con mimbres reconocibles, transciende su naturaleza para abrazar un sentido nuevo, diferente. Es cierto que Maya presenta algunos problemas a nivel dramático en su construcción, con escenas y secuencias, en ocasiones, cuyo sentido en el conjunto no se llega a entender del todo. También que se mueve alrededor de demasiados temas y que no acaban de estar del todo bien conectados. Pero a pesar de estos problemas, la película consigue provocar una gran emoción visual a partir de unas imágenes sencillas y transmitir una bella melancolía que tiene su mejor cierre con un magnífico final mientras suena Distant Sky, canción de Nick Cave junto a Else Torn, que resume a la perfección el tono de la película de Hansen-Løve.

'Maya', de Mia Hansen-Løve